Con el ambiente electoral americano como telón de fondo, en el que las mujeres, candidatas y consortes, han ido subiendo enteros en los sondeos de opinión, en nuestro país dos mujeres han saltado al escaparate como consecuencia de unas circunstancias nada coincidentes. En Euskadi y en Navarra: Begoña Gil y Yolanda Barcina.
A estas alturas del siglo XXI, el refrán sobre la importancia que adquieren las mujeres que comparten su vida con hombres que ostentan cargos públicos ha dado un giro de 180 grados. Ya no es que detrás de un hombre importante se encuentre una mujer sorprendida. Ya estamos, en los primeros niveles, en otra capa del hemisferio. Se trata de recurrir, en la política, al reclamo de la mujer cuando el hombre no logra estar a la altura necesaria y precisa un ‘gancho’ electoral complementario con sumo cuidado, por cierto, de que el complemento no acabe sustituyendo al figurante.
Con el ambiente electoral americano como telón de fondo, en el que las mujeres, candidatas y consortes, han ido subiendo enteros en la cotización de los sondeos de opinión, aquí en nuestro país, dos mujeres, dos, han saltado al escaparate como consecuencia de unas circunstancias nada coincidentes. En Euskadi y en Navarra: Begoña y Yolanda. Ni han publicado libros sobre ellas que hayan podido levantar ampollas ni han realizado declaraciones xenófobas sobre aquellos ciudadanos que quieren que no se discrimine la educación en castellano. Nada de eso. La primera, Begoña Gil, que a pesar de ser concejal del Ayuntamiento de Bilbao durante 13 años pasa por ser más conocida como la esposa del dirigente socialista Patxi Lopez, ha estado en el centro de atención de los últimos comentarios por un beso.
Desde que decidiera saltar al escenario para besar a su marido tras un acto público del partido socialista ha sido la persona más solicitada por los medios para pedirle entrevistas. La compañera del líder, y sin embargo concejala, fue el imán de los ‘flashes’ no porque diera un beso a su marido, sino porque el beso en cuestión se lo dio en el escenario. Nada era casual. Puede ser que el arrebato cariñoso tuviera una tendencia espontánea, faltaría más, pero que la discreta Begoña Gil acudiera al escenario para premiar a su marido ante el concurrido público fue interpretado como ‘un paso americano’ en la campaña electoral de los socialistas vascos en su carrera hacia la presidencia de Ajuria Enea.
Tal importancia se concedió al suceso que los propios responsables de la propaganda del partido han tenido que rebajar la trascendencia de la escena hasta el punto de confesar que ellos, tan defensores de las cuotas femeninas, no son partidarios de la figura de las consortes. Queda fuera de toda duda que nadie aspire a ser la ‘primera dama’, que para eso está la Reina que, por cierto, ha sido objeto de polémica esta semana a causa del libro que sobre ella ha publicado la periodista que vio amanecer (Pilar Urbano) al juez que veía amanecer (Baltasar Garzón). Pero ¿quién sabe? Quizás la primera dama vasca debiera adquirir más notoriedad de la que hasta ahora han tenido las esposas de los anteriores lehendakaris. Todo depende de la importancia que cada partido quiera dar a esa figura.
Por el Gobierno español han pasado esposas de dirigentes (siempre hasta ahora los presidentes han sido hombres) centristas, socialistas, populares y, de nuevo, socialistas que tampoco han dejado huella de su paso por La Moncloa, aunque durante la última campaña electoral Sonsoles Espinosa quiso hacer sus pinitos y, sorprendiendo a todos los que saben que la madre de las hijas del presidente no comparte más escenas políticas con su marido que las estrictamente imprescindibles, se subió a los escenarios en contadas ocasiones para ayudar a Zapatero. Y logró que la opinión pública se preguntase si quería emular a Hillary Clinton sin ser candidata.
El caso de la alcaldesa de Pamplona tiene, sin embargo, peso político propio. Yolanda Barcina se acompaña a sí misma. Cumple su tercer mandato al frente del Consistorio de la capital navarra, es vicepresidenta de UPN y ha estado en el epicentro de la tormenta política desatada en los últimos cincuenta días entre su partido y el PP y que ha terminado con la ruptura del vínculo orgánico entre las fuerzas políticas. Durante las semanas del pulso entre UPN y el PP la alcaldesa de Pamplona ha sido, para unos y otros, la gran ‘esperanza blanca’ en quien depositaban su confianza para que hiciera de ‘puente’ entre dos actitudes irreconciliables.
Detrás del escaparate y mientras Miguel Sanz se esforzaba en explicar que él no ha causado la crisis, Yolanda Barcina se ha movido entre bastidores, manteniendo una ‘linea caliente’ con la secretaria general del PP, Maria Dolores de Cospedal, para intentar reconducir la situación. Al final el acuerdo fue imposible. Pero la alcaldesa de Pamplona es lo suficientemente astuta como para saber que, si la derecha en Navarra se presenta dividida, perderán los apoyos electorales que necesitan para seguir gobernando.
A ella no le gustan los Presupuestos del Gobierno de Zapatero y así lo ha dicho, pero, seguramente por disciplina, justifica que la votación de UPN haya sido la de la abstención. Le quedan meses de gran confrontación política. Miguel Sanz acaba de reconocer que se la han disputado en Navarra y en Madrid. En UPN y en el PP. Quizás por eso y aunque todavía quede tiempo para el relevo del actual presidente de UPN, ella se ha adelantado a comunicar que se queda en el partido foralista, aunque trabaje para la reunificación de los dos partidos. Para cortar especulaciones.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 3/11/2008