Miquel Escudero.El Imparcial

Hace ahora 115 años de la rehabilitación, no completa, del capitán alsaciano Alfred Dreyfus, erróneamente acusado de traición en favor de Alemania. Habían transcurrido doce años desde que se iniciara en 1894 el caso que lleva su nombre y que dejó dividida a la sociedad francesa en dos bandos convulsos e irreconciliables, uno de ellos intensamente antisemita. No se piensa lo suficiente en los perjuicios irreparables que ocasiona el ejercicio de la sinrazón y la entrega a la desmesura. De hacerlo, estaríamos más decididos a prevenirlos, a denunciarlos y a combatir las injusticias que de ello se derivan.

El periodista húngaro Theodor Herzl, doctor en Derecho, llevaba tres años en París como corresponsal de un diario austríaco liberal y cubrió el caso Dreyfus. Dejó su posición de judío moderado y pasó al activismo sionista. Según sus palabras, 1895 fue el año de su vuelco ideológico: era inútil combatir el antisemitismo, había que abandonar Europa y establecer el Estado de Israel en algún lugar del planeta.

Al comenzar 1896, Herzl publicó su ensayo ‘El Estado judío’. Y al año siguiente se celebró en la ciudad suiza de Basilea el Primer Congreso Sionista, en él se escogió un himno y una bandera nacionales. Se pensó en varios sitios para ubicar el futuro Estado: Argentina, Uganda, Chipre o Texas. Finalmente, se decidió Palestina, a pesar de que más del 90 por ciento de su población era no judía. Pero estaba todo por hacer, y por deshacer.

La norteamericana Alison Weir ha publicado hace poco ‘La historia oculta del Estado de Israel’ (Capitán Swing), un libro breve que informa con detalle sobre las triquiñuelas que culminaron en la ocupación de Palestina; con un trabajo de manipulación y contagio desarrollado durante años, con dinero a espuertas. La entrada de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, en contra de sus intereses y de lo prometido. Activistas entregados, como la sociedad los Perushim (en hebreo, los separados), fundada en 1913, una fraternidad militar secreta que hacía jurar lealtad a sus miembros: “Estás a punto de dar un paso que te vinculará a una sola causa para el resto de tu vida. Por espacio de un año tendrás la obligación absoluta de cumplir con un deber para el que se te podrá requerir en cualquier momento, en cualquier parte y a cualquier precio. Pasado un año, y hasta que hayamos cumplido nuestro objetivo, formaras parte de una hermandad, y ese vínculo será para ti más importante que cualquier otro de tu vida: más querido que tu familia, tu escuela o tu país. Al entrar en esta hermandad te conviertes en fiel soldado del ejército de Sión”.

En 1917 se hizo pública la Declaración Balfour, un contrato entre el Gobierno británico y la Federación Sionista de Gran Bretaña para convertir Palestina, entonces parte del Imperio otomano, en el hogar nacional de los judíos.

Ante una hipótesis desagradable, el buen científico no se arredra y la contempla cara a cara. ¿Llegó a haber alguna conexión nazi sionista, a partir de intereses comunes? Los nazis querían a los judíos fuera de Alemania; los sionistas querían instalarse en Palestina.

Se han documentado, señala Alison Weir, casos de sionistas fanáticos que explotaron, exageraron, inventaron, incluso perpetraron incidentes ‘antisemitas’ con el doble objetivo de ofrecer apoyo y empujar a los judíos a emigrar a la patria sionista, la cual se fue llenando en sucesivas oleadas. A veces se forzaba a ir a los judíos más pobres. Se reclutó en campos de desplazados. Cuenta también que muchos de los refugiados del barco Exodus habían solicitado visados para emigrar a Estados Unidos y no deseaban estsblecerse en Israel.

Acabada la Segunda Guerra Mundial y destapado el atroz Holocausto, la organización terrorista Irgún, dirigida por Menájem Beguín, voló con explosivos el hotel Rey David de Jerusalén, ocasionando 91 muertos y 45 heridos. El 22 de julio se cumplen 75 años de esta matanza, que en 2006 era aún celebrada por Netanyahu. Una placa cínica reza en el lugar: “Por razones conocidas sólo por los británicos, el hotel no fue evacuado”, tras unas llamadas efectuadas minutos antes de las explosiones.

El terrorismo sionista no paró, contaba entre sus miembros con el influyente rabino Korff, fanático y perverso, para quien “la diferencia entre el alma de un judío y las almas de los no judíos (…) es más grande y más profunda que la diferencia entre el alma de un ser humano y las almas del ganado”. ¿Por qué hay tantas frases y hechos que nos resultan familiares en contextos muy diferentes? Antes de dos años, Gran Bretaña abandonó la zona, donde mandaba desde 1931. Medio año antes se había decidido partir Palestina en dos Estados. Y luego todo se aceleró: la matanza de Deir Yassin, como símbolo de brutalidad, y un estado bélico enfrentado al mundo árabe, sin visos de concluir.