ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN

El centro-derecha vuelve dividido, aunque con fuerza, al escenario que abandonó hace una década

FRENTE a un Pedro Sánchez nervioso, de manos inquietas, vacuidad argumental revestida de verborreica solemnidad y actitud arrogante a falta de razones de peso, Pablo Casado apareció ayer en el Congreso como un político sólido, de convicciones firmes y discurso bien armado. No solo un gran parlamentario, capaz de hablar sin papeles como hacen quienes creen de verdad en lo que dicen, sino un auténtico líder, dispuesto a conducir nuevamente a su partido a las posiciones ideológicas que abandonó el marianismo en aras de un relativismo suicida.

El nuevo dirigente del PP propinó al presidente del Gobierno una paliza dialéctica de las que duelen. Lo derrotó en todos los frentes: el europeo, el económico, el nacional y el catalán. Mientras Sánchez, como es habitual en él, se refugiaba en la chulería, la vaguedad y un buenismo infantiloide, Casado desgranó un rosario de hechos inapelables. Le faltó una gran dosis de autocrítica, tal como le reprochó Albert Rivera, dado que la situación de ruptura a la que ha llegado España se debe en buena medida a los errores cometidos por el Ejecutivo de Rajoy, pero acertó en el fondo, acertó en el tono, acertó en el diagnóstico y acertó en el tratamiento. Si el discurso de Casado recoge el contenido de su pensamiento y expresa sus intenciones, si refleja la línea de actuación que está dispuesto a seguir a partir de ahora, prescindiendo de los peones que encarnan precisamente la posición contraria, cabe confiar en que de su mano resucite el Partido Popular que conocimos antaño, antes de que los complejos y la debilidad vaciaran de contenido sus siglas.

El centro-derecha vuelve por fin con fuerza al escenario que abandonó inexplicablemente hace una década. Regresa dividido en tres, pero regresa. Si la irrupción ruidosa de Vox en el panorama político ha producido ese efecto, bienvenida sea. Porque hacía tiempo que muchos españoles anhelábamos oír hablar de España con naturalidad, sin que nuestro patriotismo, homologable al de cualquier vecino europeo, fuese asimilado a posiciones fascistas. Hacía tiempo que ansiábamos escuchar en la sede de la soberanía nacional una refutación convencida y contundente de las tesis separatistas, más allá de las basadas en la mera conveniencia económica. Hacía tiempo que soñábamos con asistir a un debate en el que varias fuerzas pugnaran por representar mejor a quienes amamos a España, creemos en los principios que consagra la Constitución y exigimos que el Gobierno los defienda con todos los medios a su alcance, sin recular ante los dogmas impuestos por la dictadura de lo políticamente correcto; sin regresar una y otra vez a un «diálogo» absurdo y estéril, abocado a chocar contra un muro de supremacismo cada vez más envalentonado; sin claudicar ante las exigencias liberticidas del independentismo, como hizo Zapatero ante ETA; sin abandonar a su suerte a quienes, pese a todo lo ocurrido, siguen confiando en el Estado de Derecho. Ayer, después de mucho esperar, vimos al PP y Ciudadanos protagonizar brillantemente esa pugna, frente a un sanchismo impotente, enterrador del PSOE en Andalucía, echado en brazos del golpismo y rehén del populismo podemita, que balbucea frases copiadas de algún manual de citas y apelaciones al lobo de la extrema derecha, en lugar de cumplir con su obligación de gobernar. ¡Nunca es tarde si la dicha llega!

España ha reaccionado. Harta de agresiones, harta de provocaciones, harta de desafíos y de ofensas, la Nación ha recuperado la voz a través de los líderes orgullosos de representarla. Ahora falta que quien ocupa el poder merced a un pacto con sus enemigos permita hablar a la ciudadanía.