Ignacio Camacho-ABC
- En el conflicto interno del PP ninguna de las partes entiende que esas reyertas son una máquina de espantar votantes
No lo entiendes porque no hay modo congruente ni objetivo de entenderlo. Tú votaste al PP incluso cuando muchos huían hacia Vox y Ciudadanos, porque eres de la generación bipartidista y desconfías de los experimentos. Y tras la eclosión de Ayuso en mayo te sentiste satisfecho: pensaste que las bases electorales del centro y la derecha habían comenzado la reunificación por su cuenta. Las encuestas te dieron la razón al constatar que la tendencia se consolidaba a escala nacional, más allá de la autonomía madrileña. Y ahora contemplas estupefacto esta trifulca de rivalidades internas y no te entra en la cabeza que los dirigentes se estén disputando el rédito de una victoria antes de obtenerla. Me pides que te lo explique pero, para serte sincero, no encuentro la manera. La psicología colectiva de los partidos es una mezcla de egos, pulsiones cainitas, vínculos de dependencia y paranoias de clan que a menudo se manifiestan en conflictos imposibles de comprender desde fuera. Y si se comprenden es peor porque revelan una pérdida del sentido de la realidad y un ensimismamiento propio de mentes estrechas. En resumen: la dinámica de comportamiento de las sectas.
Encerrada en esa burbuja de solipsismo, la nomenclatura popular está cometiendo el más clásico de los errores políticos: trastocar las prioridades, confundirse de enemigos y envenenar el ambiente con enfrentamientos tan frívolos como intempestivos. Nadie se libra de esa conducta irresponsable. Casado, por permitir que García Egea obstruya a Ayuso con zancadillas de aparatchik. Almeida, por enredar con inoportunas rencillas personales en vez de quedarse discretamente al margen. La presidenta por empeñarse, quizá mal aconsejada, en desafiar la autoridad del líder y tirarle pellizcos al alcalde. Ninguna de las partes parece consciente de que esa clase de pugnas son una máquina de espantar votantes, y lo más probable es que cuando se aperciban del daño sea tarde.
Si el desencuentro desemboca en unas primarias será todo un espectáculo, un regalo para la izquierda en su momento más delicado. Cualquier solución que no contemple el derecho de la protagonista de un triunfo histórico a dirigir la organización en su territorio dejará un paisaje de escombros, el cuadro de un partido roto por incapacidad para gestionar sus problemas mediante un método decoroso. Casado y su entorno han de saber que mientras no conquisten la Moncloa tendrán que convivir con intrigas ambiciosas, sombras de suspicacia y aspiraciones autónomas de tomar posiciones en caso de derrota. Así es la política porque así somos los seres humanos. Pero lo que tú esperas, como el resto del electorado, es un liderazgo que os dé confianza a través de un proyecto razonablemente compacto. Y lo que atisbas en estos ridículos pugilatos de adolescentes enfadados es una falta de luces largas que amenaza con otro descalabro.