Luis Ventoso-ABC

  • Líder supremo, control total, crítica cero; una maravilla

Asamblea anual del partido único. Un toque de cornetín abre las sesiones, en las que solo importa una opinión. La pomposa escenografía recuerda una viñeta de Tintín. Los delegados, todos de idéntico patrón: varones de corbata y traje negro, con el pelo teñido para camuflar la edad. Las mujeres, una minoría residual. El gesto es hierático, tenso, prestos a aplaudir como autómatas al líder Xi, el único sin mascarilla. Tras muchos lustros de admirable progresión económica, el Partido tiene problemas. Se cree que en el primer trimestre el PIB ha caído un 6,8% y la asamblea renuncia por primera vez a fijar un objetivo de crecimiento. Además, en el extranjero hay una polvareda por como se ha ocultado el virus

de Wuhan, que ha paralizado al planeta. ¿La respuesta? Nacionalismo y mano dura. Las manifestaciones de Hong Kong en defensa de sus libertades amenazadas deben concluir. Se intervendrá con una ley de seguridad nacional. El acuerdo de devolución de la colonia británica a China, en 1997, fijó el principio de «una nación, dos sistemas», que perduraría hasta 2047. Esas veleidades democráticas sobran. También las de Taiwán, que en diez años será incorporada -engullida- por la madre patria. La economía tose. Pero el gasto militar sube un 6,6%.

Australia demanda una investigación sobre la génesis del Covid-19. Mala idea. Xi la castiga con durísimos aranceles. Funcionarios de Exteriores chinos esparcen el bulo de que el virus lo llevaron a Wuhan militares estadounidenses. Médicos y activistas que denunciaron los ocultamientos fueron represaliados. Hay disidentes desaparecidos. China intenta presentarse como el gran filántropo que ayuda al mundo con sus test y protecciones sanitarias. Dentro, todo atado. Xi es el líder vitalicio. La tecnología permite un control absoluto de la población, como Stalin y Hitler jamás habrían soñado, pues al leer todos los correos y todos los consumos, el Estado conoce mejor a los chinos que sus propias parejas de cama. Un «sistema de crédito social» otorga premios o castigos basándose en ese «big data» oficial. Un proyecto de reeducación en campos de trabajo borra la fe musulmana de la minoría uigur. La tecnología china de 5G, de rostro amable, penetra en las redes de Occidente como un caballo de Troya que convertirá en un libro abierto los secretos de sus estados. China destaca además en la guerra sorda del hackeo. La crisis del Covid-19 ha puesto también de manifiesto la patética dependencia de Occidente respecto al poder manufacturero del gigante, a donde trasladamos ingenuamente nuestras fábricas.

El pensador estadounidense Francis Fukuyama acaba de publicar un esclarecedor ensayo sobre China, o más bien sobre el régimen chino (pues ese gran país ancestral y su pueblo son otra cosa). Fukuyama anota: «Esta epidemia ha probado nuestra peligrosa dependencia de un poder hostil. No estamos lidiando con la China de los años 90 o de comienzos de siglo, sino con un animal muy diferente, que amenaza nuestros valores democráticos».

Si la alternativa a Occidente es el culto al líder, el control absoluto de las mentes y la crítica cero, apaga y vámonos.