RUBÉN AMÓN-EL CONFIDENCIAL

  • La respuesta es extrema y probablemente negativa, pero describe el peligro de extinción de Ciudadanos y el desprestigio del líder popular, humillado por Vox
Dan ganas de pedirles la dimisión a Albert Rivera y a Mariano Rajoy, pero resulta que los artífices del hundimiento de sus respectivos partidos ya se han retirado de la política. Por eso carecen de protección sus herederos. Y por la misma razón, Inés Arrimadas y Pablo Casado han experimentado este domingo un tormento en carne viva, hasta el extremo de cuestionarse la idoneidad de su liderazgo y de asomarse al vacío. Ciudadanos se expone a la extinción absoluta. El PP ha ‘desaparecido’ de Cataluña. ¿Puede un partido nacional y ambicioso gobernar España con semejantes números y descrédito en Cataluña… y en Euskadi?

Vox ha mordido, cuando no humillado, a sus rivales de la derecha. Ha aprovechado las inercias de la polarización. Y ha ganado las elecciones. Por la fuerza con que accede al Parlament. Por la eficacia de los debates calientes (inmigración, seguridad, bandera, okupación, orden). Por la venganza que Abascal le cobra a Casado después de la trifulca de la moción de censura.

Y porque el españolismo patriotero ha conseguido movilizar al militante más de cuanto lo ha hecho la vacuidad del constitucionalismo. La baja participación no puede considerarse una excusa en el desastre del PP, sino un motivo. Y el diagnóstico se antoja mucho más grave para los naranjas. No solo por la proeza que supuso convertirse en primera fuerza en 2017, sino porque Cataluña tiene un valor político y simbólico en la idiosincrasia del partido. Todo empezó en Cataluña. Todo puede acabar en Cataluña. Ciudadanos puede desaparecer a la misma velocidad con que apareció. Y no es cuestión de atribuir toda la culpa a Inés Arrimadas, pero el ciclo trágico y oscuro que precipitó la negligencia de Rivera en su rechazo a un acuerdo con Sánchez se lleva por delante un proyecto moderado, regenerador e ilusionante que había nacido para combatir el nacionalismo y el populismo. ¿Debe dimitir Arrimadas entonces? La pregunta es legítima. Y la respuesta solo depende de la utilidad que pueda recuperar el partido en el Parlamento nacional, sobre todo si la hipotética constitución de un frente soberanista en Cataluña obliga a Pedro Sánchez a momificar a Frankenstein y encontrar en los naranjas la estabilidad parlamentaria, subordinando a trompicones los roces naturales con Podemos y el PNV.

Tenía razón Ignacio Varela esta noche en Onda Cero cuando explicaba que el problema del PP es de liderazgo y el problema de Ciudadanos es existencial. Tanto valen los matices para definir la angustia de las dos formaciones. Y para evocar la maldición con que los condenaron Rajoy y Rivera. Se explica así que Casado decidiera abjurar del marianismo con unos brochazos de última hora. Y se entiende la soledad de Arrimadas a bordo de una nave fantasma. Ni siquiera ha cumplido un año al frente del partido. Cs se le ha desangrado en las manos. La volatilidad de los votantes tanto ha dado energía a la moderación de Illa como al extremismo de Vox, más allá de haberse castigado ejemplarmente el alunizaje de la propia Arrimadas en Madrid.

Se entiende la soledad de Arrimadas a bordo de una nave fantasma. Ni siquiera ha cumplido un año al frente del partido

Se derrumba Ciudadanos, como se tambalea la posición de Casado. La herencia de Rajoy ha reventado su proyecto con la munición incendiaria de Bárcenas y con la aplicación del 155 en Cataluña, pero una y otra evidencia no contradicen los efectos secundarios que atragantan el porvenir de Génova. Las siglas del PP están en riesgo de liquidación. Y empieza a moverse el banquillo, con recursos tan distintos y hasta excluyentes como puedan serlo Núñez Feijóo e Isabel Díaz Ayuso en nombre de las baronías.

Alejandro Fernández y Carlos Carrizosa han fracasado como candidatos del PP y Cs. Están obligados a dimitir en cuanto expresiones de la catástrofe, pero el sacrificio de los virreyes es una escapatoria menor respecto a la ferocidad de unas elecciones que han extinguido de Cataluña a los partidos conservadores y que han trasladado al ámbito nacional la credibilidad de Casado y Arrimadas.