Y dicen que no hay noticias

A los fundamentalistas del nacionalismo vasco les va a sentar como una patada que Clemente se vaya de seleccionador nada menos que a Serbia, símbolo para ellos de la opresión de las naciones balcánicas. Pasó antes por la de España, y ya le habían perdonado por sacar al Athletic del agujero. Pero no pasa nada: será también perdonado si logra eliminar a España.

 

Nos movemos entre tópicos. Creíamos que en verano no hay noticias, cuando lo que ocurre es que los periodistas, los políticos, y casi todos los que nos organizan la agenda están de vacaciones. No es cierto que no existan noticias, aunque sí lo es que todos los que vivimos en la ciudad más importante del mundo, Bilbao, o en sus alrededores, nos quedamos prendados la semana pasada por el título de Patrimonio de la Humanidad que otorgaron a nuestro puente colgante y nos pusimos todos a escribir sobre él, que resultó ser un puente muy particular para cada uno. El mío era un poco símbolo de la lucha de clases, y revanchista.

Pero no sólo del Plan Ibarretxe, ni del proceso, ni del puente colgante vive el comentarista. Si se fijan ustedes, hay auténticos bombazos informativos en lo cotidiano que merece la pena comentar. Por ejemplo, les va a sentar a los fundamentalistas del nacionalismo vasco como una patada en la boca que Javier Clemente se vaya de seleccionador nacional nada menos que a Serbia. Pasó antes por la de España, y ya le habían perdonado para que sacara al Athletic del agujero en el que estaba. Pero lo de Serbia, símbolo para nuestros nacionalistas de la opresión de las naciones balcánicas, que al final pudieron liberarse de su yugo, no va a sentar nada bien. Por mucho que se diga que un profesional se debe a su trabajo. Tengo que confesar que me impactó. Y eso que estimo a Javier Clemente, porque es el prototipo, en presencia, lenguaje, solera y cierta prepotencia, de la Margen Izquierda (otro prototipo vivo es Nicolás Redondo padre), que son más de Bilbao que los de Bilbao cuando ejercen. Pero no pasa nada, que deje alto el pabellón, allí también, del bilbaínismo, que en todo caso será perdonado por los nacionalistas vascos si logra eliminar a España.

También me emocionó escuchar las amables palabras del lehendakari al recibir a los niños de Chernobil, dirigiéndoles las típicas estupideces que los políticos dicen a los niños en estos casos de recepciones oficiales. Me conmovió que los declarase hijos del pueblo vasco, en un exceso de generosidad exótica con el niño necesitado. Lo digo en serio, me emocioné. Como me emocioné cuando he visto que Ken Follet ha decidido inspirarse en la vieja catedral de Vitoria para la segunda parte de Los pilares de la Tierra. Es de agradecer a sus promotores el trabajo de recuperación y difusión de este viejo templo. En los años sesenta, la catedral sufrió una modesta reparación en su suelo y cristaleras y apareció una iglesia bellísima, iluminada, esbelta, que pocas personas pudimos entonces descubrir. Su desconocimiento y falta de cariño estaba forzado entonces por el interés de la diócesis en hacer de una vez la nueva catedral, ese monumento al hormigón y al mal gusto que acabó inaugurando Franco en 1969. Es un gran acierto fomentar el conocimiento público de la catedral gótica, esta joya bastante desconsiderada y despreciada en el pasado, pero al final le llegó su vindicación.

Hay también otras noticias, igualmente sentimentales, que alegran la existencia. La elección de Mariví Bilbao, a la que también le ha llegado su momento, como chupinera en las fiestas de Bilbao, se lo merece. Gracias a su popularidad en la serie de televisión más castizamente española de todas, le llega este reconocimiento a esta buena actriz de personalidad tan alegre. La mala noticia es que, por razones personales, me perdí el concierto en Amorebieta de mis ídolos más radicales, desde que una tarde fría en un invierno de París me metí en un cine con un amigo a ver Granujas a todo ritmo. Fue para librarnos, tengo que confesarlo, de la helada que caía, pero descubrí que una de las cosas más importantes de la humanidad es el rock que inventaron los americanos. Mucho más que la Coca Cola.

Y como apoteosis final viene la reaparición de lo que un periódico local titulaba como «la mejor izquierda», cosa que, tal como van las cosas en el mundo, hoy en día sería todo un fenómeno. Pero que se trata de algo mucho más importante, sobre todo para los que desde la distancia amamos: la reaparición de la famosa ola que enamora a los surfistas. Y luego dicen que en verano no hay noticias.

Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 26/7/2006