José Antonio Zarzalejos-El Confidencial

El confinamiento no es el silencio de la crítica. Sobre todo cuando está justificada y no sabemos quién nos gobierna, si Pedro Sánchez o el jefe del Gobierno. Puede terminar desquiciándonos

En noviembre de 2018, Carmen Calvo distinguió entre Pedro Sánchez y el presidente del Gobierno para justificar que cuando aquel afirmó en mayo anterior que en Cataluña se había producido un delito de rebelión no desempeñaba la responsabilidad de jefe del Ejecutivo y que en esa condición no emitió tal opinión. Lo que se consideró una ocurrencia de la vicepresidenta primera no lo era en realidad. Porque todo hace suponer que a veces vemos la versión de Pedro Sánchez y otras la del presidente del Gobierno, que pueden ser contradictorias y muchas veces lo son.

Nunca sabremos quién era el que impugnaba el carácter democrático de Iglesias, se negaba a un Gobierno de coalición y aseguraba que no dependería de los independentistas: ¿Pedro Sánchez o el presidente del Gobierno? La variabilidad de criterios, la improvisación de decisiones y la volatilidad de sus estrategias remiten unas veces al jefe del Ejecutivo y otras a Pedro Sánchez. Puede terminar desquiciándonos.

Veamos: el miércoles pasado, el uno o el otro —o ambos— se negó/negaron en el Congreso a alterar los términos del estado de alarma. El viernes presidió un Consejo de Ministros extraordinario; el sábado anunció que hibernaría el sistema económico el lunes tras convocar el domingo otra sesión del Gobierno y, al final, a una hora de entrar en vigor el Real Decreto-ley 10/2020 de reducción de la movilidad, se introdujo una disposición transitoria (la primera) para, de hecho, aplazarla 24 horas.

Es muy posible —corresponde a los técnicos debatirlo— que la medida sea acertada para combatir el contagio del coronavirus. Pero es completamente seguro que la forma de adoptar la decisión el pasado domingo resultó inadecuada, adentrándose en lo caótico en las últimas horas de anteayer.

Lo elemental hubiese sido que el martes el Gobierno hubiese anunciado una vuelta de tuerca al confinamiento de la población, que el miércoles la hubiese explicado el presidente en el Congreso y que el Consejo de Ministros extraordinario del viernes la hubiese aprobado, previo consenso con los sindicatos, las patronales y las comunidades autónomas. Tenía toda la lógica porque enlazaba con los festivos de Semana Santa.

Algunos miembros del Gobierno se han disculpado por la “confusión” sobre el listado de los servicios esenciales, pero han negado lo obvio: la improvisación. La ha habido. Y es la consecuencia de la incompetencia de algunos responsables al frente de esta crisis y de la manera con que el presidente del Gobierno (o Pedro Sánchez) conduce los asuntos políticos en general; la facilidad con la que se desmiente a sí mismo y la liquidez de sus criterios, que varían mucho más que el ‘dinamismo’ de esta catástrofe sanitaria.

Sería una canallada no desear que las medidas que el Ejecutivo adopta no fuesen exitosas, pero también una irresponsabilidad callar sobre el alto nivel de incompetencia, incluso de torpeza, que se registra en la gestión de la crisis.

Uno de los factores que determinan esta sensación de improvisación —y es gravísima la que se ha consumado el domingo, no a efectos sanitarios, sino a otros muy relevantes— es el tipo de liderazgo que pretende ejercer Pedro Sánchez (o el presidente del Gobierno), como le afearon algunos presidentes autonómicos, que se quejaron de que las reuniones telemáticas de los dos últimos domingos hayan sido “informativas” y no “deliberativas”.

Hay mucha superficialidad al suponer que de la noche a la mañana se puede adoptar una medida de congelación económica sin contar con la activa colaboración de las administraciones autonómicas y los responsables empresariales.

Quizá porque conozco el País Vasco industrial, entiendo de manera muy particular el criterio cabreado del presidente de los empresarios vascos (no se olvide que son preferentemente industriales), Eduardo Zubiarre, que este lunes calificó al Gobierno de Sánchez en Radio Euskadi de “despropósito, una amenaza y un ejemplo de incompetencia”.

No hace falta demasiada perspicacia para advertir que el PNV es socio de investidura del socialista; que también lo son EH Bildu y, desde luego, ERC, y que las comunidades que están siendo más críticas con el presidente del Gobierno (o con Sánchez) son, además de Madrid, Cataluña, el País Vasco y Galicia.

La izquierda y el Gobierno piden solidaridad. Hay que aportarla. Pero también exigir previsibilidad, eficacia, consenso y acierto. Y esas demandas no deben evitarse ni desde la oposición, ni desde las comunidades autónomas ni desde los medios, en un país con un Congreso que no legisla (solo valida), unos tribunales que están bajo mínimos y dos comunidades autónomas (Galicia y Euskadi) con sus parlamentos disueltos y sin fecha para elecciones.

Sanchez (o el presidente del Gobierno) puede autolesionarse cuanto quiera (y lo hace con fruición), pero el confinamiento no es el silencio de la crítica. Sobre todo cuando está justificada y no sabemos quién nos gobierna, si Pedro Sánchez o el jefe del Gobierno. O esos ‘expertos’ que sirven para actuar o para dejar de hacerlo.