JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • Si algunos que muestran ahora preocupación por la democracia americana dedicaran una fracción de esa alarma a nuestra democracia, las cosas mejorarían

Entre el populismo de izquierda y el de derecha existe una nebulosa tierra de nadie que puede ser cruzada -ha sido cruzada- en muchas direcciones». Quien afirma esto es ni mas ni menos que Ernesto Laclau, uno de los grandes patriarcas del populismo junto con su mujer Chantal Mouffe, y padre espiritual reivindicado como tal por los politólogos fundadores de Podemos. Laclau escribía esto en su obra ‘La razón populista’, en la que, sin dejarse nada en el tintero, desarrolla en qué consiste y cómo debe actuar el populismo.

Viene esto a cuento porque el asalto al Congreso de Estados Unidos ha servido para que la expresión antitrumpista de algunos los convierta de la noche a la mañana en piadosos adherentes a la democracia parlamentaria, horrorizados ante la crispación generada en la sociedad americana, Y no, no deben engañarnos. De la misma manera que se pudo ser antifascista y un perfecto criminal, como Stalin, y se puede ser anticomunista y un perfecto totalitario de signo contrario, se puede ser un acérrimo antitrumpista sin que eso pueda ocultar el llamativo parentesco entre las diversas expresiones del populismo que convergen en esa «nebulosa tierra de nadie» de la que habla Laclau y que, lejos de separarlos, los une. Si los populismos chocan es porque discurren por la misma vía, aunque lo hagan en sentidos opuestos.

Con razón hemos asistido horrorizados y estupefactos a lo que ocurría en el Capitolio mientras aquí merendábamos lo que quedaba de roscón. Nos indigna como demócratas la connivencia del presidente Trump con los asaltantes, hasta el punto de ser acusado con claro fundamento de ser él el instigador de semejante indignidad. Nadie pone en cuestión que se tratara de una «insurrección» o de una «sedición» o de «un acto de terrorismo interno», como lo han calificado, entre otros, el propio presidente electo, Joe Biden. Se exige un castigo ejemplar a los culpables, empezando por el propio Trump, para que caiga sobre ellos todo el peso de la ley, mientras cunde la preocupación por el futuro de la democracia estadounidense en una -para algunos- repentina toma de conciencia de la importancia de ese gran país que no sólo es económica y militar.

No apartamos la vista de la enorme viga en el ojo americano, creyéndonos por primera vez en la historia moral y políticamente superiores, pero deberíamos ser más prudentes. Si unos cuantos de esos que muestran ahora una preocupación casi agónica por la democracia americana dedicaran una fracción de esa alarma que sienten a preocuparse por nuestra democracia, las cosas mejorarían mucho, entre otras cosas porque veríamos también la viga enorme en nuestro ojo. Por ejemplo, el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias, declaraba hace unos días que la esencia de la política era el conflicto -no la confrontación, el conflicto- y su lanzamiento público consistió en animar a los suyos a «tomar los cielos por asalto» -otra vez el asalto- porque es así como se conquista. Su concepto de la democracia parlamentaria no creo que sea mucho más entusiasta que el de los instigadores de la turba del Capitolio, y su permanente denigración del consenso, empezando por el constitucional, delata su idea de la política como la continuación del conflicto civil por otros medios. Como en el caso de Trump, hemos tenido oportunidad de conocer sus obscenas fantasías sexuales compartidas en animado chat con Juan Carlos Monedero y el tándem ministerial con su pareja Irene Montero en su pequeño Camelot no ha suscitado reparo alguno en sensibilidades en otros momentos tan dadas a escandalizarse.

Por su parte, sería deseable que esa derecha llamada alternativa, identitaria, populista recapacitara sobre las consecuencias ineludibles a las que conducen esas dinámicas demagógicas e irreflexivas que al final devoran a quienes las ponen en marcha como ha ocurrido con Trump. Sólo un consejo y una opinión. Mi opinión es que Vox debería deshacerse, si es que puede y más pronto que tarde, de todos los préstamos argumentales, ideológicos y estratégicos del trumpismo que estaban presentes en ese repertorio que parte de la «derechita cobarde» -también Trump ha llamado cobardes y débiles a los republicanos que no le han seguido-, sigue con «el consenso progre» y ha terminado por calificar a la Unión Europea como «la Europa soñada por Hitler».

Y un consejo: cuidado con las fotos cuando vayan por ahí. Santiago Abascal se hizo una foto con Salvini y poco después el italiano declaraba su apoyo a los golpistas catalanes; hace unos días salió fotografiado con Ted Cruz, y ahora Cruz esta señalado también por el asalto al Congreso.