ALBERTO AGUIRREZABAL y FELIPE JUARISTI-EL CORREO

  • Pudo optar por una vida más cómoda, mantenerse en el más alto nivel político, pero prefirió convertirse antes en un traidor que traicionarse a sí mismo

El 1 de septiembre de 2003, el día siguiente de su fallecimiento, Joseba Arregi dedicaba a Mario Onaindia un artículo en EL CORREO con este titular: «Al patriota Mario». Era premeditado, quiso reivindicar desde el inicio su condición de ciudadano, amante de su patria, condición tan cuestionada en ambientes políticos y «culturales» que él tan bien conocía. Así hemos querido comenzar este IN MEMORIAM dedicado a Joseba, convencidos de que en muchos aspectos de su vida recorrieron caminos paralelos, caminos sin retorno que los llevaron a alejarse del nacionalismo, y ya no volvieron nunca más al hogar.

Joseba pudo optar por una vida más cómoda, mantenerse en el más alto nivel político e institucional, donde había llegado por méritos propios, recibir el cariño y los halagos de los suyos, pero prefirió convertirse antes en un traidor que traicionarse a sí mismo. Se dio cuenta de que el nacionalismo tradicional al que pertenecía empezaba a transcurrir por una deriva de difícil retorno, como poco más tarde se comprobó en el Pacto de Lizarra con ETA, en el funeral de Fernando Buesa o en el plan Ibarretxe. Y defendía que «para acabar con ETA hay que deslegitimar su discurso político y eso obliga también a reformular el propio nacionalismo» (‘El País’, mayo de 2002).

Fue uno de los fundadores e impulsores de Aldaketa, con el objetivo de activar un movimiento ciudadano por el cambio. En una sociedad como la nuestra, tan dada a valorar y ensalzar el estancamiento de las ideas, Joseba reclamaba el valor de la evolución, de la adaptación a los nuevos tiempos que operaban en el mundo. Reclamaba el diálogo y el entendimiento, para lo cual era necesario, eso sí, que existiera lo que llamaba «gramática compartida», que, en democracia, decía, es la Constitución y son las leyes. Sabía que la sociedad vasca se había convertido en sujeto político gracias al pacto que supuso el Estatuto de Gernika y que era necesaria su defensa, su fortalecimiento ante quienes lo daban por muerto, ante quienes querían acabar con él y ante quienes se colocaban fuera de él.

Joseba se dio cuenta mejor que nadie de la soledad de las víctimas, de su inmenso dolor, del indispensable reconocimiento hacia ellas, que tanto tardó en llegar desde las instituciones, de su necesario protagonismo en el camino hacia un futuro en libertad. Y se convirtió en uno de sus mayores aliados, colaboró con ellas en multitud de iniciativas. Dedicó gran parte de su tiempo y de su talento a desmontar los argumentos de los terroristas, de sus aliados y de sus valedores, escribió innumerables artículos en innumerables medios, participó en debates y conferencias con distintas asociaciones y publicó en 2015 ‘El terror de ETA: la narrativa de las víctimas’, un alegato frente a los que querían olvidar la historia de terror de ETA y pasar página sin leerla.

Joseba era miembro de Mario Onaindia Fundazioa, miembro destacado, colaborador habitual y desinteresado de los que han hecho posible nuestra existencia con su trabajo y han prestigiado nuestra Fundación con su presencia. Colaborador habitual de nuestra revista Grand Place, hasta en el último número dedicado al 50 aniversario del Consejo de Guerra de Burgos. Participó con nosotros en decenas de actos desde Madrid, Bilbao, Donostia, Vitoria-Gasteiz y sobre todo en nuestra sede de Zarautz, en el ZAZPI. Allí le mostramos nuestro mayor agradecimiento al entregarle el 28 de octubre de 2017 el Premio Mario Onaindia Saria.

Zure lanean, zure saiakera intelektualean goi mailara iritsi zarelako, batetik, eta demokrazia, askatasuna defendatzeko erakutsi izan duzun konpromezu eta borondate tinkoagatik….

Gogoan izango zaitugu, Joseba. Esker mila adiskide. Izan dezazula atseden.