JAVIER ZARZALEJOS-EL CORREO

  • Tal vez los empresarios se equivocan en su diagnóstico. Si no, cómo explicar que quienes dinamitan la convivencia logren votos para seguir en el Gobierno

Trescientas asociaciones catalanas encabezadas por la patronal Fomento del Trabajo han escenificado un acto de protesta dirigido a los poderes públicos bajo el lema ‘Ya basta, centrémonos en la recuperación’. Ese ‘ya basta’ -no confundir con el sentido preciso del ‘Basta ya’ movilizador contra ETA- tiene mucho de significante vacío. ¿A qué dicen ‘basta’ los empresarios catalanes de todo tamaño? La violencia de los últimos días que ha convertido a Barcelona en la capital antisistema que la ciudad parece asumir como título apreciado es una explicación obvia, pero resulta insuficiente porque la tranquilidad en la calle no ha caracterizado a la capital. Lo que sí ha podido ocurrir es que esos disturbios asalvajados hayan hecho ya inocultable la preocupación por la dirección que las cosas han tomado en Cataluña, no ahora, sino desde mucho tiempo atrás.

El llamamiento de los empresarios se produce después de unas elecciones que se supone deberían conducir a encarar los problemas que denuncian y al tiempo que se va estrechando la relación entre ERC, el Junts de Puigdemont y la CUP, presente en los disturbios -en estos y en todos los anteriores- a través de su brazo juvenil. Y cuando los independentistas se conjuran de nuevo para perpetuar la desobediencia a los tribunales y se instala en un sector nada desdeñable de la opinión la tesis del declive de Cataluña a la vista de los indicadores económicos, la quiebra social y la crisis institucional. Parece como si una forma de desvarío colectivo se hubiera apoderado de gentes en otro tiempo razonables que integran esas amplias capas de clases medias que constituyen el soporte de los sistemas democráticos y la garantía de que estos no se deslizan hacia el extremismo, la polarización y la ruptura.

Hace unos días, el columnista de ‘La Vanguardia’ Antoni Puigverd, de cuya ortodoxia nacionalista nadie puede dudar, escribía: «Políticos y votantes que cinco años atrás se declaraban centristas, liberales o de derechas, ahora, como corderitos en el matadero, hacen la pelota a quien ya hizo decapitar a Artur Mas. El país se hunde, el partido que en cifras relativas ha crecido más es Vox, pero las clases medias catalanas han decidido besar las piedras que destruyen sus propias tiendas».

El ‘España nos roba’, además de falso, ha quedado muy lejos como para atribuirle una crisis que sin hipérbole cabría calificar de sistémica. La combinación de nacionalismo y populismo, traducida en una apuesta permanente de ruptura y el desafío constante a la legalidad, está produciendo los efectos que podían esperarse pero que buena parte de la sociedad catalana ha ignorado desde esa curiosa tendencia al narcisismo en la que ha solido instalarse y el cómodo recurso al victimismo. Si el cumplimiento de la ley se ha convertido en opcional, si no hay sentencia judicial que no sea susceptible de ser desobedecida para enaltecimiento público de quien lo haga, si la autoridad está para ser desacreditada, empezando por los Mossos d’Esquadra, lo que está ocurriendo en Cataluña, aquello contra lo que los empresarios claman ese genérico ‘ya basta’ resulta bastante fácil de explicar. Lo portentoso habría sido que, con un Gobierno instalado en el desafío a la ley y con instituciones plagadas de adherencias antisistema, Cataluña fuera un remedo de Suiza mientras sus autoridades se arrogan el derecho a hacer esencialmente lo que quieran en nombre del pueblo y la voluntad de este que sólo ellos saben, la nación o el derecho a la secesión que nadie reconoce.

Tal vez los empresarios se equivocan en su diagnóstico y, cuando sostienen que lo decisivo tiene que ser la reconstrucción económica, en realidad sólo expresan la preocupación de una parte minoritaria de la población. De lo contrario, es muy difícil explicar que quienes han dinamitado la convivencia en Cataluña hayan conseguido votos suficientes para seguir en el Gobierno autonómico e incluso radicalizar su perfil independentista con la incorporación de la CUP. Al éxito del PSC, impulsado por la preferencia de sectores constitucionalistas como voto útil, se le empieza a poner cara de Ciudadanos, cara de éxito estéril y de logro meritorio pero improductivo.

Me temo que los llamamientos empresariales van a tener un eco muy limitado. Una sociedad hegemonizada por el nacionalismo más radical, inoculada con mensajes de división y polarización no suele tener oídos para estas cosas, mientras siga embaucada por el pensamiento mágico de una independencia que resolverá todos los problemas. Sospecho que los empresarios catalanes tendrán que concretar mucho más a qué dicen ‘ya basta’ y tendrán que unir el trabajo a la exhortación. Eso de que los empresarios son ‘apolíticos’ pasa factura cuando lo que ocurre en Cataluña no es cosa de empresarios, sino de ciudadanía.