JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS-EL CONFIDENCIAL

  • Entre este alegato generacional y falso de Lastra y la carta de Sánchez a los militantes del PSOE, se acredita que el pacto entre el Gobierno y Bildu ha sentado peor que mal a la militancia socialista
Adriana Lastra ha llamado viejos (utilizando el eufemismo de «mayores») a todos aquellos socialistas que, en activo o retirados, han criticado el pacto del Gobierno con Bildu. El desprecio ha sido taimado. Porque transmitió con éxito la sensación de que los que impugnan el acuerdo con los de Otegi son socialistas que viven otra realidad que no es la vigente. O en otros términos: que están fuera del circuito de la contemporaneidad. No cabe duda de que quien le preparó la respuesta a Adriana Lastra —no parece probable que se le ocurriera a ella solita— acertó porque logró normalizar la idea de que los socialistas «históricos» forman una comunidad geriátrica.

Carlos Alsina en Onda Cero, el pasado día 18, le dio un buen repaso a la vicesecretaria general del PSOE y su portavoz en el Congreso. Recitó las edades de algunos dirigentes socialistas que acreditaban que en el partido hay «mayores» y «jóvenes» que están con su secretario general y contra él. Tratar de ingresar en un asilo político a los sectores socialistas discrepantes con Sánchez es un buen recurso para salir del paso de esa pizca de disidencia, pero demuestra una torpeza monumental cuando el que ha doblado el pulso a Donald Trump (74 años), es Joe Biden (77). El presidente electo de los Estados Unidos de América nació en 1942, casualidad, el mismo año que Felipe González.

Los «históricos» del PSOE, los «mayores» del partido, no se toman en serio a Lastra, pero sí al mensaje que transmitió. Su «nos toca a nosotros» sonó rencoroso porque evocaba aquel 2 octubre de 2016 cuando Pedro Sánchez presentó su renuncia ante el Comité Federal de su partido en el que «abundaban las canas», en expresión de uno de esos ‘hooligans’ del presidente del Gobierno que le tienen por el Moisés de la izquierda española. La realidad es que Lastra pudo confundir a la opinión pública, pero no a la militancia socialista informada ni a los muy amplios sectores del PSOE que se sienten excluidos por Ferraz.

Sánchez ha convertido el partido en una plataforma personal y ha impuesto una política cesarista. En la Ejecutiva de este lunes, zarandeó con buenos modos a los barones que se habían atrevido a exteriorizar su malestar por el amiguismo gubernamental con Bildu y esos «mayores» salieron callados y cabizbajos para evitar que Lastra y Ábalos les reserven plaza en alguna residencia de ancianos antes de las próximas elecciones autonómicas en Aragón, Castilla-La Mancha y Extremadura.

Si Pedro Sánchez quisiera un PSOE fuerte, se dedicaría a soldarlo generacionalmente y, sobre todo, ideológica y estratégicamente. Lograría no solo enlazar con lo mejor del proyecto histórico socialista que incorporó a España a la OTAN (1982) y a la entonces Comunidad Económica Europea (1986), sino también con aquellos Gobiernos de González que sanearon las Fuerzas Armadas de agentes involucionistas y acometieron reformas de gran calado. Al no proceder de una manera integradora sino caudillista —neutralizando los mecanismos de control y debate— Sánchez está reduciendo el espectro del socialismo y sustituyendo su patrimonio ideológico por etiquetas que responden más a criterios de marketing que a proposiciones programáticas.

Lastra no dijo la verdad cuando colegió la dirección del PSOE («nos toca») porque en la organización se hace lo que ordena y manda Pedro Sánchez. El partido está sometido a una autocracia y los colaboradores de su secretario general son peones de brega. Además, Sánchez ha externalizado la gestión gubernamental con ministros de la cuota del PSOE sin trayectoria socialista conocida.

La cuestión es que el modelo del PSOE ha cambiado por completo. Y no porque una generación se haya impuesto sobre otra, sino porque la dirección se ha personalizado con plenos poderes en el secretario general. Nunca antes había sucedido. Hubo debate interno con González, con Almunia, con Zapatero y con Pérez Rubalcaba en el liderazgo de un PSOE que ahora es irreconocible. Es cierto que en estos tiempos los liderazgos políticos resultan desmesurados y exorbitantes respecto a los de hace años. Es unos de los signos de la nueva época política.

Recurrir a la edad y apelar al protagonismo generacional resulta reduccionista y, sobre todo, delata ignorancia sobre los circuitos del talento y la eficacia en la galaxia política. El canadiense Justin Trudeau (49) se entenderá mucho mejor con el norteamericano Joe Biden (77) y, ambos, muy mal con el mexicano López Obrador (67). La comprensión de los fenómenos sociales y la sintonía con las nuevas tendencias no tiene que ver con la biología, sino con la capacidad de análisis sin apriorismos excesivos y con empatía con los ciudadanos.

En la política se puede ser muy mayor con los años de Lastra (41) y muy joven con la edad de Josep Borrell (73). Sin olvidar que los progresistas solventes solo cuajan como tales con décadas de vida y experiencia para demostrarlo. Como el papa Francisco, (84), José Luis Sampedro, líder intelectual de los indignados españoles del 15-M que falleció a los 96 al pie del cañón, el mismo año y a la misma edad que Stéphane Hessel, autor de ‘¡Indignaos!’ (escrito en 2010) que vendió más de millón y medio de ejemplares y que fue el evangelio de los movimientos de la protesta joven y popular de hace apenas unos años. Entre este alegato generacional y falso de Lastra y la carta de Sánchez a los militantes del PSOE, con una redacción agresiva, se acredita que el pacto entre el Gobierno y Bildu ha sentado peor que mal a buena parte de la militancia socialista. Y la una y el otro, lo saben.