Luis Ventoso-ABC

  • Resulta casi entrañable el optimismo de sus competidores

El visionario Wittgenstein, filósofo dotado de tal carisma que sus clases en Cambridge se abarrotaban de alumnos que no lo entendían, solía decir que «de lo que no se puede hablar es mejor callarse». Sin necesidad de leer su «Tractatus logico-philosophicus», nuestro genio popular ya había llegado a la misma conclusión mucho antes, resumida en el dicho de que «en boca cerrada no entran moscas». Pero el candidato socialista en las elecciones gallegas, Gonzalo Caballero, parece desconocer tanto los aforismos de Wittgenstein como el refranero de las tascas. Ayer, olvidando que siempre es más astuto un cauto silencio que un atrevido ridículo, vaticinó que el domingo asistiremos a un «tsunami electoral» en Galicia, porque ha detectado que las «fuerzas progresistas» están que se salen y Feijóo, en caída libre.

No existe encuesta -ni las de los guisos de Tezanos- que no conceda a Feijóo su cuarta mayoría absoluta consecutiva. Así que resulta encomiable el optimismo de sus competidores del tripartito PSOE-BNG-Podemos. Para entender la larga hegemonía de Feijóo, el primer paso ha de ser descifrar la idiosincrasia de los gallegos, lo cual equivale a sumirse en las densidades de la física cuántica. Como parte de la parroquia, tengo mis teorías. El gallego es extraordinariamente individualista. También muy desconfiado, por mor de un par de siglos de estrecheces -desde finales del XVIII hasta mediados del XX-, que provocaron un éxodo masivo. El resultado es que los gallegos no están para coñas. No les gustan los experimentos con gaseosa, ni las aventuras de aroma comunistoide. Defienden con celo su propiedad privada, porque en la memoria colectiva está grabado a fuego lo que cuesta ganarla. Sus armas para transitar por la vida son la cautela, la ironía y la desconfianza ante los genios de la lámpara.

Frente a esa sociedad real, el nacionalismo y el PsdG se han inventado un pueblo gallego quimérico, que es izquierdista, solidario hasta la abnegación y nacionalista. Los gallegos que libremente eligen una y otra vez el regionalismo tranquilo del PP son despreciados por socialistas, bloqueros, podemitas y mareantes varios, que los contemplan desde una insufrible atalaya de afectada superioridad moral. Pero cada vez que se abren las urnas, la realidad se impone al mito, porque el conservadurismo abierto de Feijóo y su combinación espontánea de los afectos por Galicia y España son el espejo donde se reconoce la mayoría. A eso se une que sabe llevar la maquinaria de la Administración (algo elemental, sí, pero las Mareas que gobernaron las ciudades no sabían ni barrer las calles). Por último -y el PP estatal debería meditar sobre ello-, Feijóo dispone de una ventaja mediática que Casado no disfruta: la televisión y la radio autonómicas, que como en todas las comunidades reman para quien gobierna, por un defecto general de nuestro sistema. Y las elecciones se ganan en la tele.

Pronóstico: Feijóo barrerá, pero la oposición no reconocerá que lo han elegido los gallegos, porque el progresismo-nacionalismo es el único credo admisible y no puede ser que a alguien no le guste.