LOS EMBAJADORES JUBILADOS chocheamos y no siempre captamos decisiones que conciernen al Ministerio al que has dedicado tu vida.
La primera es el futuro de Borrell. ¿Se va, no se va? ¿Va a encontrar Sánchez en Exteriores uno mejor preparado que él, en experiencia, idiomas, claridad de ideas? Frío, frío. Y, sobre todo, ¿va a encontrar alguien, ducho en Europa y que conozca, polemice con soltura y aclare los meollos del tema catalán en el exterior? Lo dudo más aún. Las cavilaciones del presidente para la solución del mayor problema que tiene hoy España son un enigma envuelto en un misterio. El paso dado en Navarra –Indalecio Prieto o Azaña– se habrán agitado en sus tumbas, no augura cosas buenas.
Borrell es un primer espada en el gabinete. Pudo ser presidente del Gobierno y fuego amigo dentro del PSOE lo liquidó. Es claro que si él estuviera hoy en La Moncloa la investidura no tendría problemas porque no habría un no rotundo de Rivera ni Casado haría asquitos. Los constitucionalistas del centroderecha confían en él; en Sánchez, lógicamente, no.
Si Borrell marcha a Europa espero que aterrice en un puesto verdaderamente importante y no de chicha y nabo. Incluso así, ¿puede allí como comisario abortar una moción equívoca del Parlamento alemán sobre el tema catalán? No estoy seguro. Como ministro español quizá tendría más fuerza.
Hay otros misterios de Exteriores tal vez inspirados en la inquietante filosofía sanchista. El propio Borrell afirma que la leyenda negra de España en el exterior ha regresado con el tema catalán. Cierto, y es necesario combatirla con recursos y celo. Los separatistas han sembrado con habilidad la catarata de falsedades victimistas, que conocemos, España nos roba, no hubo golpe de Estado, nuestros dirigentes están en la cárcel por razones políticas, etc…
Hace días apareció un libro que metódicamente refuta estas patrañas. Lo presenté en la Escuela Diplomática con la excelente constitucionalista Teresa Freixes. El autor es el embajador José Antonio de Yturriaga (Cataluña desde fuera. Editorial Sial-Pigmalión). La obra, por su rigor y extensión, es un manual muy idóneo para impugnar todas las fantasmagorías del independentismo. Literalmente todas. Resulta un instrumento muy útil para nuestras representaciones en el exterior, centros culturales, universidades con departamentos de historia española…
Dije al autor que instara a Exteriores a comprar ejemplares y circularlo. La respuesta ha sido negativa. Alucino a cuadros. Hace meses, cuando comenté con un alto cargo de Exteriores que nuestro Ministerio tenía que conseguir que Hacienda no fuera cicatera y nos diera como mínimo cuatro veces la cantidad que vienen gastando los separatistas en lobbies, conferenciantes, viajes propagandísticos o seducción de creadores de opinión, me sorprendió que me mirara con perplejidad dudando de la magnanimidad de Hacienda en este tema. No estoy seguro, con todo, que las estrecheces habituales de Exteriores sean la causa de la negativa sobre el libro. Es calderilla ante la gravedad del asunto.
La realidad, con todo, es miope y lúgubre: que Exteriores, con la que está cayendo, considere improcedente difundirlo te pasma. Siendo un hecho –sólo hace falta leer la insultante equidistancia Financial Times o del New York Times cuando el referéndum chapuza–, que los independentistas nos han madrugado en sus asechanzas, que vuelve la leyenda negra, hay que atajarlo.
La Generalitat sigue abriendo embajadas que ya le parecieron irritantes y desleales a Azaña. Estas oficinas montan encuentros como el que leemos con el Instituto Indígena de Méjico, en el que hay un trueque que habrá tenido allí eco. El enviado catalán compra la tesis peregrina del presidente mejicano de que España debe pedir perdón a Méjico por la conquista (habría que preguntar al demagogo y soberbio presidente si estaba alegre cuando lo dijo, por qué aplica baremos morales actuales a hechos acaecidos hace cinco siglos y susurrarle que es él quien debería pedir perdón a sus indígenas porque la brecha entre éstos y los que mandan es superior ahora a cuando nosotros nos marchamos hace dos siglos). Como contrapartida el jefe del instituto citado apoya las causas independentistas.
Esto se va a repetir. El torticero mensaje separatista llegará a más núcleos de poca o relevante influencia. No necesitamos sólo convencer a los gobiernos; hay que cuidar a la opinión pública, las instituciones docentes y los medios de información.
Es harto problemático que el Gobierno Sánchez haga algo para cerrar las representaciones catalanas cuya principal misión ahora es vender el separatismo, propagar que España les asfixia culturalmente, que Madrid quiere judicializar la política, que el Estado no quiere dialogar sino buscar el enfrentamiento, que el golpe fue un acto festivo, pacífico y sofocado brutalmente por la policía con 838 heridos; que Cataluña tiene el derecho a decidir recogido en la carta de la ONU porque su independencia de siglos fue aplastada por España en varias ocasiones… La catarata de patrañas que nos desprestigian.
Aparece, entonces, una obra global como la mencionada que pulveriza las pamemas. Nuestro cónsul en Hamburgo, el embajador en Canadá, los consejeros de información en Lisboa o Argentina, las universidades en Chile, Méjico o Estados Unidos lo encontrarán de enorme utilidad por su detallada refutación. Va a ser que no.
¿Se hacen ya cambalaches misteriosos con los independentistas y no es bueno que se enfaden si conocen que Exteriores tiene la descortesía de difundir un obra que los desmonta?
¿Es un pequeño regalo del Gobierno a sus socios de investidura? La respuesta afirmativa sería penosa. Que un Gobierno socialista democrático español tenga remilgos en días en que Torra repite ostentóreamente «lo volveremos a hacer» y desaira al Jefe del Estado, te deja boquiabierto y pesimista. Casi tanto como leer lo que aprenden sobre España los críos catalanes en las escuelas mientras la Alta Inspección mira de lado. Eso sí que es una fábrica imparable de independentistas. Que dentro de unos años no tendrá remedio.
Inocencio F. Arias es diplomático y escritor.