Fernando Maura-El Imparcial
Se han escrito ríos de tinta en obituarios más o menos atinados respecto de la inminente defunción de Ciudadanos, producidos estos pocos años después de los que acompañaron las exequias finales de UPyD y bastantes lustros más tarde de los que certificaron los fracasos de la nonata operación reformista de Antonio Garrigues y Miquel Roca, o de la desaparición del CDS como tentativa de Adolfo Suárez por rehacer un espacio mayoritario de centro desde las cenizas de UCD. Ésta no pretende ser una necrológica del liberalismo feneciente sino una llamada a la esperanza de quienes aún seguimos pensando en su vigencia.
Con independencia de los resultados que la meritoria candidatura encabezada por Edmundo Bal obtenga en las próximas elecciones del 4 de mayo a la Asamblea de Madrid, parece evidente que sólo establecerán la distancia entre los cuidados paliativos -en el caso de que el enfermo supere el 5% de los votos- o su desaparición final -porque no obtenga representación parlamentaria-. El proyecto ideado por un grupo de intelectuales catalanes, concebido desde la deserción de un PSC vegetante en las raras tierras que para el constitucionalismo supone el soberanismo, y del PP de José María Aznar que desmantelaba su proyecto y cesaba a su presidente en esa región, entregando a la corrupción pujolista cualquier alternativa que le pudiera hacer sombra desde un espacio de moderación; ese proyecto que creció en Cataluña y se expandió por el resto de España vive hoy sus momentos finales.
Recomponer en el corto -cortísimo- plazo de apenas un mes ese proyecto es tarea que bordea lo imposible. La política española está viviendo momentos de extraordinaria polarización que fagocitan cualquier opción intermedia, y los repentinos volantazos practicados por el equipo dirigente de Ciudadanos han conseguido hasta desafiar el dicho que asegura que es bueno que se hable de uno, aunque sea bien… sobre todo porque hasta en el capítulo de los errores existen categorías: los disculpables, los ridículos, los garrafales y los simplemente inexplicables que se dijeran sugeridos por el peor de los enemigos. La moción de censura en Murcia y su gestión se diría que integra un compendio de todos ellos.
Buena parte de los antiguos votantes de Ciudadanos en Madrid emigrarán hacia otros partidos; en especial el PP, aunque también algunos engrosarán los sufragios del PSOE o de Vox; algunos preferirán recalar en la abstención pese a la radical polaridad de estos comicios. Pero aun así el electorado liberal que, según advierten los análisis demoscópicos, es el menos fiel a su partido, y lo es porque -sin desdoro de los otros- se trata también del más consciente e ilustrado del elenco ciudadano, y cualquiera de las opciones que determine adoptar serán por definición pasajeras y susceptibles de regresar al espacio del que nunca salieron definitivamente, el de un centro liberal. Recordemos que, según GAD3, un millón de votantes de Ciudadanos se quedaba en casa en las últimas generales, y que los otros millón y medio de votos que perdía entre unas elecciones y otras se iban hacia otras opciones.
La semilla, recientemente plantada por UPyD y Ciudadanos, ha demostrado la existencia de espacio de centro liberal en España, si bien troceado por la polarización -provocada por los dos grandes partidos y por algunos medios, no por la ciudadanía- y la ley electoral. Se trata de un espacio ahora sin partido y sin liderazgo, pero pienso que, llegado el momento, habrá quien enarbole sus señas de identidad y vuelva a conectar con ese electorado.
¿Cuándo llegará ese momento? La pregunta se responde recabando la opinión de los clásicos, como lo era Alexis de Tocqueville y su “Antiguo Régimen y la Revolución”. Según el liberal francés, el momento del cambio no se produce con carácter inmediato a la crisis del que éste trae su causa, lo hace cuando las gentes están ya más dispuestas a castigar a los que les han conducido a esa situación que en salvar sus particulares muebles de la riada general. Y si, en España, la crisis de 2008 produjo en 2014 la aparición de nuevas fuerzas políticas en nuestro paisaje nacional, la crisis de 2020-21 nos traerá nuevas respuestas partidarias también en el medio plazo.
Quienes han mudado de partido o se han entregado a uno de los grandes, sin perjuicio de lo respetable que sea su actitud, corren el riesgo cierto de quedar consumidos por ellos y sólo engrosen la ya cumplida nómina de sus integrantes, sin derecho de intervención alguna en las decisiones estratégicas y aun puntuales que establezcan. Y lo que resultará todavía peor: quedarán amortizados, imposibilitados de participar en la reconstrucción del centro liberal cuando regrese ese momento.
En política conviene no dejarse llevar por el vértigo de lo inmediato. La máxima ignaciana que dice, “en momentos de tribulación, no hacer mudanza” sigue siendo buena consejera.