No es contra Calviño… es Sánchez

TEODORO LEÓN GROSS-EL PAÍS

  • El episodio de la reforma laboral ha contribuido al proceso de construcción del liderazgo de Yolanda Díaz en la izquierda de la izquierda, donde se apunta tanto tras tanto, sea suyo el mérito o no

Por más que la lógica narrativa de los culebrones se haya infiltrado en la crónica política, nadie razonablemente podía esperar —o debía esperar— un final catastrófico a la bronca de la reforma laboral que rompiera el Gobierno. Sí, todo se prestaba a fantasear con un guion en el que la ruptura de la izquierda portuguesa se reprodujese en España horas antes de reunirse Costa y Sánchez en Trujillo como dos patos cojos, toda vez que Portugal viene anticipando desde 2015 el ciclo de izquierda con una moción ganadora, una victoria electoral y un divorcio creciente. Pero todo eso sólo era cháchara para entretener la espera de Antonio Costa entre geringonça y Frankenstein. Sánchez llegó y repartió exactamente el mismo gesto atento y afectuoso a Yolanda Díaz y Nadia Calviño, señalándolas como pares ante el primus. [Inciso: Napoleón defendía no tener un delfín sino dos, porque en ese caso nunca se dedicarían a destronarlo sino a despedazarse entre ellos]. Y fue Yolanda Díaz, con su poderoso instinto político, quien le devolvió una carantoña de tú a tú. No es frecuente ese dominio de la puesta en escena.

Lo sucedido en la crisis de la derogación/no-derogación de la reforma laboral apunta notoriamente más allá del marco laboral, que en definitiva no desafiará las líneas rojas de Bruselas. Yolanda Díaz lo sabe, pero era y es una cuestión simbólica clave. Y ella ya ha ganado, derrotando a los socialistas en la guerra del relato: en el imaginario del votante de izquierdas, Yolanda Díaz representa la determinación por enterrar el legado de Rajoy, y Nadia Calviño representa la resistencia de la burócrata fiel al servicio de los hombres de negro. Cada contendiente ha terminado por sumarle a Yolanda Díaz, desde Lastra a Isabel Rodríguez. El episodio ha contribuido al proceso de construcción de su liderazgo en la izquierda de la izquierda, donde Díaz no deja de apuntarse tanto tras tanto, sea suyo el mérito o no.

Yolanda Díaz no tiene como enemiga a Nadia Calviño, aunque represente una némesis muy pero que muy conveniente para sus planes. El objetivo es el liderazgo de un Frente Amplio, y por tanto el rival es Pedro Sánchez. Su hoja de ruta apunta a las próximas elecciones; y en los sondeos se constata que es un liderazgo que suscita simpatías transversales. Claro que eso no es un salvoconducto para triunfar —que se lo digan a Albert Rivera— pero no provocar animadversión en política da mucha potencia. Ahí se diferencia de Belarra, con un sectarismo marca de la casa, o Irene Montero, que ha dilapidado el capital del Ministerio de Igualdad. Yolanda Díaz, en cambio, podría parecer perfectamente una líder de los liberales alemanes, de los verdes austriacos, de los macronianos en Francia o una socialdemócrata nórdica. Tiene una capacidad camaleónica excepcional, sobre todo si militas en el Partido Comunista o Comisiones Obreras. Previsiblemente Iván Redondo sólo trataba de incordiar con sus opciones, pero no hay más postpablismo que ella, y el postpedrismo ya se verá.