Algo parecido ha ocurrido en Polonia con la sentencia de su Tribunal Constitucional. En el choque entre las leyes emanadas por un ente supranacional, la UE, y las leyes derivadas de la propia Constitución, los polacos han dicho que los jueces y las leyes se deben a la Constitución polaca, no a las directrices de Bruselas.
Desde el punto de vista jurídico, el Tribunal Constitucional polaco argumenta que la capacidad de un gobierno de ceder poderes a la UE al unirse a ella se deriva de la Constitución que la establece, lo cual significa un límite. El gobierno confiere una parte de soberanía, pero no puede utilizar su poder para anular o subvertir la Constitución.
Curiosamente, esa es también la opinión del Tribunal Constitucional alemán, para quien la soberanía de los Estados nación puede ser conferida, pero no compartida. En temas no incluidos en los tratados, como política fiscal o defensa, se requieren cambios en las constituciones nacionales y modificación y acuerdo entre los 26 Estados miembros.
Pero, más allá del enfoque jurídico, emerge un problema político. Muchos Estados miembros de la UE consideran que el camino de federalización de la UE implica una renuncia a la propia soberanía que no están dispuestos a conceder.
El error de fondo a las críticas al Tribunal Constitucional de Polonia reside en la acusación de “nacionalista”, y por tanto “antieuropeísta”, equiparándolo al nacionalismo catalán, como hace Francesc de Carreras en un artículo en El Confidencial.
El caso polaco y Cataluña no tienen nada que ver. Polonia reivindica la esencia europeísta de los antiguos Estados nación, que son los que hicieron Europa desde el siglo XVI. El caso del nacionalismo catalán es el constructivismo totalitario, estatista, que pretende romper la Nación española, precisamente uno de esos Estados nación que hicieron la gran civilización europea y occidental.
En la crítica fundamentada al nacionalismo vasco y catalán es muy conveniente diferenciar el nacionalismo supremacista, racista y totalitario de la Alemania nazi con el nacionalismo liberal de americanos, ingleses, polacos y franceses. En el desembarco a Normandía, el 6 de junio de 1944, había mucho nacionalismo entre los libertadores de Europa.
Señor Carreras, no todos los nacionalismos son iguales.
No se entiende muy bien por qué sólo se puede ser europeísta de modo federal. El Tratado de Roma de 1957 que instituyó la CEE no establecía que el único camino de paz y cooperación en Europa tenía que ser necesariamente la federación de los Estados europeos y la renuncia a su soberanía.
La esencia europea es precisamente la contraria: la de los Estados nación. La UE, al insistir en un camino burocrático de superestado europeo, a mi juicio equivocado, ha provocado primero el brexit y ahora ha abierto la vía del polexit.
En el caso de Polonia, a diferencia de los británicos, la salida de la UE no está en el horizonte de los partidos políticos polacos. Al menos de momento. Polonia es uno de los Estados más favorables a la Unión Europea. Entre otras cosas, porque es un receptor de ayudas europeas (11.000 millones de euros netos al año), que hacen a la UE muy popular entre el electorado polaco.
¿Qué puede hacer Bruselas contra Polonia en estas circunstancias? La UE puede retirar a Polonia los fondos de la Covid y la ayuda regional anual mencionada. También puede solicitar una modificación de la Constitución polaca e incluso imponer una multa diaria mientras no proceda a hacerlo.
Por su parte, Polonia puede negarse a pagar esa multa y, al no recibir fondos y estar obligada a reformar su Constitución, la opinión pública polaca puede, con razón, rebelarse. La UE tiene entonces el riesgo de perder otro Estado de dimensión territorial casi comparable a España.
Es difícil predecir la salida a esta crisis. Cabe la posibilidad de un enmascaramiento típico de Bruselas, de concesiones cosméticas recíprocas. Pero, en cualquier caso, es evidente que se ha producido un impulso contagioso de reivindicación de soberanía nacional frente a las palabras mágicas de “esto viene de Europa”. Es decir, la llamada “superioridad de la legislación de la UE”, que es un ejercicio descarado de despotismo ilustrado.
Polonia ha dado en el clavo precisamente por ser un Estado nación que ha visto arrebatada su libertad y soberanía por Oriente (el comunismo soviético) durante 50 años, hasta 1989, y que no desea renunciar ahora a su soberanía por Occidente.