IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

La propuesta realizada ayer por el ministro Escrivá se enmarca en la necesidad de recomponer las cuentas de las pensiones, lo cual es muy razonable, pero no es inocua en absoluto. En primer lugar, establecer como base de cálculo de la pensión lo aportado en los últimos 35 años, equivale a hacerlo con toda la vida laboral y como los primeros años es normal que se cobre y se cotice menos, la fórmula supondrá en la práctica un recorte de las cantidades percibidas. Si usted es ya pensionista no se alarme porque solo afectará a las futuras prestaciones, pues las actuales están consolidadas y no ha nacido el político que sea capaz de retocarlas.

La medida suscitará las consabidas protestas, por más que sea razonable oponer la vida laboral completa con la vida pensionada también completa. Provocará protestas porque todas las medidas que se tomen en ese sentido nunca contarán con el beneplácito de los futuros perceptores. Lo curioso es que además de ellos se opondrán otros muchos y entre ellos la parte del propio Gobierno que cae en las manos de Podemos. ¿Aceptarán estos sumisos el recorte o sacarán los pies del tiesto? La respuesta es intermedia. Protestarán y… aceptarán, que no están los tiempos para renunciar a bicocas ni a parcelas de poder.

El consenso en materia de pensiones es muy complicado, o más bien casi imposible, porque se enfrentan a una situación actual del empleo muy difícil -agravada por el deterioro que ha supuesto la pandemia-, con la constatación de que las pensiones, al menos las altas, son razonablemente elevadas y resisten la comparación relativa con los países del entorno y con los derechos adquiridos por millones de trabajadores ya jubilados y otros millones de trabajadores en activo que esperan confirmar su esperanza de percibir la pensión deseada y prometida. Y súmele la decisión política siempre abierta de enchufar el sistema a los Presupuestos, como apunta el Pacto de Toledo. A unos Presupuestos que ahora se ven como todopoderosos e ilimitados, capaces de resolver cualquier necesidad y de apoyar cualquier demanda social. Y no hay demanda social más perentoria y difícil de resistir para un gobernante que la ejercida por un colectivo de más de nueve millones de votantes.

Lo que nadie podrá achacarle al ministro es que haya engañado. Esta idea habitaba en su cerebro desde hace años y nunca la ocultó. Así que quien le nombró sabía lo que podía esperar de él. Por eso Sánchez tendrá que volver a hacer equilibrios. Un deporte para el que está especialmente dotado.