JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL

La fotografía de Torra y Puigdemont ante la tumba de Machado es la de dos “españoles incompletos” sobre los que advirtió el poeta: “Nada grande puede esperarse de ellos”

El 24 de febrero del pasado año, Pedro Sánchez visitó la tumba de Antonio Machado en el cementerio de la localidad francesa de Colliure en la conmemoración del 80 aniversario de su fallecimiento. Le acompañaron en ese acto de homenaje otras personalidades de la vida política y cultural española y el sobrino del poeta sevillano, Manuel Álvarez Machado. Antes, el presidente del Gobierno visitó la de Manuel Azaña, en Montauban. El socialista, además, pronunció un discurso en la playa de Argelès-sur-Mer, en donde se instaló un campo de refugiados españoles que huyeron de las tropas franquistas en 1939. A escasos metros del secretario general del PSOE, un grupo de independentistas catalanes increpó a los presentes entre gritos de “fascistas” y “vergüenza de España”.

Antonio Machado (1875-1939) no solo ha sido, con Vicente Aleixandre, García Lorca, León Felipe, Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Rafael Alberti y Gerardo Diego, un poeta de dimensiones inabarcables, sino también uno de los intelectuales republicanos más decisivos de su tiempo con los demás miembros de la llamada Generación del 98. Su ‘Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo’ (1936) es una obra imprescindible, honda, repleta de sabiduría, sensibilidad y perspicacia.

Antonio Machado fue un conspicuo republicano. Tanto, que el 14 de abril de 1931, cuando se proclamó el nuevo régimen, vivía en Segovia y fue reclamado para izar la bandera tricolor en su ayuntamiento. Previamente, había expresado, como otros intelectuales de su generación, la profunda desafección a la Restauración. Y también como algunos de ellos —Ortega desde el principio y Azaña en los años finales— tuvo muy claras y rotundas opiniones sobre la deslealtad del secesionismo catalán a la República.

Es muy célebre su apreciación desconfiada de los “españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse” y que para el escritor andaluz serían aquellos que “dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc., antes que españoles”. Y también ha quedado para el recuerdo su afirmación taxativa: “Los independentistas catalanes no nos ayudaron a traer la república, pero serán ellos los que se la lleven”.

Antonio Machado fue un conspicuo republicano. Tuvo muy claras y rotundas opiniones sobre la deslealtad del secesionismo catalán a la República

Machado, sin embargo, no desarrolló todo lo contrario inquina alguna hacia Cataluña. Tuvo con figuras de su lingüística y de su cultura una estrecha relación y allí, en Barcelona, se refugió en mayo de 1938 hasta los inicios del año siguiente, cuando ya tuvo que salvaguardarse en Francia. Durante su estancia barcelonesa, el poeta escribió sustanciosos artículos en ‘La Vanguardia’ que leídos ahora siguen resultando contemporáneos y lúcidos.

Ha sido un catalán insigne, Joan Manuel Serrat, adelantado de la llamada ‘nova cançó catalana’, el que ha popularizado con una extraordinaria sensibilidad algunos de los mejores poemas de Antonio Machado y de otros grandes autores. Serrat es un catalán prototípico por mestizo de orígenes, incardinado plenamente en Cataluña, su lengua y su idiosincrasia, pero que —coherente también con el arsenal de los poemarios machadianos que canta— no se cortó en 2018 al discrepar abiertamente del proceso soberanista, recibiendo no solo los peores insultos sino padeciendo también boicots y acosos. El 20 de marzo de ese año, escribí en estas páginas sobre “la catalanidad crítica de Rosa Maria Sardà y Joan Manuel Serrat”.

Se entenderá tras este preámbulo que la fotografía de Joaquim Torra y Carles Puigdemont, publicada ayer en El Confidencial con crónica de Marcos Lamelas, ante la tumba de Antonio Machado, resulte un auténtico escarnio. Porque ambos representan el esencialismo antiespañol, profesan la incuria intelectual del supremacismo y propugnan, con actos inciviles, ilegales, provocativos y antidemocráticos, la secesión catalana y la confrontación —que se adjetiva de ‘inteligente’— con el Estado. Y lo hacen un año y medio después de que sus partidarios en la conmemoración del 80 aniversario del fallecimiento del poeta tuviesen la desfachatez de gritar “fascistas” a los que se reunieron en Colliure para recordarle.

La fotografía de ambos ante la tumba de Machado dispone de una estética banal y es una imagen de oportunidad y oportunista, como si ellos dos encarnasen algún valor de los que defendió y en los que vivió con coherencia el poeta. Aún es peor el tuit de Torra: “Hem aprofitat per visitar la tomba d´Antonio Machado” (“Hemos aprovechado para visitar la tumba de Antonio Machado”). Como quien acude, de pasada y con ocasión de un asunto mayor, a un lugar turístico que se publicita para que algunos incautos alberguen la duda de que el uno y el otro mantienen vibración emocional con el autor sevillano. Es, digo, un escarnio, porque constituye una burla humillante —lo pretende— que estos dos personajes traten de reflejar en imágenes sus amigables diálogos conspirativos, precisamente contra la democracia y la Constitución, ante la lápida de un español tan completo, tan ancho de mente y de espíritu, tan racional y emotivo, tan lúcido, como Antonio Machado.

A tipos como esos se refería Machado cuando les atribuía no haber ayudado a traer la república pero sí a liquidarla. Son personajes destructivos

Torra y Puigdemont se han desinhibido por completo y perpetran sus fechorías en lo político y también en lo moral. Porque esa foto de ambos es una inmoralidad; un ventajismo y un engaño. A tipos como esos se refería Machado cuando les atribuía no haber ayudado a traer la república pero sí a liquidarla. Son personajes destructivos, de baja estofa. Y tratan de repetir lo que sus referentes del siglo XX ya intentaron y, en parte, consiguieron y lo hicieron contra Antonio Machado y millones de ciudadanos.