JORGE BUSTOS-El Mundo

Si pudiera un español decir su nombre –si se atreviera–, no diría ley, bienestar, 78: el año de su formal Constitución. España es otra cosa, no es abstracta, un edificio que se hunde a nuestros ojos cada lunes y se reforma sin problemas el domingo. España es una cueva de flamenco que un gitano cínico fatiga para engaño del guiri que le paga mientras sueña que canta entre los grandes. España es una mujer embarazada, y es un viejo tendido que se muere con un velo implacable en las meninges que le veda recordar lo que fue España. Es la cólera de abril del nuevo rico, que tiene que pagar IRPF, y calcula el coste de la trampa y acaba –porque hay leyes– desistiendo. España es tu lucha contra el cáncer, y es el órgano donado que establece un pacto caballero entre un difunto y un vivo prorrogado. España es un lugar que prohíbe España para que unos españoles no se enfaden: les dijeron que tienen que ser algo distinto. España es la madrastra del exilio, que antaño fue exterior pero que dura en la amarga conciencia del votante. España es la santa siesta de Cecilia que nadie duerme ya, si no es para fomento del turismo, y es un pícaro que refunda su partido, y es la fe del hidalgo empobrecido que no sabe qué hacer con su casona al precio que escaló la plusvalía. España es un patio de colegio, es un público de instituto que descubre un poema ancestral a un influencer, la mina que se figura parador, la huerta trasvasada de rencores. Será también el llanto de otra madre, el beso inaugural del niño feo, la joven que concreta su valía. No hay un hombre que en España lo haga todo, pero más de uno hay convencido de que sí. España es el oficio feroz de tertuliano, el crédito ilocalizable del tuitero, España es un periódico aún impreso que se apresta todavía a la batalla. España es un locutor huracanado, un cotilleo que sabemos unos pocos, es una milicia sosegada, es un obispado que cree en Dios. España es un hortera de bolera, y es un sindicalista inasequible a la mezcla de la patria con la clase, y es un gay feliz que ama en España. Es la tierra del comunista convertido, y de un minúsculo fascista reincidente, y de un empeño de seguir viviendo juntos. España es el brócoli y el toro, de Nadal es la raqueta (y también el escobón), y un dédalo de cristianos contra moros, y una blanca judería que se harta de esperar la verdad del hispanista. España es un patio de colegio, es un país de pandereta, es un tópico encerrado en otro tópico despeñándose por el club de la comedia. España es la urbe y el vacío, es mía es tuya es de quien caga en los muertos más frescos de esta España, meseta asomada al mare nostrum, eterno Madrid-Barça donde nunca la sangre llega al río.

España es todo eso y quizá más. Para saberlo, habría que probarla antes de hablar.