Temed a los políticos con regalos

FRANCISCO ROSELL-El Mundo

Hace años, en los prolegómenos de los Carnavales de Cádiz, Curro Romero fue homenajeado con una cena tras asistir el diestro al ensayo de una de las agrupaciones principalísimas del Concurso del Gran Teatro Falla. A los postres, el anfitrión animó al maestro a que dijera unas palabras, aun sabiendo lo poco dado que es a los discursos. No en vano, el faraón de Camas ha hecho del silencio su elocuencia. Cuando abre la boca, sentencia con palabra de buena ley. Le ocurría talmente a Belmonte, según Rafael El Gallo, su cofrade de tertulia en el histórico bar Los Corales, cuando eran rarezas de turista en una calle Sierpes que condensaba el alma de Sevilla. El Gallo glosaba así su picajosa amistad con El Pasmo de Triana: «Fíjese si somos amigos éste y yo que nos pasamos cinco horas juntos sin decirnos palabra. No sé qué filósofo ha dicho –Juan lo sabrá porque se ha leído todo– que amigos con quienes se pueda hablar hay muchos, pero con los que se pueda estar callado existen pocos».

Cuando uno de los asistentes al agasajo se sintió obligado a hacerle un proverbial quite que le ahorrara a Curro Romero el mal trago de la plática, como si se tratara de un morlaco de mal fario y peor intención, el espada de Camas desplegó el capote y lució un demorado lance: «No, hombre, no. Si lo que cuesta no es hablar, sino estarse callado. Eso sí que es difícil». Es lo que cabe argüir precisamente con relación a esta campaña de nueve meses ya que Sánchez arrancó con su «investidura Frankenstein» el primer día de junio de 2018 y que se estirará hasta el último domingo de abril con las elecciones legislativas. Si un contable se tomara la molestia de meterle el lápiz al coste de las ofertas hechas desde entonces, pero con especial acelero desde que convocó la cita con las urnas, concluiría que nadie, en 40 años de democracia, ha aparejado mayores medios públicos para pugnar por ser reelegido.

Si corriera a cuenta de su bolsillo o de la tesorería del PSOE, su semblante adoptaría el gesto cariacontecido del cliente eufórico que recibe la factura tras invitar a tutiplén. Pero su dispendio de altos vuelos lo abonará un contribuyente que, a la vuelta de las urnas, constatará lo irremediablemente caro que resulta lo «gratis, cueste lo que cueste». Sánchez rememora aquel clásico «¡Echa vino, montañés, que lo paga Luis de Vargas,/ el que a los pobres socorre/ y a los ricos avasalla!». Versos que el poeta-mayoral Fernando Villalón dedicó a aquel guerrillero antinapoleónico que degeneró en capitán de bandoleros al mando de Los siete niños de Écija. «¡Qué más da!», cavilará quien derrocha a manos llenas y constituye un político gravoso para España.

Tampoco ningún otro inquilino del Palacio de la Moncloa se ha valido tanto de la despótica fórmula del decrétese para saltarse a pídola el Parlamento con la Legislatura finiquitada y las Cortes disueltas, recurriendo para su convalidación a una Diputación Permanente que está para asuntos de emergencia no precisamente electoral. Arrollado por el tiempo, como el Conejo Blanco de la Alicia de Lewis Carroll repitiendo monocorde con su reloj de leontina: «¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! ¡Llegaré demasiado tarde!», Sánchez se confecciona un traje a la medida de su conveniencia a base de decretazos y arruina las probabilidades ajenas. Todo ello merced a su propio «artículo 42», como aquel del que se valía el antojadizo rey del País de las Maravillas para hacer su santa voluntad y expulsar a la descorazonada Alicia.

A este fin, Sánchez se emplea con tal demagogia tratando de vender los efectos medicinales de sus ungüentos electorales que evoca a cierto cura mexicano que publicitaba las maravillas del cielo a una variopinta feligresía en la que figuraban especies humanas más diferentes si cabe que aquellos animales que cobijó el Arca de Noé: campesinos, artesanos, tenderos, agiotistas, autoridades, prostitutas, curanderos y caciques. En un momento del sermón, para asegurarse de que todos habían entendido bien los portentos descritos, el párroco pregunta: «Vamos a ver. ¿Quiénes quieren ascender a la gloria?». Y todos levantaron la mano, excepción hecha de un añoso jornalero. El perplejo clérigo le inquiere la razón y éste lo desarma con lógica aplastante. «Es que este viaje va muy lleno». Es lo que acaece en esta Jauja de los llamados «viernes sociales» –remedo propagandístico de «los domingos rojos» del sevillano ayuntamiento comunista de Marinaleda– en el que un Consejo de Ministros de estos puede prometer que lloverá café, como la canción de Juan Luis Guerra, si es que no directamente maná caído del cielo.

Otro tanto cabe decir, desde luego, con las medidas incluidas en su correlato de decretos-leyes hechos a ciegas, aunque no a tontas. A ciegas porque se basa en unos ingresos ficticios, pero no a tontas, desde luego, pues busca permanecer en el poder al precio que sea. Con cargo al erario, el PSOE sufraga el clientelismo y se preserva votos agradecidos en estas vísperas tensas prodigando lo que no hay en los escritos. Gastar es el verbo que mejor conjugan quienes disparan pólvora del Rey en función de que lo que es de todos no es de nadie. A la hora de manejar la olla del presupuesto, aquí no hay «santo temor al déficit» que valga, sino que se eleva exponencialmente hipotecando a las futuras generaciones.

Por lo general, los ciudadanos advierten tarde las consecuencias de los regalos envenenados, como ya se constató con aquellos obsequios de los que se sirvió Zapatero para lograr su reelección de 2008 ahondando la crisis económica. De hecho, son tan antiguos como la Eneida de Virgilio. Allí se recrea el mito griego en el que Laocoonte, sacerdote de Apolo, fracasó en su tentativa de alertar a sus compatriotas troyanos contra el peligro que escondía el gran caballo de madera que los griegos dejan como presente a las puertas de sus murallas. «¡No confiéis en el caballo, troyanos! Sea lo que sea, temo a los griegos incluso si traen regalos», fueron sus palabras. Cayeron en saco roto y con ellas Troya. En el vientre del equino gigante, se agazapaba un escogido grupo de soldados que destruirían la ciudad.

No parece que este modo de conducirse se corresponda con esa «democracia ejemplar» que empleó Sánchez como señuelo para desalojar a Rajoy del poder con el voto de Podemos e independentistas. Pese a no aprobarle los Presupuestos, estos mantienen los lazos precisos para renovar las arras matrimoniales en función de lo que depare el 28 de abril. Como los ojos del río Guadiana, reaparecería el pacto congelado con su cauce crecido.

Con los primeros, ha acordado un disparatado decreto sobre alquiler de viviendas que sume en el desconcierto a propietarios e inquilinos, amén de generar incertidumbre en el sector inmobiliario; a los segundos, les ha servido en bandeja de plata la cabeza de turco del ministro Borrell dando pábulo a la revelación que hiciera en enero el diputado Rufián de que Podemos sondeó a ERC para apoyar las cuentas a cambio de que el titular de Exteriores tomara las de Villadiego y se le pasaportara al Parlamento europeo. Rufián dio la hora adelantada de lo que finalmente ha acaecido, pese a haberse opuesto como gato panza arriba el ministro coartada, por excedencia, de Sánchez.

Dentro de ese uso y abuso de medios públicos, juega un papel primordial la manipulación del CIS a cargo de su máximo responsable, José Félix Tezanos, quien sigue actuando como si se debiera a la Ejecutiva del PSOE con la única diferencia de que su nómina se la sufraga ahora el Estado. Cuando está reciente la avería causada de la encuesta andaluza, este centro gubernamental ha sorprendido este jueves con un nuevo sondeo que catapulta a Sánchez a la estratosfera: triplica casi la estimación de voto de la segunda fuerza (el PP) y rondaría la mayoría absoluta junto a un desollado Podemos. Atendiendo a la burda selección de la muestra y de las preguntas, esta nueva entrega del bacteriano CIS de Tezanos sería exigible que llevara, como las precedentes, un precinto con la advertencia latina Caveat emptor (Tenga cuidado el comprador). Tezanos ha hecho cisco el CIS, al igual que el Gobierno se cisca con los medios de comunicación públicos donde se insulta y veja a sus rivales con zafiedad criminosa.

El presidente del CIS no hornea estudios demoscópicos para escrutar el estado de opinión sino para crearla, desvirtuando su condición de instrumento de calibración de la vox populi. De ahí que lo que debe ser un avión de reconocimiento lo haya transformado en un bombardero contra las posiciones adversarias. El CIS prefigura y fabrica la realidad, de tal guisa que, si los ciudadanos perciben una situación como real, sus consecuencias acaban siéndolo, en línea con lo que –ya en 1928– el sociólogo americano Merton bautizó como «profecías que se autocumplen». Tezanos alberga la secreta esperanza que Pablo Picasso explicitó, al entregarle a Gertrudis Stein un retrato en el que la escritora estadounidense decía no reconocerse: «No tiene por qué preocuparse, pues algún día usted se le parecerá».

Posicionando a Sánchez como líder destacado en el hipódromo electoral, el algoritmo Tezanos configura las condiciones para que éste concentre, de un lado, el voto útil de la izquierda arramplando con los sufragios socialistas que emigraron a un Podemos en una situación de decrepitud tan prematura que es tan digna de estudio como su eclosión en las elecciones europeas de 2014. Paralelamente, con esta encuesta tan salseada, espanta el miedo de quienes no toleran un pacto de Sánchez con los independentistas al entender que, con esa suma, se libraría de sus cadenas. ¡Como si Sánchez pudiera romper del todo con los 21 puntos de su claudicación de Pedralbes con Torra!

Bajo ese falso señuelo, las encuestas manufacturadas por Tezanos ejercerían la fascinación del espejuelo sobre la pobre alondra a la que encandila y hace fácil presa de la red del cazador. Ante esa evidente circunstancia, cuesta tanto no ver lo que tenemos delante de nuestras narices como difícil de callar, al igual que Curro Romero apuntó en aquel ágape rondando los días grandes del Carnaval de Cádiz.