Lo frívolo, lo estúpido, lo grave, todo se nos presenta ya como tragedia, aunque ésta vaya por barrios. Síntoma de la desarticulación social, de la vuelta de cada cual a su tribu, y al que no le queda tribu se va al clan, mientras la polis se ha descubierto como un lugar de enfrentamiento sin rincón sagrado que cobije.
El día del chupinazo de las fiestas de Pamplona vino cuajado de acontecimientos, como si la famosa víspera sanferminera incitara al desencadenamiento de los hechos. Todo empezó cuando el concejal Eskubi, Javier, decidió anunciar que no iba a mencionar al santo en el acto del cohete desde el balcón municipal. Le cayeron todo tipo de críticas, y el tradicionalismo, que atraviesa, -eso si que es transversal-, tanto a la izquierda como a la derecha, pasando por los regionalismos y nacionalismos periféricos, empezaron a ponerle a parir.
Es cierto que toda una juventud y madurez enfrentado al poder se merecía algún colofón importante. Javier es de esos personajes que salvaron la cara a la resistencia, desde aquellas detenciones en Navarra en los años sesenta, cuando nadie se enfrentaba a nada y Franco iba a morir en la cama -y si no es por la derecha que ya estaba harta del Caudillo aquí no cambia nada-, quitando a unos pocos valientes como Javi, que conocieron los sótanos de las comisarías, la izquierda y el nacionalismo hubieran quedado en muy mal lugar ante la historia, aunque siempre haya una buena memoria histórica para un descosido. Que ahora, como colofón a su carrera de rebeldía decida no gritar el viva a san Fermín, aunque le quede algo corto, después de que no hiciéramos ninguna de las revoluciones que amamos tanto, puede ser un consuelo.
Es algo casi estético: ¿por qué un concejal agnóstico no va a romper con el grito del integrismo, tan castizamente navarro, y despacharse a su gusto y criterio?. Es más, en una sociedad tan libre que el fumar está tan mal visto y otras cosas que eran pecado gordo sea la flor de cada día, ¿por qué no va romper con la tradición?. Yo estoy con Javier, por solidaridad de sesentones que no pudimos hacer la revolución pero que de vez en cuando tenemos un desahogo. Y no ha estado nada bien que fuera la alcaldesa por detrás, en plan maestrilla escolar, a corregirle lo que este viejo luchador estaba gritando. Los sanfermines son también un espacio de libertad, si bien una libertad entendida a lo medieval, y esta vez han empezado por no serlo.
Y otro Javier, Clemente, veía frustrada su presencia en el Athletic, tras unas declaraciones, que conociéndole, no podían sorprender. Acaso no se le trajo por su personalidad explosiva a sacar al equipo del agujero en que lo habían metido y al que estaba condenado. Estamos viendo derrumbarse demasiadas cosas, el cambio de era necesita señales en el cielo y movimientos telúricos en la tierra, y es posible que esta crisis larvada que a veces explota en el Athletic sea una de esas señales que ponen fin a los tiempos. En lo personal no hay que extrañar que Clemente bramase, y para los que el Athletic es tan importante como san Fermín para otros, los tiempos venideros los vemos con preocupación.
El día del chupinazo se reunieron oficial y públicamente los representantes del PSE y de Batasuna, gesto solemne como nunca ha existido en un proceso de negociación. Símbolo del cambio de los tiempos, sobre un mantel negro caras diferentes aparecían ante el devenir cercano mientras los gritos y lágrimas de desesperación quedaban a la puerta del hotel de esa ciudad cara, de ese barrio de residencias de millonarios, en la Donostia frívola de veranito apacible dejando la tragedia para los menos y anunciando la deseada paz para el regocijo del resto.
Demasiados acontecimientos traumáticos en un solo día, lo frívolo, lo estúpido, lo grave, todo se nos presenta ya como tragedia, aunque ésta vaya por barrios. Síntoma de la desarticulación social, de la vuelta de cada cual a su tribu, y al que no le queda tribu se va al clan, mientras la polis se ha descubierto como un lugar de enfrentamiento sin rincón sagrado que cobije. Donde lo importante, por encima de las apariencias, es demostrar con hechos quién es el que manda. Hechos como el cambio del significado de las palabras, hechos que demuestran que lo válido hasta ayer ya no lo es hoy, y cada cual va huyendo hacia lo privado, alentando un paisaje en el que mudo canta a la puerta de un sordo mientras un ciego le mira con disimulo.
Todos los derrotados necesitamos nuestro bosque de Sherwood donde escondernos y encontrarnos. Todos los mal vistos debieran tener un espacio tal para gritar lo que piensan, un balcón, un valle con eco, o hasta una celda acolchada. A falta de nada, siempre nos quedaba la victoria de la selección de la República Francesa, que tampoco fue, ni ese consuelo para los heterodoxos. La República centralista, ciudadana, racionalista, sin departamento vasco francés, algo más que un invento de De Gaulle, manifestando que el problema de ETA es español. Pero ganó Italia. A pesar de ello, para seguir tirando, siempre quedará cualquier cuento chino que intente consolarnos, ahora que las señales celestiales y terrenales anuncian apocalípticamente la nueva era.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 12/7/2006