La lógica racionalista de mi entorno generacional la intentamos aplicar al acontecer político. Desde hace años buscamos una lógica al quehacer político de otros, aunque ellos no tuvieran ni idea de lo que estaban haciendo, dejándose llevar por las rutinas más pedestres o el pragmatismo más ramplón.
La lógica racionalista en la que creemos haber aterrizado los de mi entorno generacional la intentamos aplicar al acontecer, especialmente al político. Desde hace años buscamos una lógica al quehacer político de otros, aunque ellos no tuvieran ni idea de lo que estaban haciendo dejándose llevar por las rutinas más pedestres o el pragmatismo más ramplón. «A veces te agradecían el sistema que les ofrecías -«¡Ostras!, esto es lo que estamos haciendo!, te contestan sorprendidos»-, y si al final no lo entendías, pero te gustaba, hacías un poema; también te lo agradecían, y si no te gustaba hacías una tragedia, que no te lo agradecían.
En el fondo lo que nos habían enseñado desde nuestra más tierna infancia era a ser unos clérigos, teníamos que buscar y dar una explicación cerrada a todo, a veces en contradicción con el racionalismo que se blandía; de ahí la la opción alternativa por la poética, que tampoco es para enorgullecerse. Pero buscar sentido al devenir en la mayoría de las cosas exige una responsabilidad que no está mal con los tiempos que corren, en el que nadie parece aludido por lo que pasa. Yo tengo un amigo que es el paradigma de esta forma de ver la vida, bien es verdad que lo que más le entusiasma y le satisface es sistematizar lo que ocurre, darle un enfoque lógico, construir un modelo, conceptualizarlo. Y si no lo encuentra, que es en las menos de las ocasiones, la tragedia que le surge es para deprimir a un elefante. Qué le vamos a hacer.
La verdad es que Zapatero nos estaba haciendo un lío, no sabíamos por dónde analizar lo que está haciendo, encontrarle una lógica o el modelo con el que funciona. Y aunque la gente docta más joven se conforme con opinar que hace lo que puede, día a día, desde un gobierno en minoría que condiciona mucho, y dando caña a la derecha, nos resistimos a pensar que no tenga un modelo en mente que sistematice su práctica.
Creía que mi generación había muerto hasta que leí un artículo de Ruiz Soroa, y de otro de alguien cuya fobia al PSOE no le hace demasiado citable, para descubrir que mi generación no había muerto. Intentaba este último brillante articulista descubrir, posiblemente todavía en hipótesis, la lógica de nuestro presidente de Gobierno. Considerando que el modelo en que encajaba la práctica de nuestro Gobierno y de su partido era una vuelta al «austracismo», a la organización territorial -en suma, la política- de los Austrias. Yo, para no ser tan rotundo, en mi pobre saber la veía como un carlismo sin don Carlos, que también poseía una nostalgia austracista evidente.
Desde esa visión, los pueblos de España son sujetos previos. La concepción liberal de la ciudadanía y la libertad se ve supeditada a esos sujetos colectivos, y el único instrumento de la cohesión residiría en la igualdad entre territorios, en un planteamiento economicista y fiscal, que puede ser muy débil, teniendo en cuenta que el elemento de cohesión en tiempo de los Austrias -no siempre válido, para eso estaban los tercios del duque de Alba- era la legitimidad, divina y humana, de la Corona Imperial. Me temo que esta sistematización, el modelo austracista, es una tragedia en sí misma, y así nos lo van a tomar.
Pero es lo que podemos vislumbrar, y, por supuesto, reconocemos que los protagonistas no tienen ni idea del modelo del que se les avisa. Y como siempre ha pasado cuando no gusta, nos tomarán por chalados y se escandalizarán por tamaña apreciación; a nosotros también nos pasó cuando íbamos de protagonistas. Hay que ser, pues, indulgentes con la nueva generación de políticos, darles tiempo ante los avisos que gratis ofrecemos, porque si alguna generación cometió errores, y siempre ha perdido, fue la nuestra.
Indulgencia, pues, hasta con los ejemplos que se usan. Como el que utilizó José Blanco para señalar el requisito de para el visto bueno a Aukera Guztiak, la simple condena del terrorismo, aludiendo que Mario Onaindia también condenó el terrorismo y así se integró en el sistema democrático. Onaindía, más bien, hizo posible, en la dimensión que le tocaba, el sistema democrático en el que Blanco actúa. No es lo mismo y todo no vale.
Eduardo Uriarte Romero, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 31/3/2005