El Correo-PEDRO JOSÉ CHACÓN DELGADO

Ningún mérito se le puede negar al PSOE andaluz que se le atribuya al PNV en Bizkaia; ambos han conseguido lo mismo en sus territorios: gobernarlos de forma ininterrumpida

Andalucía está a punto de revalidar, si alguna suerte de hecatombe no lo impide, la condición de ser la única autonomía de toda España donde siempre, desde el inicio de la Transición para acá, ha gobernado un mismo partido: el PSOE. Ha habido, no obstante, algunas legislaturas donde el dominio aplastante del socialismo andaluz desde 1982, cuando fueron allí las primeras autonómicas, se ha visto ligeramente alterado, como en la legislatura de 1994 a 1996, la más corta de todas, porque el PP e Izquierda Unida decidieron hacer la ‘pinza’ al Gobierno de Manuel Chaves, o cuando en 2012 ganó el PP pero el Ejecutivo siguió siendo del PSOE en coalición con Izquierda Unida. O en la última legislatura, iniciada en 2015, donde el Gabinete monocolor de Susana Díaz se apoyó en los nueve parlamentarios de Ciudadanos, con los que sumaba mayoría absoluta.

Como no hay ninguna otra comunidad autónoma en la que haya ocurrido tal protagonismo absoluto de un solo partido –como dato, de diez autonómicas andaluzas, el PSOE ha conseguido cinco mayorías absolutas y en otras dos la ha rozado–, para encontrar un caso similar no nos queda más remedio que recurrir a una institución que, aunque se vota en las municipales, resulta fundamental en la estructura jurídico-política de nuestros territorios vascos. Nos referimos, claro es, a nuestras Juntas Generales.

Fenómeno único en la arquitectura institucional española, las Juntas Generales constituyen nuestros parlamentos provinciales, con una capacidad normativa subordinada a la legislativa del Parlamento vasco, pero con la potestad de gestionar nuestros impuestos a través de sus correspondientes diputaciones forales. De ahí su importancia capital, sobre todo para quienes comprobamos la eficacia de su gestión en ámbitos como, por ejemplo, la asistencia social.

Y en esta escala tan singular de nuestro entramado político tenemos que en las elecciones a Juntas Generales de Bizkaia siempre ha ganado el PNV y siempre la Diputación foral la ha presidido este partido. Desde los legendarios 26 junteros de 1983, antes de la escisión de EA, cuando el PNV obtuvo por primera y única vez mayoría absoluta en una Cámara de 51 escaños, a la victoria pírrica de las elecciones siguientes, que no obstante le dio para sostener un Gobierno en minoría con solo 16 junteros. Tras una coalición precisamente con EA en 2003, en las últimas legislaturas el PNV se ha movido cómodamente en solitario, rozando la mayoría absoluta; y cuando pacta un Ejecutivo de coalición, como el último con el PSE, las áreas principales –léase Hacienda, Bienestar Social, Obras Públicas o Cultura– siempre se las reserva para sí.

La consecuencia es que tanto en Andalucía como en Bizkaia tenemos sendos regímenes políticos sin visos reales de alternancia. Y aquí no cabe hacer como cuando un presidente del Gobierno se autolimita los mandatos. ¿Tendría sentido que un partido decidiera apartarse para que por ‘higiene democrática’ ganaran otros? Evidentemente que no: los ciudadanos tienen que votar en libre concurrencia de todas las formaciones políticas. ¿Sería deseable otro escenario en ambos territorios en el que hubiera alternancia real en el Gobierno? Si es para que los que vengan lo hagan mejor, por supuesto que sí, pero ¿quién nos lo puede garantizar? Y eso que nadie podrá decir que esos partidos están ahí porque lo hayan hecho siempre bien, ni muchísimo menos.

Lo que sí tiene interés es llamar la atención sobre las similitudes que se dan entre dos territorios tan distantes y tan distintos, que se traducen en un mismo resultado de predominio constante de un solo partido sobre todos los demás. Porque claro, cuando pensamos en el PNV en clave de partido serio, constante, centrado, dedicado hasta el más mínimo detalle al conocimiento del territorio que pisa, especialmente en el caso de Bizkaia, donde sabemos que no hay enclave donde esta formación no tenga presencia, porque sus miembros se lo patean y conocen el terreno de primera mano, ¿qué decir del PSOE andaluz? ¿Es posible dudar de que ese partido reúna todas esas cualidades, y aún más, para ser siempre mayoritario en un territorio de más de 87.000 kilómetros cuadrados, frente a los poco más de 7.000 de Euskadi, y con más de 8 millones de andaluces, cuatro veces más que vascos? Y conste que aquí comparo con toda Euskadi, no con Bizkaia solo.

Si se trata de ponderar su respectiva efectividad electoral, ningún mérito se le puede negar al PSOE andaluz que se le atribuya al PNV en Bizkaia. Y el análisis ha de empezar por desterrar los consabidos tópicos con los que en España nos calificamos unos a otros; ya saben, aquello de vagos, trabajadores y todo lo demás. Porque si los andaluces del PSOE han conseguido lo mismo que los vascos del PNV, ya solo por eso en algo importante se parecen, ¿no?

Se podría recurrir a factores estructurales para explicar lo insólito de ambos casos, sin duda. Pero yo prefiero pensar que todo consiste en que tanto en el PSOE andaluz como en el PNV de Bizkaia se han juntado personas con altas capacidades políticas, sentido de país, dedicación y empatía, en número y grado óptimo para ganarse la confianza de la gente que les vota. Así de sencillo y así de grandioso a la vez. Y eso se tiene o no se tiene. Pero también se aprende y se trabaja, por supuesto.