Rubén Amón-EL Confidencial
El volantazo patriotero del presidente del Gobierno en funciones exige a los votantes un nuevo ejercicio de credulidad ante las inminentes elecciones del próximo 10 de noviembre
El ‘Manual de resistencia‘ de Pedro Sánchez está escrito en tinta china. Parece el presidente del Gobierno el protagonista de ‘Memento’. Olvida lo que acaba de decir, no es capaz de retenerlo. Y se instala en el tiempo presente como mecanismo existencial de supervivencia. Así lo refleja el adverbio temporal que define el lema de la campaña socialista: ahora.
Es la solución que Sánchez ha encontrado para perfeccionar el transformismo. Sánchez simpatizaba con el artefacto de la plurinacionalidad cuando lo requería la coyuntura. Y abjura ‘ahora’ del nacionalismo porque la sensibilidad electoral privilegia la bandera de España. Se ha convertido el líder socialista en un españolazo del barrio de Salamanca. Tanto se está escorando hacia el centro que va a terminar colisionando con el triunvirato de la plaza de Colón, al socaire de la banderola roja y gualda que antes le abrumaba.
El movimiento beneficia a Iglesias y Errejón como expresiones del complejo patriótico que tanto subyuga a la izquierda ortodoxa, pero el volantazo patriotero de la Moncloa también exige un ejercicio de credulidad a los votantes. Podrían objetarle en las urnas la interinidad o el oportunismo de sus posiciones políticas. Y reprocharle que se haya convertido en una caricatura posmoderna de Mariana Pineda cuando antaño promovía la nación de naciones en su fundamento cultural, lingüístico e histórico.
Fueron los tres argumentos a los que recurrió Pedro Sánchez en 2017 con motivo de aquel debate de las primarias socialistas que lo enfrentaba a Susana Díaz y Patxi López. “¿Tú sabes qué es una nación, Pedro? ¿Qué es una nación, Pedro?”, le preguntaba con urgencia el exlendakari.
La respuesta ha desaparecido del ‘Manual de supervivencia’. Que no es un libro de memorias, sino un tratado de amnesia. O un ‘bestseller’ de autoayuda que entronca con la evanescencia del budismo ‘new age‘: el poder del ahora.
Ahora y aquí, Sánchez agita la bandera española como un’ hooligan’. Incluso parece dispuesto restregársela a los partidos soberanistas con la misma desfachatez con que antaño la ocultaba o la disimulaba en el mástil.
Estos ejercicios de ilusionismo se agradecerían si fueran demostrativos de unas convicciones o de un profundo ejercicio de reflexión y de arrepentimiento. Conviene al Estado español la autoridad de un presidente implicado en el principio de la unidad territorial y refractario a las veleidades independentistas, pero la propia interinidad del ‘ahora’ contradice la credibilidad del presidente en su discurso de cohesión españolista.
Podría renunciar a él de requerírselo las circunstancias. Las mismas circunstancias que han predispuesto la abstención de Bildu en Navarra; que han forzado un acuerdo con Junts per Catalunya en la Diputación de Barcelona; que convierten al PSC en la ambigua bisagra hacia el nacionalismo, y que hubieran facilitado la investidura en julio, cuando ERC no era percibido como un partido de ruptura sino como un aliado progresista, un recurso contingente en la familia de la izquierda.
Pedro Sánchez ha demostrado un instinto y una obstinación impresionantes. Habiendo sobrevivido en la marginalidad, más sencillo va a resultarle sobrevivir en el poder y en la opulencia, pero los números de travestismo y de telepredicación deberían inquietar al electorado, más allá de la susceptibilidad del pensionista y de la angustia del subsidiado. Que Pedro Sánchez carezca de memoria no obliga a los votantes a participar de la amnesia. Menos aún cuando el presidente del Gobierno ondea la bandera de España con el ventilador y prepara el último truco de ilusionismo.
No debería exagerar la confianza en sí mismo ni abusar de infalibilidad. Los síntomas, las inercias, la propaganda, sobrentienden que el sustituto de Sánchez el plurinacional será Sánchez el españolazo, aunque a los magos les acosa el síndrome de Splendini, aquel memorable prestidigitador de Woody Allen que terminó desapareciendo en uno de sus propios trucos.