Fin de la inmunidad

El Parlamento Europeo decidió el lunes levantar la inmunidad a los tres golpistas prófugos de Cataluña: el expresidente Puigdemont y sus secuaces Toni Comín y Clara Ponsatí. De los 705 eurodiputados se opusieron 248, que para los interesados supone el 42% de la eurocámara, prueba evidente de que lo suyo tampoco son las matemáticas. 248 votos de un total de 705 suponen el 35%. De los 59 eurodiputados españoles han votado contra la inmunidad los 46 del PSOE, PP, Vox y Ciudadanos. Casi la mitad de los votos partidarios de sostenella y no enmendalla (la inmunidad) han sido los de Unidas-Podemos, que tiene 6 escaños. Denuncia Puigdemont que el PSOE vote junto a Vox, mientras a él lo defienden la extrema derecha francesa, alemana, los flamencos belgas y parte de la Liga de Salvini, que dio libertad de voto.

Dijo alguna vez Tarradellas, parafraseando una frase afortunada de Perón, que en política se puede hacer todo menos el ridículo. Él conocía bien a sus paisanos, incluso a Jordi Pujol, del que Jordi Évole no podía sospechar nada hasta que él lo confesó todo, el 25 de julio de 2014.

Sostenía razonada y razonablemente Iñaki Ellakuría que el levantamiento de la inmunidad es una victoria más simbólica que real, que otra cuestión será lidiar con la Justicia belga, o lo que en Bélgica hace las funciones de tal. Vaya como ejemplo, la negativa a extraditar a Lluís Puig en agosto pasado. Es cierto, como también lo es que la práctica totalidad de las batallas que plantea el nacionalismo tienen un carácter simbólico, pongamos la independencia que el fugitivo declaró durante ocho segundos. O los planes que el PNV tenía para constituir a Euskadi en el decimotercer estado, cuando la bandera europea tenía 12 estrellas. “La treceava estrella”, decía su eslogan.

También tiene un alto poder simbólico, hasta el límite de la ridiculez y más allá, el hecho de que los dos partidos coligados en el Gobierno español se pongan en ridículo ante Europa y voten en sentido contrario sobre la inmunidad de unos presuntos sedicentes, malversadores y desobedientes.

Los argumentos del PSOE han escarbado ahí. La ministra de Exteriores defendió que era un asunto interno. Iratxe García, portavoz socialista en Europa, dijo: “Podemos tendrá que explicar por qué ha votado lo que ha votado. Es su responsabilidad y ellos son quienes tienen que dar explicaciones a la ciudadanía española y europea”. Con lo fácil que era decir: “van a tener que darnos explicaciones y salir del Gobierno”.

¿Puede un gobernante aguantar tanto ridículo? Este nuestro sí y el desplante del vicemoños se va a resolver como suele hacerlo, reculando. De momento, el voto de Podemos en el Europarlamento ha servido para desbloquear el encuentro en la cumbre (tómese la expresión en sentido figurado) del presidente del Gobierno y su vicesegundo. El diálogo que van a mantener esta semana el par Pedro y Pablo va a recordar mucho los ‘Diálogos para besugos’ que Armando Matías Guiu publicaba cada semana en DDT durante los años 50. Como decía el viejo chiste de la mujer que se queja al enterarse de que su marido, promiscuo pero incompetente, se ha prodigado con todas las vecinas: “¡Qué vergüenza! Ahora lo sabe todo el barrio”.