Luis Ventoso-ABC

  • Evidentemente, ERC y Bildu no han apoyado a Sánchez por su porte apolíneo

En Europa Occidental solo tres países tienen en riesgo su unidad nacional: Reino Unido, Bélgica y España. El Gobierno separatista escocés ya exige un nuevo referéndum de independencia, a pesar de que en 2014 prometieron que la consulta zanjaría el debate «para una generación». Bélgica ha ido degenerando en una laxa federación de minipaíses, que ni se quieren ni se entienden, y va cobrando trazas de Estado disfuncional (la peor tasa de letalidad del mundo ante el Covid). España sufrió un golpe separatista en Cataluña en 2017, cuyos promotores no dejan de insistir en que volverán a intentarlo, y logró derrotar en el cambio de siglo al brutal terrorismo vasco, que buscaba la independencia asesinando a «españoles». Si los separatistas catalanes y vascos lograsen instaurar sus repúblicas, a continuación se abriría el proceso gallego -suele olvidarse que los independentistas son allí la segunda fuerza- y probablemente el balear. Una espiral hacia la disolución de España.

El primer problema de España es la unidad nacional, por ser el único que compromete su propia existencia. Como baluartes para defenderla tenemos al Rey, que según la Constitución es el «símbolo de la permanencia y unidad del Estado». Al propio pueblo español, sujeto de la soberanía nacional. Al Gobierno, entre cuyas misiones constitucionales figura «la defensa del Estado». A los partidos constitucionalistas, entre los que de palabra, que no de hechos, figura todavía el PSOE. Y por último, pero no menos importante, a las Fuerzas Armadas, encargadas de «defender la integridad territorial» y el orden constitucional.

Pero está ocurriendo algo gravísimo. Para sobrevivir, el débil Gobierno de España se ha aliado con partidos cuya meta declarada es fracturar el país. El vicepresidente Iglesias explica abiertamente que esta nueva alianza busca crear «un Estado plurinacional», eufemismo jurídicamente tontolaba, que encubre un plan donde España pasaría a ser una tenue confederación, meramente nominal, que admitiría al menos dos repúblicas independientes.

Los separatistas ya no emplean eufemismos. Otegui lo acaba de explicar muy claro en TV3: «La república vasca pasa por decir sí a los Presupuestos». Bildu y ERC no apoyan a Sánchez por su porte apolíneo, sino porque consideran que este Gobierno les ofrece la oportunidad de llevar a sus regiones a la independencia. Y aquí emerge una cuestión capital: ¿Qué precio ha pagado Sánchez bajo cuerda para granjearse el apoyo de los más tenaces enemigos de España? Nos lo ocultan, pero huele a felonía. España va dando pasitos hacia el desguace, entre la indiferencia general del público «progresista», unos intelectuales ensimismados en su gran yo y un empresariado cobardón (o amenazado). Imperdonable la fijación antipatriótica de nuestra izquierda. Un buen burgués madrileño, Iglesias Turrión, vendiendo a trozos a su país; mientras otro, Sánchez Pérez-Castejón, da el visto bueno, porque su puesto le importa mucho más que su nación.