Varias decenas de mujeres afganas se manifestaron ayer frente a la oficina del gobernador de la ciudad de Herat, al oeste del país. Algunas de sus pancartas estaban escritas en inglés: «Educación, trabajo y seguridad son nuestros derechos inalienables». Gritaban que no tenían miedo y animaban a otras mujeres a no tenerlo. Gritaban que estaban unidas.

El miedo lo tienes tú a 6.000 kilómetros de distancia cuando piensas en lo que puede sucederles a unas mujeres que se cubren el rostro solo con mascarillas y se identifican con sus nombres ante algún reportero antes de exigir su derecho a estudiar, trabajar e intervenir en la política y la Administración. A 6.000 kilómetros de distancia entran ganas de que los talibanes a esas mujeres ni las detecten. Por lo que puedan hacerles a continuación. O dentro de un rato, cuando el foco de la atención mundial ya no esté constantemente sobre ellos. Hace veinte años, en el Emirato islámico de Afganistán una mujer no podía salir a la calle sola, llevar pantalones vaqueros debajo del burka o reír en público. El silogismo que funciona como una llave Allen lo acuñó entonces Christopher Hitchens: todos los hombres son mis hermanos, pero los talibanes no lo son porque todas las mujeres son mis hermanas.

¿Qué debe hacer Occidente ante eso? En la entrevista del otro día en la Cope, el papa Francisco denunció la irresponsabilidad de intervenir países para «construir la democracia ignorando las tradiciones de los pueblos». Lo hizo atribuyéndole la frase a «una de las grandes figuras de la política mundial», Angela Merkel. Pero resulta que la frase no la dijo el pasado 20 de agosto Angela Merkel, sino el político que tenía al lado: Vladímir Putin. Lo que sí contestó Merkel, sin duda una gran figura de la política mundial, fue que ella lo que vio en el Afganistán de los últimos años fue a millones de niñas felices por poder ir a la escuela. El empresario Saad Mohseni celebraba hace solo tres meses que casi el 60% de los universitarios en Herat eran mujeres y que el promedio de sus notas era superior al de los hombres. Algunas de esas mujeres salieron ayer a reivindicar sus derechos jugándose la vida a cara descubierta. Su valentía nos interpela. Van a hacer falta toneladas de teoría para justificar que dejarlas solas es lo correcto.

PLENTZIA

Pueblo cerrado

El verano de las no fiestas pandémicas termina con el municipio de Plentzia cerrado a los foráneos mediante un bando municipal que impide acceder al pueblo a los no residentes. Además de una legalidad más que dudosa, el episodio revela una extraña lógica -cerrar un pueblo para evitar que se celebren en él unas fiestas que no van a celebrarse- y hace pensar en lo imposible que le resulta a la Administración controlar unas aglomeraciones de jóvenes que se repiten sistemáticamente en los mismos lugares. Lo ocurrido en Plentzia también hace pensar en el desamparo de los pequeños municipios que tradicionalmente ya tienen problemas con los veraneantes y que este año se las han visto además con los botellones de la quinta ola. Las medidas sumarísimas en Plentzia (prohibido venir al pueblo, lo mismo a los bares que a pasear poéticamente junto al mar) llegan después de que los alcaldes de Bilbao y Vitoria se felicitasen de que en las dos ciudades vascas más pobladas no se diesen incidentes reseñables durante la no celebración de sus respectivas y famosas no semanas grandes.

MADRID

Sale Pepu

Yo me alegré cuando Pepu Hernández entró en política. Lo hice porque recordaba que, siendo seleccionador, en un enfado con la Federación, aseguró que él los contratos no los leía y ni siquiera sabía dónde guardaba el suyo. Me pareció que a alguien así había que ponerlo a gestionar una ciudad de tres millones de habitantes. También me gustaba imaginar a Pepu levantándose en medio de una reunión con los estrategas electorales para dibujar en la pizarra un lío de equis y flechas mientras gritaba que lo tenía: bloqueo arriba, corte diagonal y balones a Pau. Hablando en serio, la participación del ciudadano en los asuntos públicos es un ideal democrático desde Grecia. Y quien destaca en la vida civil puede enriquecer con su experiencia la vida política. Siempre que la vida política no sea, como la nuestra, un ecosistema hermético poblado por ‘apparatchiks’ salvajes. Menos de dos años ha durado Pepu Hernández en el Ayuntamiento de Madrid. Y no será flojo de carácter alguien que se ha pasado la vida compitiendo contra el Madrid y el Barça al frente del Estudiantes.