ANTONIO RIVERA-EL CORREO

Sin duda que el plácido y necesitado verano que disfrutan no se merece el asunto que les traigo: las siguientes citas electorales y el consiguiente condicionamiento del inmediato futuro. Si nadie con capacidad para hacerlo nos cambia los tiempos, las siguientes generales serían en noviembre de 2023, justo medio año después de las municipales de casi diez mil ayuntamientos, de diputaciones y juntas generales, y de doce comunidades autónomas. Como la fecha de estas últimas no es susceptible de modificación, no sería alocado pensar en un adelanto de las primeras, para no verse muy condicionado el tándem gubernamental por la nueva redistribución del poder autonómico y por el propio resultado, tan cercano a la gran cita. Si me apuran, incluso hay dos compromisos previos no menores: autonómicas andaluzas en diciembre de 2022, como tarde, y valencianas en abril de 2023.

Solo el último mes se han publicado cerca de una veintena de encuestas de intención de voto que coinciden en que el vuelco producido en las autonómicas madrileñas ha venido para quedarse en el conjunto de España, con las correspondientes correcciones. Según eso, el Partido Popular aventajaría al Socialista tras comerse a casi todo Ciudadanos, y sumaría casi en el límite una mayoría parlamentaria con Vox. Ese es el escenario de ahora. Sánchez y Casado conocen el nuevo punto de salida, pero al de llegada le esperan dos años. Demasiado tiempo en condiciones normales, pero que en este de pandemia se hace interminable.

Si la provisional liebre ganadora echa a correr pronto, corre el riesgo de agotarse en nada por la vía de repetirse o de errar en algo. Optará entonces por seguir con el desgaste, hablando cada día como si el oponente estuviera derrotado ya, pero no lo quiere reconocer. La insistencia en el mensaje acaba calando: la gente olvida los guarismos al día siguiente de las elecciones, y piensa que la diferencia entre ellos y los de la última encuesta encierra la injusticia de que no se tomen por reales, oficiales. La provisional tortuga tiene depositadas sus esperanzas en los dineros europeos, la definitiva eficacia de las vacunas y una contención no demasiado lesiva de la urgencia catalana. En su contra juega ella misma, su discrepante interior, cada vez menos apaciguable; también lo hace la tendencia de las fases gubernamentales menguantes a ser escenario de formidables meteduras de pata o de escandalazos que te dan la puntilla. No están estos a la vista, pero el Gobierno enfrenta dos retos inevitables: el ir detrás de tu alternativa te desgasta enormemente, te envejece por momentos, y las recuperaciones sociales o económicas no se traducen inevitablemente en reconocimientos del respetable acerca de tu capacidad para llevarle sano y salvo a la orilla; en muchas ocasiones es desagradecido y no te vale de mucho.

Es claro que la todavía reciente crisis gubernamental tenía por objeto prepararse para ese tiempo inminente y hacerlo con las fuerzas del propio partido. Sánchez nos recordó así que los partidos son sobre todo organizaciones preparadas para ganar elecciones, no tanto para gestionar luego el éxito, cuando se puede contar por un rato con expertos. Y es que, como dice nuestro gurú: «Entre tantas elecciones, no nos dejan gobernar». Pues eso.