Antonio Casado-El Confidencial
- Si los próximos cuatro días no cambian el rumbo de los tratos para formar Gobierno, la política catalana se encamina hacia el peor de los escenarios
Hace algo más de un año (últimos de enero de 2020), el entonces presidente de la Generalitat (JxCAT) dio por fracasada la alianza con ERC “porque el Govern no puede funcionar sin unidad”. La casa común se vino abajo por “deslealtad” del socio y “falta de cohesión estratégica”, en palabras de Quim Torra. ¿Cómo entender que se quiera repetir la fórmula cuyo fracaso precipitó el adelanto de las elecciones?
Los republicanos hicieron creer que irían hacia la transversalidad largamente pregonada por Junqueras y Aragonès. Pero vuelven a las andadas después de aquel divorcio de mutuo acuerdo. Pronto los dirigentes de ERC se han pasado al “independentismo mágico”, que era la expresión utilizada contra JxCAT, cuando los de Puigdemont, Torra y Borràs hablaban del “pactismo mágico” para devolver la pedrada a Junqueras y Aragonès.
Reconstruir sobre los escombros con los mismos materiales, tras el cambio en la primacía (ahora ERC, antes JxCAT), no parece lo más aconsejable. Y si a la nueva entente se incorpora a la ecuación, aunque sin entrar en el Govern, un partido experto en derribos y demoliciones (que se lo pregunten a Artur Mas), la inestabilidad y el desgobierno están garantizados.
Hablo de la CUP, una extravagante mezcla de independentismo furioso con tardíos componentes de anarquismo asambleario, repartida en nada menos que 11 familias políticas. Al optar por el independentismo ‘nítido’, como quería JxCAT, y no por la transversalidad, ERC va camino de convertir a los tutores de Arran (la ira joven de la Cataluña grande y libre) en árbitros de un nuevo tablero que lleva dentro el germen de su propia implosión.
¿Permitiría una presidencia del Parlament de la CUP lo que Torrent no hizo por respeto a la legalidad?
Esa posibilidad, no rechazada en principio por los negociadores de ERC, todavía sigue abierta. Lo cual hace inevitable la pregunta de si, en la dinámica de la confrontación con el Estado, el nuevo presidente o presidenta del Parlament (podría ser su candidata en las elecciones del 14-F, Dolors Sabater) permitiría, siendo quinta fuerza, lo que el anterior presidente, Roger Torrent (ERC), siendo la segunda, no permitió por respeto a la legalidad vigente y las advertencias de los letrados y los tribunales.
Al tiempo, el socialista Salvador Illa insiste en presentarse a la investidura. Lo tiene muy difícil. Pero sería una buena forma de debutar en una legislatura en la que el exministro quiere, puede y debe viralizar su papel de alternativa. Aunque de momento se le cierren las puertas de la Generalitat, no se han desvanecido en absoluto las esperanzas de que lidere la recuperación de la racionalidad en esta castigada parte del territorio español, después de “10 años perdidos”, como él suele decir.
No me extraña que los independentistas teman el discurso de Illa, siempre recostado en la filosofía del ‘reencuentro’, el diálogo y la reconciliación. Se explica la negativa de ERC y JxCAT a que Illa presente su candidatura a la presidencia de la Generalitat en una sesión de investidura tras la constitución de la Cámara el viernes que viene. Saben que el mensaje del exministro de Sanidad es potente ante una ciudadanía mayoritariamente cansada de perseguir sombras.