TONIA ETXARRI-EL CORREO
En cuanto comenzó la sesión de control del Gobierno en el Congreso desapareció el rayo de esperanza sobre una posible entente entre Pedro Sánchez y el PP que se había proyectado horas antes en el Senado. El mismo día en el que la cumbre empresarial dejó sobra la mesa sus preocupaciones ante el riesgo de descarrilamiento económico, ante las peores previsiones, y la falta de seguridad jurídica de este país por sus políticas populistas y radicalizadas, la ministra de Hacienda y portavoz había hablado de ‘repriorizar’ sus alianzas. Y, a pesar del ‘palabro’, todo el mundo pensó en un cambio de socios en La Moncloa. Hay que aprobar unos Presupuestos realistas que sean bien vistos en Bruselas, que es donde nos conceden el fondo de los 140.000 millones de ayuda. Se agitó el tablero por unas horas. Felipe González sigue arremetiendo contra la parte podemita del Gobierno. Los ve como un peligro para nuestra democracia. No se corta y lo dice. Y Pablo Iglesias empezó a sentir que se le movía su confortable poltrona en el Gobierno. Hubo quienes le empezaron a ver con el síndrome de Varoufakis. El ministro de Syriza que vio apagar su estrella rutilante en cuanto los ciudadanos se negaron en referéndum a los ajustes exigidos por la Unión Europea. La realidad le mandó a casa. Y a su partido lo dejaron en la oposición. Y Grecia, cinco años después, ha pasado de ser un país apestado a la referencia (como Portugal) con su destreza en la gestión del coronavirus.

Pero Iglesias no se irá. Preferirá adaptarse. Como hizo con el nombramiento de la fiscal general del Estado, de quien había exigido que se retirara de la política por sus amistades con las «cloacas» del Estado. Fuera de La Moncloa hace frío. Sobre todo para Podemos, que va perdiendo adeptos en los sondeos de intención de voto. Su actitud (lo suyo no ha sido gestión) en las residencias de mayores durante la crisis sanitaria le ha granjeado muchas críticas y desafección.

Así es que la posibilidad de mover la silla al vicepresidente ha sido, de momento, una ensoñación. Ayer, en el Congreso, Sánchez seguía instalado en su «no es no» al centroderecha. Y el CIS le echa una mano. No sabe cuántos muertos ha habido (el Gobierno lleva muchos días con los datos congelados porque ha preferido parar el contador en los 27.000) pero se cuelga la medalla por las vidas que ha salvado gracias al confinamiento. Casado le presenta su propuesta de pactos. Una vez más. Pero Sánchez lo ignora. Prefiere seguir con Iglesias. Aunque sea una bomba de relojería. Pero Bruselas pide gestión y estabilidad. Mejor Ciudadanos que Podemos. En el Congreso, Esquerra habla de racismo y EH Bildu de derechos humanos. Menuda tarjeta de presentación.