JOSÉ MARÍA RUIZ SOROA-EL CORREO

  • La intervención en la que Sánchez lamentaba el suicidio de un preso de ETA encarcelado no llama tanto la atención por lo que dice como por lo que calla

Respondía en el Senado a una pregunta de EH Bildu sobre el suicidio de un terrorista preso en la cárcel de Martutene. Y afirmaba Pedro Sánchez en su respuesta que «lamentaba profundamente» la muerte de este «preso vasco» como lo haría cualquier persona de bien con respecto a la muerte de otra.

Tomada la respuesta en su literalidad, resulta acorde con ese vago humanismo actual para el cual la pérdida de una vida es siempre algo que hay que lamentar y nunca debería ser motivo de alegría o indiferencia; esto último sería moralmente feo. Y lo califico de «vago» porque valora solo el soporte físico de la existencia, la vida, en lugar del contenido que cada cual haya dado más o menos libremente a esa vida. Si atendemos a lo que cada uno ha hecho con su vida, entonces resulta muy diferente la valoración de las vidas que se nos aparecen en derredor y es perfectamente normal (incluso lógico) que el final abrupto de ciertas realidades vitales nos reconforte como acto de justicia implícito. Ciertos casos de suicidio han sido percibidos en la historia por gran parte de la humanidad como hechos liberadores. No tanto como motivo de alegría cuanto de retribución -amarga, pero adecuada- de una vida dañina.

«Vago humanismo», entonces. Educación y respeto, vaya. Aunque ¿podemos quedarnos ahí a la hora de entender la respuesta del presidente? Gadamer, el maestro de la filosofía hermenéutica, mostró algo que se ha vuelto perspectiva obligada para quien pretenda comprender un texto producido por un ser humano. En concreto, que la reflexión tiene la forma de conversación, de manera que «el que quiera comprender un texto tiene que comprender la pregunta a la que responde (…) porque el sentido de una frase es relativo a la pregunta para la que es respuesta». Acudir a la pregunta para poder comprender (y enjuiciar) la respuesta porque su sentido no está en su literalidad, sino en la perspectiva que abre la pregunta: quién la formuló, desde qué discurso, afirmando qué premisas, con qué objeto. Cuáles partes de la pregunta fueron respondidas y cuales pasadas por alto. Incluso cuál fue la recepción de la respuesta por el interpelante.

La pregunta venía formulada por EH Bildu, partido al que podemos caracterizar como defensor acérrimo del sentido político y el honor humano ínsitos en el terrorismo. Su perspectiva, una exigencia de responsabilidad. Afirma como premisa que «el suicidio del preso vasco no es casual ni natural», sino que hay detrás «una responsabilidad por la legislación de excepción de una política penitenciaria basada en la venganza y la crueldad, una política del Estado que es en sí misma criminal». Aunque en absoluto sorprendentes, pues son una cantinela ya antigua, en la pregunta hay toda una serie de descalificaciones del Estado de Derecho vigente, al que se acusa de ser en sí mismo criminal y haber provocado directamente la muerte violenta de un preso indefenso.

Pues bien, situado ante este horizonte de conversación, el presidente opta por remitirse a un vago y conciliador humanismo («yo también lo siento, todos lo sentimos») en lugar de defender como parece obligado al Estado de Derecho que representa y que es tan virulentamente cuestionado. Este silencio, teniendo en cuenta el contexto al que responde, es estruendoso: la primera autoridad del país prefiere pasar de la acusación que se formula y quedarse en una vaguedad humanista amable con el interpelante. En su respuesta alude a lo que les une (el sentimiento) y evita cuidadosamente lo que les separa: la valoración de la política represiva estatal como criminal. Y la cuestión es bastante inmediata: ¿es lícito al representante ordinario del Estado obviar cuestión tan hiriente o está obligado por su cargo a defender la política oficial? ¿Puede refugiarse en vagos sentimientos de solidaridad humana cuando la muerte se le ha planteado como una acusación? ¿Puede calificar a los susodichos de «presos vascos» sin recordar para nada que son reos convictos de terrorismo? ¿No está obligado a conectar dialécticamente el suicidio con la memoria estéril del terrorista?

Puesta sobre la falsilla de la pregunta, el contenido de la respuesta no llama la atención tanto por lo que dice como por lo que no dice, por la parte de la falsilla bildutarra a la que no responde. Esa es la relevante porque el presidente estaba obligado por su cargo a responder ante todo y sobre todo a esa parte. Al callar, concede. Lo que viene corroborado por el silencio agradecido de los interpelantes, que han aceptado la respuesta como un gesto positivo y, sobre todo, como un gesto de distensión: podemos seguir calificando al Estado como criminal y al mismo tiempo ser tratados como interlocutores moral y políticamente válidos por ese Estado. ¡Lo que vamos ganando en esta nueva normalidad!