Pero Iglesias no se irá. Preferirá adaptarse. Como hizo con el nombramiento de la fiscal general del Estado, de quien había exigido que se retirara de la política por sus amistades con las «cloacas» del Estado. Fuera de La Moncloa hace frío. Sobre todo para Podemos, que va perdiendo adeptos en los sondeos de intención de voto. Su actitud (lo suyo no ha sido gestión) en las residencias de mayores durante la crisis sanitaria le ha granjeado muchas críticas y desafección.
Así es que la posibilidad de mover la silla al vicepresidente ha sido, de momento, una ensoñación. Ayer, en el Congreso, Sánchez seguía instalado en su «no es no» al centroderecha. Y el CIS le echa una mano. No sabe cuántos muertos ha habido (el Gobierno lleva muchos días con los datos congelados porque ha preferido parar el contador en los 27.000) pero se cuelga la medalla por las vidas que ha salvado gracias al confinamiento. Casado le presenta su propuesta de pactos. Una vez más. Pero Sánchez lo ignora. Prefiere seguir con Iglesias. Aunque sea una bomba de relojería. Pero Bruselas pide gestión y estabilidad. Mejor Ciudadanos que Podemos. En el Congreso, Esquerra habla de racismo y EH Bildu de derechos humanos. Menuda tarjeta de presentación.