Juan Carlos Girauta-ABC
- Cuando surge una niña nazi de repente y la prensa la compra, promociona y airea, hay que detenerse a pensar
Solo nos faltaba la niña nazi, o neonazi. A los dieciocho se puede seguir aturdido en la infancia o saber muy bien lo que se hace y dice. Este parece ser el caso. Obsérvese si no la reivindicación que hace la niña de su fascismo y su socialismo, hermandad en el crimen y en la doctrina que la mayoría de profesores, tertulianos y taxistas españoles todavía no han entendido. Cuando surge una niña nazi de repente y la prensa la compra, promociona y airea, hay que detenerse a pensar. No sin antes acudir a los tribunales, pues ahí hay edad penal y hay posible delito. Uno de trazos tan claros que se diría artificial, una especie de ejemplo diseñado para una clase introductoria de Derecho Penal.
Esa línea clara, ese virtuosismo en el vicio, esa mala de Tintín, es lo que llama la atención. Porque vaya si el antisemitismo está extendido, pero hace mucho que adoptó otras formas. Dado que el Holocausto tiñe y remuerde la conciencia de Europa, el atavismo contra el judío ha buscado pervivir so capa de antisionismo. Esa es, por desgracia, la normalidad en la era de la cultura abyecta, la de las masas alfabetizada para no leer. Se dicen de izquierdas por si acaso. Ignoran la historia, el mapa del mundo y jamás se plantearían -y hacen bien- si Liberia o Mónaco tienen derecho a ser Estados. Nadie se pregunta tales cosas, los Estados están ahí y punto. Salvo en el caso de Israel. Aquellas masas creen saber que ese país en concreto carece de tal derecho. No otra cosa significa ser antisionista, escudito que protege al ágrafo cuando alguien lo coloca delante del espejo: ¿Te ves? Pues eso es un antisemita, un judeófobo. Tu ‘antisionismo’ y tu apoyo al BDS están en la misma estela de los pogromos, de los Protocolos de los Sabios de Sión y del Holocausto. ¡Menudo progresismo el tuyo!
Y así estaba la cosa. Sabiendo todos, por supuesto, que quedaba por aquí un minúsculo y marginal mundillo de neonazismo. Perpetuando en tabernas ignotas el lenguaje crudo, sin subterfugios, que practicaba la Europa negra de los años treinta. Sabiéndolo y sin acordarnos, hasta que los vemos de un modo que nadie esperaba. No es la arenga ebria de un desquiciado o un palurdo de gym; es la niña bonita, camisa de Falange, labios como fresas y frases como dardos. Precisas en su odio y su objetivo: escupir a seis millones de asesinados reproduciendo la jerga del genocidio.
Fue un acto escenificado. Un videoclip de primera. Sin rastro de la grosería que uno espera. De ahí el escalofrío o la incredulidad. Lo primero es más atinado. Filmó la atrocidad, con el obvio permiso de los organizadores, un equipo audiovisual profesional de la agencia estatal rusa de noticias Ruptly, ente hermano de Russia Today. Luego el vídeo resultante llegó en exclusiva al diario digital ‘La Marea’, que le imprimió sus marcas de agua. De ahí saltó a la prensa internacional: ¡Brote neonazi en España!