RUBÉN MORENO-EL MUNDO
El autor invoca la figura del estadounidense Ross Perot, recientemente fallecido, para deplorar la estrategia divisiva que sirve para ganar elecciones pero impide gobernar para el interés general.
TENGO en mis manos el libro que me regaló Ross Perot durante su primera campaña presidencial de los Estados Unidos en 1992: United we stand. El título simboliza el antiguo dicho «unidos venceremos, divididos caeremos»; o lo que es lo mismo, la unión hace la fuerza. Ross Perot falleció el pasado 9 de julio de 2019 a los 89 años en Dallas, Texas, debido a una leucemia.
Esas elecciones presidenciales cambiaron algunas cosas en los Estados Unidos. Una de ellas fue el fin de las mayorías aplastantes que tuvieron lugar en la década anterior y la polarización del voto por regiones, que llevó a algunos estados de la conocida como muralla azul a ofrecer una fidelidad demócrata inquebrantable durante 20 años. Esa fidelidad se rompió en 2016 para darle la mayoría a Trump. La otra fue la incorporación significativa a la carrera presidencial de un candidato independiente, Ross Perot, que consiguió un meritorio apoyo para un tercer candidato del 18,2%, y que dio la presidencia a Clinton frente a Bush por la división del voto.
Ross Perot era un empresario y multimillonario, sí, pero a pesar de la tentación no puede hacerse una comparación con Trump. Es cierto que también era una persona peculiar, pero estaba claro en qué creía: la disciplina fiscal, los empleos bien remunerados para los estadounidenses y la responsabilidad individual. Siempre conducía un coche de la General Motors (GM) hasta que les vendió su empresa por 2.500 millones de dólares. La operación acabó en catástrofe y le obligó a recomprarla. Desde entonces juró que jamás volvería a conducir un coche de GM, y podía vérsele con un Ford Crown Victoria. Pero recuerdo con nitidez que al hablar con él percibías el magnetismo de quien empezó a repartir periódicos locales con 12 años a lomos de un poni, envió un comando para liberar a dos de sus empleados que habían sido secuestrados en Teherán y acabaron escapando 11.800 reclusos, y ganó una fortuna que la revista Forbes catalogó en 5.000 millones de dólares. Había una frase suya que le definía: «El activista no es el hombre que dice que el río está sucio. El activista es el hombre que limpia el río». Era un hombre de acción.
No se le podía encasillar como conservador o como liberal: estaba en contra del Tratado de Libre Comercio de América del Norte y, aunque a regañadientes, a favor del derecho al aborto. Pero lo que más sorprendió a alguien como yo, que viviendo en Washington D.C. había pasado de un país con un sistema sanitario público como España a sufrir el sistema estadounidense, es que Ross Perot defendiera el sistema sanitario universal para todos en la cuna del sistema sanitario privado por excelencia. Cuando en España gastábamos el 4,78% del PIB en salud, en los EEUU se gastaba el 12,4%, y sin embargo 37 millones de americanos carecían de cualquier tipo de cobertura sanitaria. Como Perot decía, «estamos pagando las entradas más caras del patio de butacas y no tenemos ni un mal espectáculo». Los americanos han estado hablando sobre reforma sanitaria desde que Truman era presidente. Lo más cerca que han estado de ella fue con el ObamaCare. Sin embargo, y aun creciendo los costes sanitarios el doble de lo que lo hacía la economía, no ha habido forma de reformarlo completamente. El ámbito político es el último lugar donde uno puede esperar el desarrollo de un sistema racional. El sistema político se ha construido ingeniosamente para permitir que los distintos grupos empujen sus intereses unos contra otros con la esperanza de que los compromisos resultantes beneficien a todo el país. Eso funciona bien para algunas aéreas. No funciona bien para el sistema sanitario, y probablemente para ningún sistema del Estado de bienestar.
Su osadía no quedaba limitada a la reforma sanitaria. También proponía aumentar el periodo lectivo en educación, pagar a los profesores en función de sus méritos, limitar el número de legislaturas para los representantes al Congreso en función de su desempeño y poner un impuesto de 0,5 dólares por galón de combustible para pagar el déficit presupuestario federal. Con todo, no se puede decir que tuviera un buen ojo clínico para todo: pensaba, ingenuamente, que China se volvería mas democrática con el tiempo, según fueran desapareciendo sus dirigentes, porque eran muy viejos.
Hoy Ross Perot tampoco habría ganado las elecciones presidenciales. Era demasiado realista en sus propuestas: pedir sacrificios a los ciudadanos para conseguir lo que un país requiere, reducir la deuda, atender a los más débiles, ofrecer asistencia sanitaria para todos y mejorar la educación. Sí, porque todo eso, lo que conocemos como el Estado del bienestar, requiere sacrificios por parte de todos.
Hoy, como entonces, la división del voto volvería a dar la mayoría a quien nunca hubiese esperado obtener la mayoría. United we stand–unidos venceremos– es aplicable a todo. Aplicable a un partido. Aplicable a una coalición de partidos. Aplicable a un país. En políticas sociales en general, y en política sanitaria en particular, no es una opción: es la opción. Solo unidos podremos mantener y mejorar nuestro bien ganado sistema sanitario. Tenemos el talento, tenemos gran parte del presupuesto. Necesitamos una inversión creciente sostenida en el tiempo, un liderazgo integrador y el compromiso de todos los que participan en el sistema. Y como Perot decía: «Cuando veas una serpiente, mata a la serpiente. No nombres a un comité sobre serpientes. Necesitamos acción hoy».
Rubén Moreno fue secretario de Estado de Relaciones con las Cortes y secretario general de Sanidad.