Luis Ventoso-ABC

  • No tardó cinco minutos Echenique en afirmar que los muertos serán del PP si no apoya

Pablo Casado adelantó al rayar el día que no apoyará mañana en el Congreso la cuarta prórroga del estado de alarma, en contra de lo que venía haciendo. Aunque evitó concretar si el PP se abstendrá o votará «no». Con lo refrendado hasta ahora, el domingo habremos cumplido casi sesenta días bajo un régimen excepcional, pensado para urgencias extremas y que ha dejado en suspenso varias libertades fundamentales invocando un bien superior: salvar vidas y evitar un cataclismo del sistema sanitario. El argumento de Casado es que hoy, sobrepasado ya el pico de la epidemia, existen otras figuras legales para salvaguardar la salud pública. Vías menos drásticas y restrictivas que el estado de alarma, que ha conferido a Sánchez unos poderes insólitos en una democracia, solo justificables por un periodo corto.

La postura de Casado contará con el apoyo de su espectro ideológico, donde muchos simplemente no tragan a Sánchez. Incluso resulta jurídicamente razonable, porque para hacer frente a la epidemia en su fase actual se puede recurrir a la Ley de Seguridad Nacional y a la Ley de Medidas Especiales en Salud Pública. Pero al negarse a prorrogar el mandato napoleónico de Pedro I, el PP asume un riesgo en la cancha del relato, donde no cuenta con la potencia de fuego del autodenominado «progresismo». Desde el instante en que Casado anunció que no secundará la ampliación, la eficaz maquinaria de la izquierda ha comenzado a trabajar en un argumento que será la lluvia fina televisiva de esta primavera: el PP es el nuevo culpable de la epidemia.

Pablo Echenique es tan sutil dialécticamente como lo era en las canchas Gennaro Gattuso, aquel desgarbado defensa italiano que comenzó compatibilizando fútbol y rugby y acabó profesionalizándose en lo primero mientras en realidad ejercía lo segundo. A Echenique le faltó tiempo para señalar al PP como inminente culpable «de miles de muertes». Con menos tremendismo, pero volviendo por sus fueros tras unos días pacíficos, Ábalos ofreció un tele-mitin en medio de eso que el oficialismo denomina «rueda de prensa técnica». Allí reprochó al PP que si no secunda al Gobierno «condenará a España al caos económico y sanitario». El propio Sánchez en su sermón sabatino llegó a amenazar con suspender las ayudas de los ERTE y a las empresas si no se amplía el estado de alarma, lo cual de no conocer la acreditada bonhomía de nuestro presidente habría sonado a chantaje.

Mientras los partidos del Gobierno incurrían en el exceso de anotar muertos en el casillero de la oposición constitucionalista, su socio preferente, ERC, anunciaba que le plantará un «no» como un avión a Sánchez, al igual que el partido de Torra. No habrá reproches del PSOE para ellos, siempre rehén de su fascinación utilitaria con el separatismo. Si se pasa una esponja por la superficie de todo este barullo emerge lo esencial: un Gobierno tambaleante, que necesita el disfraz de los plenos poderes para seguir manteniendo su mascarada. La economía, para desgracia de todos nosotros, desnudará a Pedro y Pablo. Y ahí ya no habrá estado de alarma que valga.