Parece como si el coche bomba de Madrid hubiera despertado a todos. Es cierto que a la sociedad se le puede seducir muy fácilmente con el señuelo de la paz, pero lo que ésta no permite -y si no, que se lo pregunten al anterior presidente-, es sentirse engañada. Y algo de eso pasó en Madrid, donde no hubo muertos de milagro.
La mañana del pasado sábado, escuchar en RNE más de diez minutos de explicaciones y matizaciones sobre la inexistencia de negociaciones con ETA me confirmó que habíamos entrado en la fase de rectificación tras el lodazal en el que a todos nos habíamos metido tras la resolución del Congreso de los Diputados autorizando el diálogo con ETA condicionado al cese del terrorismo. Todo ello, a pesar de que el proceso electoral gallego desate la lengua de alguno de los representantes del PP, que ven claro el riesgo que ha asumido Zapatero.
Menos mal que se rectifica, porque lo único que se había conseguido era subir a un pedestal a ETA e introducirnos a los demás en la senda de las confusiones, si no de las tensiones, nada menos que en el sensible ámbito del terrorismo. Parece como si el coche bomba de Madrid hubiera despertado a todos. Es cierto que a la sociedad se le puede seducir muy fácilmente con el señuelo de la paz, pero lo que ésta no permite -y si no, que se lo pregunten al anterior presidente-, es sentirse engañada. Y algo de eso pasó en Madrid, donde no hubo muertos de milagro.
Nada más aprobarse la resolución en el Congreso, empezamos a observar el protocolo que ETA utiliza siempre que se le tiende la mano: escalada de acciones violentas. Por otro lado, sus portavoces se sienten los reyes del mambo. A Otegi sólo le faltó preguntar, como en el anuncio de la televisión, «¿y Franco qué opina de esto?», porque requerir ante el juez la opinión del fiscal general, además de significar que se cree un privilegiado ante la justicia, debiera convertirse en todo un referente para los novicios en negociaciones con ETA. Esta gente extrapola su concepción totalitaria a la de un Estado democrático, se creen que pueden hacerlo todo, hasta explicar su particular visión de la guerra civil para excluir al PP, de ahí su perplejidad cuando alguno acaba con los huesos en la cárcel.
Perplejidad también la que suscita el presidente del PNV con su exclamación de si estamos locos por la detención de Otegi y la de la portavoz del Gobierno vasco en funciones, colocando en un mismo plano el coche bomba y la detención. Y, ojo, son declaraciones de un partido que votó entusiásticamente la resolución. Otro dato para los novicios en estas lides.
Muy oportunas, pues, las palabras de Pérez Rubalcaba precisando lo que es la paz para los demócratas, lo que supone esa paz, porque ya ven ustedes los aires de Gandhi que usa Otegi recién salido de Soto Real: «Mi encarcelamiento no altera nada la apuesta de la paz». Por eso hay que precisarlo, porque la paz para Otegui es secesión, es la pérdida de la ciudadanía para los que no comparten el ideario nacionalista, la exclusión de los demócratas, y la épica del terror como instrumento político, etc.
El coche bomba ha supuesto una vuelta a la realidad y al comportamiento responsable, al diálogo donde es posible, entre el presidente del Gobierno y el senador del PP que le interpelaba en un tono amable ofreciéndole colaboración, horas después del atentado. Y hasta ha permitido un rebajamiento de la tensión entre la Asociación de Víctimas del Terrorismo y el Gobierno, después de que su presidente José Alcaraz, modificara o aclarara los fines de la manifestación convocada para el domingo, precisando que no va contra el Gobierno sino contra una eventual negociación política con la organización terrorista. Faltaba Bono por declarar que confía más en la Guardia Civil que en el diálogo con ETA. Sólo cabe añadir el epílogo de que todo está bien si bien acaba. Es que todos habíamos ido demasiado lejos.
Pero prefiero que el epílogo sea el de la vicepresidenta del Gobierno, que advierte de que éste actuará contra ETA «antes, durante y después» del proceso de paz. Quedan así cerradas las interpretaciones más irresponsables de la resolución parlamentaria y se da paso a que podamos ver de nuevo las medidas que, efectivamente, estaban favoreciendo el final del terrorismo, porque las similitudes entre el PCTV y la antigua Batasuna son ya escandalosas.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 31/5/2005