Territorio Sioux

Ignacio Camacho-ABC

  • Las pedradas de Vallecas son el símbolo del rechazo a la democracia como mecanismo de resolución de conflictos

El otro día te agredieron en Vallecas. Sí, a ti, que no has ido ni irás a un mitin de Vox, ni piensas votarlo, ni te conmueve su retórica bizarra de Don Pelayo. También a ti, que apoyas a Ayuso, y a ti, penúltimo y animoso resistente de la tercera vía de Ciudadanos. Incluso a ti, simpatizante del PSOE durante toda tu vida, sedicente progresista que nunca contemplarás otra alternativa, y a los que se abstienen porque están desengañados de la política. El otro día nos apedrearon a todos los que creemos en la democracia como mecanismo de solución pacífica a los conflictos. A los que aprendimos desde chicos a aceptar el arbitraje de las urnas aunque no nos guste

su veredicto. A los que nos negamos a aceptar la patraña de esa burda dialéctica entre fascismo y antifascismo. A los que no nos resignamos a la pérdida melancólica de los valores cívicos. A los que seguimos queriendo habitar en un país libre donde quepamos todos sin pegarnos cada cierto tiempo los unos a los otros. A los que todavía entendemos, seamos muchos o pocos, que sólo el respeto y la convivencia nos salvarán de un fracaso histórico.

Puedes caer en la tentación fácil de restarle importancia a ese ataque, y a los que con alta probabilidad ocurrirán en adelante. Encogerte de hombros y decirte a ti mismo que fue una provocación o un enfrentamiento entre radicales. Orillar el asunto como un incidente menor al que no hay que prestar atención ni considerar demasiado grave; cosas desagradables que suceden en el fragor de las campañas electorales. Pero no te engañes. Lo que pasó en Vallecas tiene que ver con un fenómeno inquietante de apropiación violenta de la calle. Una ola de coacción del extremismo comunista que pretende apoderarse de un espacio público y compartido para declararlo patrimonio exclusivo. Como si en las ciudades hubiese tribus con derecho a acotar parcelas en las que nadie pueda entrar ni moverse sin su permiso. Territorios sioux a los que está prohibido el acceso de cualquier individuo que impugne la hegemonía de sus autoproclamados dueños legítimos. Reservas sociales e ideológicas sometidas a un título de dominio. Exactamente lo que en el País Vasco y Cataluña ha conseguido el nacionalismo.

No es un enfrentamiento entre ultraizquierda y ultraderecha. Se trata del intento intimidatorio de levantar barreras al simple ejercicio de la coexistencia. De una manera tan primitiva como eficaz: con patadas y piedras contra el que enarbole una bandera diferente o se atreva a expresar en voz alta otra idea. Seguramente tú y yo no habríamos ido, menudo compromiso; mira por donde habrá que agradecerle a Vox el coraje suficiente para plantear ese desafío. Porque la libertad sólo tiene sentido cuando ampara a los distintos. Y si no entendemos que es la nuestra, la de todos, la que han agredido, la sociedad abierta habrá vuelto a perder otra batalla ante sus enemigos.