El voluntarismo exacerbado asumido por el PNV de ETA durante el Pacto de Estella nos ha arrastrado a todos a este vacío. Un vacío facilitado porque la sociedad vasca no fue capaz de desligitimar políticamente a ETA y a HB durante estos 24, ni al PNV, tras el bienio negro, en las elecciones del 13 de mayo de 2001. Ha tenido que ser la legalidad vigente la que realizara esta tarea.
O al menos eso creía, cuando nadie tiene derecho a destruir algo aunque crea que le pertenece. Es algo muy hispánico creer que las personas son propiedad de alguien, que puede disponer de su vida. El 25 de octubre de 2003 el PNV ha decidido rescindir el pacto de convivencia política y enterrar el Estatuto de Autonomía, el marco político (el primero y único) que mayor perfil de identidad política había otorgado al pueblo vasco y en cuya elaboración cupieron nacionalistas y no nacionalistas. Se abre así, sin contar con los no nacionalistas -y precisamente por ello-, una crisis en el seno de la sociedad vasca que alcanza, como no podía ser de otra manera, al sistema constitucional y puede alterar el actual modelo de descentralización del Estado si éste no reacciona.
Pero sigue la mentira, el Gobierno vasco no aprobó nada, lo que se presenta a Atutxa es una comunicación de Ibarretxe. No hay proyecto de ley, que a efectos políticos es lo mismo pero que a efectos legales supone que a Atutxa, ya procesado, se le vuelve a cargar con el muerto.
Aunque haya sido un entierro oficiado tan sólo por el nacionalismo, con IU de monaguillo, es evidente que el marco de convivencia ha sido volado, por mucho interés que tengan las formaciones constitucionalistas -hoy las únicas estatutarias- en apuntalarlo. Le corresponde al Gobierno tripartito la enorme responsabilidad de acabar con un marco político con la enajenada pretensión de imponer otro de imposible realización ante la legalidad española, la internacional, y, especialmente, la europea, todas ellas coherentemente imbricadas. Y la europea muy sensible tras su enorme responsabilidad por su pasividad ante la tragedia yugoslava.
Lo que se propone como alternativa al Estatuto no tiene la adhesión que logró éste hace 24 años -la de todos los partidos, excepto HB-, ni cuenta con el respaldo de las Cortes Generales. La actual propuesta, al carecer del apoyo necesario de los partidos nacionalista y de las Cortes Generales, adquiere en su presentación por el nacionalismo más un estilo de oferta prebélica que de marco para la convivencia. Sin lograr más apoyos que los que ya tenía cuando puso en marcha su propuesta, el lehendakari no debía haber forzado el proceso dando un paso adelante.
Sin embargo, como protagonistas de una tragedia escrita por el nacionalismo, sus personajes han seguido el guión conducidos por una angustia provocada ante acontecimientos próximos: el fatal desenlace de ETA, su desaparición, y el cierre de cualquier pretensión hacia la independencia, más allá del Estatuto, ante la próxima consolidación europea con su Constitución plebiscitada por todos sus ciudadanos. El voluntarismo exacerbado asumido por el PNV de ETA durante el Pacto de Estella nos ha arrastrado a todos a este vacío. Un vacío facilitado porque la sociedad vasca no fue capaz de desligitimar políticamente a ETA y a HB durante estos 24, ni al PNV, tras el bienio negro, en las elecciones del 13 de mayo de 2001. Ha tenido que ser la legalidad vigente la que realizara esta tarea.
Es evidente que corresponde a los demócratas desautorizar con argumentaciones racionales trazadas desde la Ilustración la propuesta de nuevo sistema político recién presentado por los nacionalistas, pero no me cabe la menor duda de que los razonamientos no van a hacer la menor mella en un movimiento fundamentalmente emotivo, cargado de la enorme energía que proporciona su primitiva ideología, basada en el milenarismo de un pueblo elegido con soberanía originaria, llamado a desprenderse de la supuesta opresión ejercida contra él por todo lo español e, incluso, por la República Francesa, sujeto de tanto agravio, víctima de la injusticia de no poder ser él mismo, etc.
La experiencia ante los nacionalismo del siglo pasado, y la más reciente extraída, de la crisis yugoslava, permite suponer la inmunidad del nacionalismo ante las argumentaciones de quienes considera sus genocidas, herederos del franquismo, o traidores. Se observa históricamente que la capacidad de reflexión de las sociedades que los siguieron se produjo solamente cuando se vieron realmente derrotadas. Maldito el consuelo de los demócratas alemanes exclamando «ya lo decía yo».
Quizás lo importante sea considerar que el proceso abierto no tiene solución, que las pretensiones nacionalistas van a chocar con el Estado y que este enfrentamiento va a provocar un trauma de imprevisibles consecuencias. Digo imprevisibles porque bien podría generar mayor rebeldía nacionalista, favoreciendo el renacer de ETA o, más probablemente, la reacción de este nacionalismo privilegiado, acostumbrado al bienestar y a rentas altas, que con el shock quizá se despierte de la enajenación voluntarista y asuma de nuevo, hasta la siguiente, el statu quo español, europeo e internacional.
Porque, al fin y al cabo, todas las insurrecciones históricas habidas en el País Vasco no han sido por causas endógenas sino de ámbito español: carlismo frente a liberalismo, rebelión conservadora frente al Gobierno vasco republicano. Sólo ETA tiene label vasco de insurrección armada, y no está en sus mejores momentos. Los órdagos se responden con serenidad.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 31/10/2003