Mikel Esgudero-El Imparcial

viernes 14 de mayo de 2021, 19:39h
En una sociedad democrática la corrupción se oculta y se disimula, no se exhibe. Cuando es manifiesta y descarada, hay impunidad, abuso y tiranía. Habría que preguntarse cuánta corrupción tragamos insensibles o indefensos, o bien en qué medida participamos en ella, por acción u omisión.

Una de las acepciones de corromper que recoge el diccionario de la Real Academia Española es “sobornar a alguien con dádivas o de otra manera”. La corrupción se vale de medios económicos, pero no siempre consiste en economía. Hay una corrupción moral de la que no se habla lo suficiente, pero que altera y perjudica gravemente el desarrollo de personas y sociedades; de hecho, las rompe. Me refiero a la mentira, al engaño, a la doblez, a la sistemática tergiversación de la realidad. No se reconocen como tales cuando las efectúan aquellos con quienes se cierran filas; sólo las cometen los otros.

Hablemos hoy de Ciudadanos. No pertenecer a este partido, ni a ningún otro, me deja las manos libres para expresar estrictamente mi opinión. Estamos asistiendo a una programada fuga de cargos públicos, gestionada ahora a cara descubierta y a tiempo completo por el tipo a quien Rivera encargó organizar Cs en el conjunto español. Sin embargo, se niega la existencia de esa labor destructiva y se da a entender a la opinión pública que es algo natural y espontáneo, cuando es todo lo contrario: una descomposición activamente promovida. Desde el propio partido se guarda silencio ante estas miserables acciones, para no redoblar su efecto nocivo ni poner de manifiesto serias contradicciones en el seno de la organización. Pero alguien debe decirlo en voz alta.

Nacido en Cataluña, la implantación y el crecimiento del partido en el resto de España fueron precipitados. Se seleccionó un número notable de estómagos agradecidos a su señor jefe y listos para aparecer en las fotos. Cuando se recoge de aluvión, no es un inconveniente que el personal elegido sea heterogéneo, pero sí que sea superficial, inmaduro o inadecuado.

Esta fragilidad original se hizo evidente en particular cuando los resultados comenzaron a torcerse. El jefe supremo, quien había conducido al partido a un insólito éxito, no dudó nunca en perder el patrimonio social antes de apostar en una insensata partida de póker al todo o nada. Rivera dimitió y se fue a casa. Lejos de parecerme admirable su decisión, como algunos repiten, no me pasó por alto su marcado estilo narcisista: ‘me voy, yo no hago como otros’; un tono pretencioso, hueco, insoportable. En cualquier caso, la desconfianza que hacía tiempo él me iba produciendo es ya total. En una reciente aparición, al ser preguntado por las fugas de Cs se las dio de ilusorio Salomón: deseó suerte y acierto a los actuales dirigentes, y todo su cariño a los que se habían ido… Más ambigüedad y más guiños.

Muchos califican a Rivera de fundador de Ciudadanos; asimismo lo hace él. Es falso, no lo fundó. Otra cosa es que lo condujo casi a la cumbre, lo configuró a su imagen y semejanza hasta hacerlo el partido riverista y lo dejó hipotecado políticamente. De ahí, la crisis descomunal que padece Cs, agravada por inusitadas torpezas de su nueva dirección.

Los dirigentes de Cs quieren hoy relanzar un proyecto claro, pero no es posible sin zafarse de adherencias y vicios adquiridos en la etapa previa. Para colmo, la moción de censura de Murcia ha desacreditado al partido y ha servido de excusa a sus rivales para denunciar deslealtad y propiciar el abandono del barco, ha sido un descomunal error de catón. Los gobiernos de coalición son ambivalentes y hay que tener mucha atención en todos los aspectos de su gestión. Pero si no se cumplen los acuerdos, lo primero es irse y justificarlo en público; y, si procede, ir luego a una moción de censura; al revés de lo que se ha hecho. Se ha comprobado que hay profesionales de la política y frikis o ‘amateurs’ de ella; una diferencia abismal. No se puede ir de pardillo.

Rivera desplazó a Cs hacia el centro derecha y el antisanchismo, ahí ubicado está destinado a integrarse en la calle Génova. Tras el fiasco de Murcia, el tipo a quien Rivera encargó organizar y controlar Cs destapó su cambio de calle, ahora programa desde su nuevo despacho una dosificada escalada de escenas vergonzosas, con las que producir el mayor desgarro posible. Estas fugas orquestadas e interesadas son las que aquí denomino de aguas fétidas. Conviene que cuelen por las cloacas para sanar. No queda otra que refundarse o irse a casa.

Y para relanzar la coherencia y la ilusión habría que volver al espíritu fundacional, que fue abandonado por los jerarcas. Hay que atender con respeto a los militantes de base, que fueron despreciados, ninguneados y desactivados. Espera una dura travesía del desierto. Para superarla se precisan dirigentes honrados y veraces, convincentes y con carisma, y que no ansíen cargos y prebendas. ¿Será posible?