Alberto Ayala-El Correo

Las izquierdas y el nacionalismo vasco (PNV y EH Bildu) dejaron ayer sentadas las bases para la conformación del primer Gobierno de coalición progresista desde el restablecimiento de la democracia. Fue un movimiento acompasado. Primero, la Abogacía del Estado se pronunciaba, como cabía esperar, en favor de que Oriol Junqueras mantenga la inmunidad y ejerza de europarlamentario, de momento. Luego PSOE y PNV presentaban su pacto. Y por la tarde los nuevos socios de Gobierno rubricaban su compromiso. EH Bildu, por su parte, confirmaba también su abstención, si su militancia da su visto bueno.

Pero, ¿y ERC? Aunque el grueso de la cúpula republicana se inclina por hacer posible la investidura de Pedro Sánchez con la abstención de sus trece parlamentarios, no faltan ni algunos dirigentes críticos ni un enorme temor: que una parte del votante independentista no lo entienda y se ponga en riesgo su victoria en las próximas elecciones catalanas en favor de los exconvergentes de Puigdemont.

Es posible que esta concatenación de anuncios tuviera como finalidad a ERC. O simplemente que todo estuviera preparado para ayer y al no llegar el pronunciamiento final de los republicanos -lo dará su Consell Nacional convocado para este jueves-, el resto decidiera seguir hacia adelante.

Aun así parece altamente improbable que todo se frustre y en lugar del primer Ejecutivo de coalición de izquierdas tengamos otras elecciones. Sería el final político da Pedro Sánchez.

Tan pronto el líder del PSOE vuelva a ser investido, España entrará en un nuevo ciclo de bloques. A un lado las izquierdas, los nacionalistas y buena parte de los regionalismos. Al otro, las derechas y los restantes regionalistas (UPN o Foro Asturias). En todos los niveles institucionales, sin apenas excepciones.

La transversalidad dejará paso a una durísima confrontación a todos los niveles. Culpable: la negativa de Ciudadanos a pactar con el PSOE la pasada legislatura en contra de su propia razón de existir -ejercer de socio de uno de los dos grandes para frenar a Podemos-, que el electorado castigó en noviembre con extrema dureza.

Llega un Gobierno de progreso apoyado por nacionalistas e independentistas. Y lo hace con un programa que incluye medidas habituales en las izquierdas. Y también guiños a vascos a catalanes. La materialización de muchas de las propuestas dependerá de que la realidad económica, las directrices de Bruselas y la matemática parlamentaria lo permitan.

Dudas, muchas dudas que se extienden hasta dónde está dispuesto a llegar el PSOE para convertir a España en un Estado plurinacional y respetar «los sentimientos nacionales de pertenencia». Hasta dónde para encarrilar el conflicto catalán. Y si en ese mar de cambios llegará la oficialización de las selecciones vascas y catalanas. De lo que ya no caben dudas es de que Navarra ha pasado a formar parte de la agenda vasca jeltzale a todos los efectos. Esta vez el PNV ha conseguido del PSOE las competencias de Tráfico para la comunidad foral en seis meses. La confirmación de una estrategia para dejar ser un partido muy menor, aunque influyente y de gobierno, en el viejo reyno.