ALBERTO AYALA-El Correo

Mientras los partidos secesionistas de Cataluña, Euskadi y Galicia se regalaban ayer un minuto de gloria con un plante al Rey en el acto de apertura de la nueva legislatura, el debate político sigue discurriendo, entre otros asuntos, por la oferta de convergencia electoral de PP y Ciudadanos planteada por la líder provisional de los naranjas, Inés Arrimadas. Propuesta con un alcance limitado: las tres autonomías históricas.

Vistas las primeras reacciones, parece difícil que la idea prospere. Arrimadas condiciona su oferta de coalición, su Mejor Unidos, a que se haga en las tres autonomías. El PP no hace ascos ni a una Cataluña Suma ni a una Euskadi Suma, consciente de su delicadísima situación en ambas comunidades, pero de extenderlo a territorio Feijóo, donde se sabe claro ganador, nada de nada. Suceda lo que suceda, PP y Cs deben sopesar si les conviene o no apostar por mantener el actual mapa político con tres formaciones en el centro derecha. O si buscan una simplificación por absorción (de Cs por el PP) o de refundación (entre ambos). Siempre dejando a Vox a un lado.

La corrupción y las políticas de ajuste frente a la crisis terminaron hace seis años con el bipartidismo imperfecto en España. Apareció Podemos. Y el establishment impulsó a Ciudadanos. La operación tenía un gran objetivo: evitar el acceso al poder de los morados. Y que PP y PSOE no tuvieran que conformar una gran coalición para evitarlo que desgastara a uno o a ambos.

Hace un año Albert Rivera tuvo la oportunidad de justificar la aparición de su grupo. Pero el ya exlíder naranja declinó formar un gabinete de coalición PSOE-Cs, del que hoy sería vicepresidente. Luego desestimó una oferta del PP para ir juntos a las últimas elecciones porque su objetivo era desbancar a los conservadores como gran referente de la derecha. Y en noviembre el electorado habló: batacazo monumental que ha colocado a Cs al borde de la desaparición. Luego ha llegado el pacto PSOE-Podemos.

Hace unos meses, en Navarra, los regionalistas de UPN decidieron cambiar de barca electoral para subir en ella a un PP moribundo y a Cs minúsculo. Navarra Suma agrupó el voto de toda la derecha, pero no el de muchos centristas. Logró, sí, algún escaño más, pero quedó lejos de la mayoría absoluta y sin posibilidad de pactar con nadie porque los socialistas apostaron y consiguieron formar un Gobierno de progreso, que la comunidad vecina no tenía desde que la corrupción hundió al PSOE en los 90.

PP y Ciudadanos deben analizar si juntos sumarían más que por separado. Plantearse la operación en serio en toda España o abandonarla. Escrutar cuántos electores de centro rechazarían una opción así. Y si les conviene seguir teniendo como único aliado a su alcance a Vox. La opción de pacto con el PSOE quedaría limitada a una emergencia nacional. En demasiadas ocasiones las sumas también restan. Y las urgencias acostumbran a ser malas consejeras. La política española va a transitar en lo inmediato dividida por bloques. Pero lo próximo no es lo definitivo. Y no resulta para nada descartable que el centro vuelva a abrirse paso como una fuerza imprescindible en la política española.