Nacho Cardero-El Confidencial
Inés Arrimadas está ante la tesitura de gestionar el erial naranja ante tres procesos electorales clave para la supervivencia del partido: Galicia, País Vasco y Cataluña
¿Una fórmula para unir al constitucionalismo en un momento de máxima división entre los nacionalistas o una forma de pegarse un tiro en el pie, contaminándose ideológicamente y abandonando el centro político? ¿Cuáles son las consecuencias de la fusión fría que han puesto en marcha Ciudadanos y el PP en algunos territorios? ¿Error u oportunidad?
En vísperas de la hecatombe electoral del 10 de noviembre, Cs ya se planteó la posibilidad de recoger el guante del España Suma que desde el PP ofrecía Teodoro García Egea previendo los funestos resultados que vaticinaban los sondeos internos. Albert Rivera decidió jugárselo al todo y nada, y finalmente fue nada. Acto seguido, tomó las de Villadiego.
Quien se ve ahora en la tesitura de gestionar el erial naranja es Inés Arrimadas, con solo 10 diputados en el Congreso y tres procesos electorales clave para la supervivencia de la formación: Galicia, País Vasco y, sobre todo, Cataluña.
«Si Inés sacó tan buenos resultados en 2017, fue por el voto del cinturón rojo. Estos no se van a ir con Cs si pacta con Casado»
«Nadie duda de que Arrimadas tiene que hacer algo, pero dudo de que la solución pase por la fusión», arguye un conocido fontanero del bloque constitucionalista. «El PP es la bicha, Rajoy, Soraya, las cargas policiales. Unir la imagen de Cs a la del PP supone derechizar Cs. Si Inés sacó tan buenos resultados en 2017, fue por el voto del cinturón rojo y los abstencionistas cabreados. Estos no se van a ir con Ciudadanos si pacta con Casado».
A estas reticencias hay que sumar el hecho de que el constitucionalismo, lejos de unirse, como pretenden PP y Cs, está casi tan dividido como el secesionismo. Al margen de los devaneos del PSC con los republicanos de Esquerra, dignos de tratarse en el diván, hay un sinnúmero de nuevas formaciones que, en su afán de hacerse hueco, fragmentan aún más un ya de por sí atomizado bloque constitucionalista. Es el caso de la Lliga Democràtica de Astrid Barrio y Josep Ramon Bosch, o la Barcelona pel Canvi de Manuel Valls, perejil de toda salsa que se precie.
Con todo y con eso, Arrimadas ha decidido tirar para adelante, dando el paso que Rivera no quiso o no se atrevió a dar. A pesar de los argumentos que juegan en su contra, y que fueron expuestos y debatidos en la reunión extraordinaria del pasado viernes, en Cs consideran que, en este «momento de gravedad que vivimos», hacen falta «respuestas excepcionales y acuerdos transversales constitucionalistas».
Mismos argumentos que los de un Partido Popular que sabe que su supervivencia pasa obligatoriamente por la reconfiguración del espacio de centro derecha. Una nueva refundación, quién sabe si con nuevas siglas, en la que se converja con un capitidisminuido Cs.
Lo de PP-Cs es una estrategia para dinamitar el plan del PSOE, Podemos y nacionalistas de extender el tripartito a toda España
No se trata tanto de una cuestión de votos, explican, como de elaborar una estrategia en torno al «bien del país», en una coyuntura en la que el Gobierno del PSOE se encuentra al albur de Unidas Podemos y de los nacionalistas, incluido Pere Aragonès (ERC), quien, por si alguien tenía dudas, sigue predicando la especie de que su objetivo último es que el independentismo supere el 50% de los votos en los próximos comicios para doblar la cerviz al Estado. Con estos bueyes tiene que arar la Moncloa.
Lo de PP y Cs no es tanto un capricho demoscópico, continúan, como una cuestión de Estado, a sabiendas de que lo que pretende acometer Pedro Sánchez es un plan expansionista para, por un lado, concentrar los tres poderes —el ejecutivo, el legislativo y el judicial— en uno solo y, por el otro, llevar el tripartito que ya funciona en el Congreso, en comunidades como Navarra o ayuntamientos como el de Barcelona, al resto de España, lo que para el centro-derecha no es sino la progresiva fagocitación de España por parte de un nacionalismo y populismo que saben que Sánchez come de su mano.
Una reflexión compartida, paradójicamente, por una parte del socialismo, ese PSOE heredero de Rubalcaba que se encuentra impotente y en la más absoluta soledad, y que barrunta una posible implosión del Gobierno Frankenstein que lleve a las derechas a la Moncloa, con Vox a la cabeza, y al PSOE al más absoluto de los ostracismos, en un futuro no muy lejano.
«En el referéndum, obtuvieron solo un 37% de los votos, pero ganaron, y ha sido suficiente para transformar el destino colectivo del país durante al menos una generación. Hacer creer a la sociedad que el origen de todos sus males es un elemento externo hostil es el truco más antiguo del ‘manual populista’. Es lo que Stalin hizo con Trotsky», escribe el novelista Ian McEwan en ‘The Guardian’ («Brexit, la ambición más inútil y masoquista de la historia de nuestro país, es ya una realidad»), donde se refiere a lo acaecido en Reino Unido con unos argumentos que empiezan a resultar extrapolables a nuestro país.
«Nuestros representantes ignoraron el evidente interés público y se arrugaron ante las camarillas de partido y ante ‘la gente ha hablado’, esa sombría locución soviética, seguida de ‘hacer Brexit’, el polvo mágico que nubla la mente y que ha cegado la razón y ha disminuido las perspectivas de nuestros hijos». Donde McEwan habla de representantes, ponga usted a Pedro Sánchez o Artur Mas; lo de «la gente ha hablado» sustitúyalo por el «no nos dejan votar», y el “polvo mágico” cámbielo por la programación de TV3 y verá que la situación de España se asemeja cada vez más a la de ese Reino Unido que abandona Europa por la puerta de atrás.