IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORRE
Poco a poco, se perfilan los contornos de la herida económica que nos abre la pandemia. Si ayer hablábamos de la pérdida de empresas y autónomos, hoy tenemos las cifras de la recaudación en el primer cuatrimestre de las tres haciendas forales. El dato es malo, otro más, pues los ingresos se han minorado en nada menos que 770 millones de euros. No es sencillo extrapolar estos datos al final de año. Por un lado, hay que tener en cuenta que, si bien hablamos de un periodo de cuatro meses, en realidad esos ingresos se refieren a la actividad de los tres primeros, pues la mayoría de los impuestos -como por ejemplo el IVA- se trocean por trimestres. Es decir, hablamos de una reducción de ingresos que se refiere a dos meses y medio que debemos considerar ‘normales’ y a quince días de estado de alerta. Por otro lado, la caída en la recaudación soporta el efecto de los aplazamientos de pagos de impuestos que han concedido las diputaciones y que, suponemos, serán ingresados en su gran mayoría en los nuevos plazos.

Mejor no hacer previsiones. Quizás nos baste por ahora con saber que nos espera una larga época de vacas flacas en los ingresos públicos, que se enfrentarán a un crecimiento exponencial de los gastos provocados por las atenciones sanitarias y las urgencias sociales que causa la pandemia.

¿Y qué hacemos? Llegados hasta aquí, lo primero que se les ocurre a algunos es apelar a una subida de impuestos que, lógicamente, afectaría a los ricos. La idea es estupenda. Entre otras razones, porque casi nadie se considera incluido en esa degradante categoría y porque eso de que los ricos paguen más es un mantra invencible, pero vacío. ¡Como si no lo hicieran ya! Solo vale decir cuánto más deben y a través de qué figuras. Insisto, la idea no es nada original, pero es magnífica. Lo malo es que también resulta manifiestamente insuficiente. El agujero fiscal que vamos a perpetrar no se colma con esas subidas por muy enormes que sean. Ni siquiera se colmará con subidas generalizadas de impuestos. De todos los impuestos y para todas las clases sociales. Si no se lo cree, haga números.

Por eso, la solución solo puede venir por dos actuaciones complementarias. Por un replanteamiento global del gasto público, incluido el propio entramado institucional, que siempre ha sido asfixiante y hoy es abrumador; y por un apuntalamiento de la actividad económica, que, en cuanto sea posible, deberíamos incrementar. Los planteamientos fiscales están muy bien, pero hay que hacerlos a la luz de esa última premisa.