Antonio Rivera-El Correo

El Gobierno vasco tiene un reto tan difícil que se hace duro darle la enhorabuena

Pues la llamaremos así. Hasta lo posible, se dispone de un instrumento capaz de intervenir con garantías: una mayoría parlamentaria cómoda para respaldar a un Gobierno sin otra alternativa. La oposición del hemiciclo no suma sin ayuda y discordia de un o de los socios del Ejecutivo, pero la investidura del lehendakari coincidió con un aviso de huelga del profesorado. La oposición corre el riesgo de trasladarse a la calle porque un reto básico es identificar lo extraordinario de la situación. No es fácil. Un error radica en creer que un aluvión ingente de recursos públicos lo solucionará todo. Otro consiste en sindicalizar la realidad y normalizar lo extraordinario con los clásicos pulsos de clase. La política suele ver la escena globalmente; el sindicalismo la contempla fraccionada y enfrentada, en términos de suma cero. La intención de incorporar a las fuerzas sociales a esa mayoría parlamentaria por la vía del acuerdo no puede ser retórica. Si no lo hace, tendrá en la calle un interlocutor menos amable que en la Cámara.

Ese es el primer reto: cómo hacer ahora la política desde esa mayoría para que esta se convierta también en ciudadana. Pero el segundo no es menos complicado: cómo recuperar la actividad (y el empleo) desde una pequeña región de dos millones de habitantes. La crisis de la Covid ha venido con la de la reestructuración de los mercados mundiales. Hay términos nuevos: guerra comercial, vuelta a las producciones nacionales, desplazamiento de los centros de decisión, competitividad extrema con nuevos agentes que desploman los precios… La pandemia ha paralizado usos y costumbres, y, con ello, los sectores productivos que los atendían: de los excesivos vuelos al turismo de masas, del automóvil con un ocupante a la cultura en vivo y con públicos numerosos. Reactivar la actividad económica no es nada fácil porque obliga en muchos casos a partir casi de cero. No es lo de antes: aprovechar tu punto de partida, tu saber hacer, tu especialización en sectores punta o tu inserción en el mercado internacional. Todo eso o ha desaparecido o está parado. Ahora el consejero o consejera de Industria, de Cultura, de Agricultura, de Comercio o de Transporte -aunque casi ninguna de esas ñáreas se llama ya así- tiene que pensar en claves inéditas. Es un Gobierno de continuidad y ahí radica su fuerza, pero la realidad es por completo novedosa.

La atención de las necesidades perentorias de las personas (sanidad, ayudas sociales, educación, vivienda…) parece un reto, el tercero, menos exigente: se pone más dinero y más empleados, y resuelto. Es claro que no es así. La innovación aquí es también importante. Se sabía que el envejecimiento de la población era un problema. Ahora se ha demostrado dramáticamente. Pero la situación de las residencias no se resuelve transformándolas en hospitales. La realidad de unos mayores convertidos en el porcentaje más numeroso de una población tiene que ver con fiscalidad, relación intergeneracional, reparto del empleo existente, estructuras de atención a su condición vital (salud, soledad…), ocupación del tiempo (¿y ahora con la distancia social?) o no desenganche de las nuevas prácticas sociales (la digitalización, por ejemplo). Pero en el otro lado tenemos una generación hipercualificada con dificultades insuperables para incorporarse a una actividad laboral que propicie su autonomía personal. Lo que vuelve a tener que ver con fiscalidad, relación intergeneracional, reparto del empleo existente, estructuras de atención a su condición vital (vivienda, conciliación…) y otras cosas más.

Lo de unos y lo de otros se resolverá con lecturas de la realidad a medio/largo plazo y con decisiones estratégicas a varias legislaturas vista. Eso es lo que nos está demandando Europa para ayudarnos económicamente, pero para eso se precisa ingenio, paciencia y sentido de país, y sobran el inmediatismo político tanto como una consideración sindical de lo que se dirime. Esto no suspende el qué hay de lo mío o cómo ganar mañana la correspondiente partida, pero sí aconseja colocarlos en un adecuado impasse, como si estuviéramos tratando de salir de una guerra. Porque lo de legislatura de la Covid viene a significar eso, dicho en plata.

Luego está lo que aquí llamamos política: lo del nuevo estatus, el Estatuto pendiente de reforma, las esquivas relaciones con el Estado y todo lo que disturba lo cotidiano. Hay unanimidad en que en esta legislatura esto no supone ningún reto. Se aparca y queda solo para entretenidos. Porque ahora la relación con España y su Gobierno se traduce, si lo hacemos bien como país, en recursos para salir de esta. Y con lo de comer no se juega, aunque mucho tenga que ver eso con la organización territorial del país, la jurisdicción y libertad de acción de cada institución regional o federal y la lealtad de todos sus ciudadanos. En resumen, que, sinceramente y si se lo toman con la debida seriedad, uno duda de si la enhorabuena es lo que se debe dar a los miembros del nuevo Gobierno. Tienen por delante una difícil tarea.