Carlos Sánchez-El Confidencial
- Europa, como en el cuento de Monterroso, está siempre ahí. Es lo que sucede cuando se cede soberanía a cambio de dinero. Algo que no debía haber olvidado la coalición
La historia la contó el eurodiputado Luis Garicano hace una década. Justo cuando caían chuzos de punta sobre el euro. El Nobel Modigliani había visitado España un tiempo atrás y el ex secretario general de CCOO, José María Fidalgo, aprovechó la ocasión para invitarle a una sesión de trabajo en el sindicato. A Modigliani le interesó la opinión de los economistas de CCOO —también había de UGT— sobre el euro, y les preguntó si eran conscientes del riesgo que podía tener la existencia de ‘shocks’ asimétricos en una unión monetaria (el euro) sin unión económica y sin convergencia real. Los sindicalistas, según la versión de Garicano, y ratificada posteriormente por Fidalgo, respondieron que sí, que eran conscientes, pero que estaban convencidos de que las asimetrías iban a disminuir porque el paraguas del euro protegía a todos y se harían las reformas para que las economías del sur fueran tan flexibles y competitivas como las del norte.
Modigliani hizo suya la metáfora y respondió: “La unión monetaria es un paraguas de hierro. Sí, te protege de la lluvia, pero para que funcione es necesario poder con el paraguas, que pesa mucho. Eso requiere hacer mucha gimnasia. Y, si los portugueses, griegos, italianos y españoles no han querido hacer la misma gimnasia que los suecos fuera de la unión monetaria, ¿por qué van a hacerla de repente?”.
Resguardarse bajo la lona no es gratis. La factura siempre se paga, como bien saben todos los presidentes del Gobierno desde 1986
No es fácil encontrar una respuesta tan lúcida. Europa, que no es una ONG, sino, sobre todo, además de otras muchas cosas, una enorme unión aduanera, es un paraguas que pesa toneladas y que, efectivamente, protege cuando vienen mal dadas —qué hubiera sido de España sin el doble rescate de 2012 y de 2020—, pero que solo lo hace cuando se cumplen determinadas condiciones. Resguardarse bajo la lona no es gratis y, de hecho, la factura siempre se paga, no es a fondo perdido, como bien saben todos los presidentes del Gobierno desde que hace 35 años España se adhiriera a la entonces CEE. Europa, es más, ha sido desde entonces la gran coartada para hacer ajustes y aprobar muchas reformas que de otra forma no se hubieran realizado por resistencias internas. Algo que, por cierto, a menudo ha hecho crecer el euroescepticismo.
«Estrecha coordinación»
Y es así, no por un capricho de los burócratas de Bruselas, sino porque así lo determinan las leyes europeas aceptadas libremente por España. En particular, el Tratado de Funcionamiento de la UE (artículo 119 y siguientes), que deja bien claro que la acción de los Estados miembros y de la Unión incluirá “la adopción de una política económica que se basará en la estrecha coordinación de las políticas económicas en el mercado interior y en la definición de objetivos comunes, y que se llevará a cabo de conformidad con el respeto al principio de una economía de mercado abierta y de libre competencia”.
Es más, en el artículo 121 habla sin tapujos de que, con el fin de garantizar esa coordinación, el Consejo, basándose en informes presentados por la Comisión, “supervisará la evolución económica de cada uno de los Estados miembros y de la Unión, así como la coherencia de las políticas económicas con las orientaciones generales”.
La distribución de los fondos Next Generation, como no podía ser de otra manera, ya que supone entregar miles de millones a fondo perdido, ha reforzado ese control y hoy no hay ninguna duda de que la política económica de España está sometida a una estrecha vigilancia por parte de la Comisión Europea, que en este caso actúa como garante del cumplimiento de los tratados.
No es, desde luego, ninguna novedad. Lo sorprendente es que miembros del Gobierno reclamen legítimamente autonomía respecto de Bruselas, pero, al mismo tiempo, acepten fondos que necesariamente están cargados de condicionalidad porque, de otra manera, no hubieran llegado. Es lo que siempre sucede cuando se mutualizan las deudas y se dan los primeros pasos para la creación de un Tesoro europeo, que es el núcleo que identifica a los Estados-nación.
Si se acepta ceder soberanía, como ha hecho libremente España, lo obvio es que se estreche el margen de maniobra para hacer política
Había pocas dudas de que la UE impediría derogar las reformas laborales de 2011 —que algún día reclamaron los sindicatos— y de 2012, como tampoco había razones para pensar que dejaría pasar de largo un endurecimiento de las condiciones de acceso a las pensiones, porque es lo que viene reclamando desde hace años con reformas paramétricas (prolongación de la edad de jubilación o número de años cotizados para tener acceso al 100% de la pensión). A pesar de eso, el programa de la coalición decía lo contrario, y es ahora cuando el Gobierno —desde luego la parte de Unidas Podemos— se ha dado de bruces con la realidad. Como se dio en su día Zapatero cuando Merkel le obligó a reformar por vía exprés el artículo 135 de la Constitución.
Lo paradójico, como ha hecho el responsable de economía de Podemos, Nacho Álvarez, es que se diga que la ampliación del periodo de cálculo no es una medida recogida en el Pacto de Toledo ni está en el Acuerdo de Coalición ni forma parte del diálogo social. Como si un asunto central como es el sistema de pensiones, por su impacto sobre el déficit público y la sostenibilidad de la deuda, fuera irrelevante para Europa, que es quien pone los fondos, ya sea a través de ayudas directas o comprando la deuda pública que permite, precisamente, mantener el actual nivel de prestaciones en un sistema deficitario como es el español.
Europa supervisa
Conviene recordar, como ha hecho recientemente el Banco de España, que, aunque las reglas fiscales están suspendidas, Bruselas mantiene el ciclo habitual de supervisión del semestre europeo, que incluye los habituales procedimientos de déficit excesivo y de desequilibrios macroeconómicos.
Esta contradicción entre lo que se quiere y lo que se puede es la esencia de la política. Y, si se cede soberanía, como ha hecho libremente España, lo obvio es que se estreche el margen de maniobra para hacer política. Claro está, salvo que se caiga en lo que la Real Academia Española define como ‘engañifa’: “Engaño artificioso con apariencia de utilidad”.
Unidas Podemos puede reinventarse tantas veces como quiera, pero los tratados de la UE seguirán ahí, como el célebre dinosaurio de Monterroso
Otra cosa es que se quieran cambiar las reglas del juego, y en el asunto del aumento del periodo de cálculo hay muchas razones para pensar que Bruselas está equivocada, como lo estuvo gravemente en la anterior crisis con su política fiscal y monetaria cicatera, pero eso es difícilmente compatible con permanecer en el Gobierno, que es quien firma los acuerdos con Bruselas.
Muchas de las mejoras ‘para la gente’ obtenidas en los últimos años, de hecho, como han sugerido algunos dirigentes de Podemos, se podían haber logrado sin estar en el Gobierno, solo sumando los votos en aras de alcanzar una mayoría parlamentaria en determinados asuntos, algo que hubiera evitado una política ciertamente bipolar que huele demasiado a cinismo. Como alguien ha dicho, tras la votación del Constitucional, UP es ya una formación tan vulgar como otra cualquiera. Pero con un elemento añadido: la movilización social en torno al proyecto heredero del 15-M se ha esfumado. Lo que ha emergido, por el contrario, es una enorme desafección hacia la credibilidad de la política.
Impugnar el sistema
No es fácil impugnar el sistema, como le gustaba decir al mundo de Podemos en sus orígenes, desde dentro sin que estallen todo tipo de contradicciones. Ni reivindicar a estas alturas aquel célebre ‘el miedo ha cambiado de bando’, que proclamó Pablo Iglesias, con cinco ministros con mando en plaza en el Gobierno.
El Partido Socialista, por su propia naturaleza, está acostumbrado a navegar en esas paradojas, al menos desde el referéndum sobre la OTAN o desde que en el debate constituyente planteó la cuestión de la monarquía con su famosa enmienda republicana, pero tendrá un indudable coste reputacional para Podemos si sigue jugando el extraño y novelesco papel de agente doble, como hace la propia Yolanda Díaz, volcada ya a su carrera electoral. Es decir, estando en el Gobierno y, al mismo tiempo, ejerciendo de oposición, lo que solo puede producir descrédito de la cosa pública por falta de coherencia. Un asunto que, desde luego, no se soluciona cambiando periódicamente de siglas hasta la sigla final. No es fácil querer ser alternativos y al mismo tiempo formar parte indeleble del sistema. Los trotskistas se infiltraron en el PSOE para cambiar a la socialdemocracia y ya se sabe dónde acabaron.
Unidas Podemos puede reinventarse tantas veces como quiera, pero los tratados de la Unión Europea seguirán ahí, como el célebre dinosaurio de Monterroso. Otra cosa es que se haga un planteamiento alternativo al modelo económico y a la arquitectura legal, institucional y política que soporta el euro, y que es la que hace que el paraguas de Europa sea extremadamente exigente y pesado. Ahí es donde debía centrarse la estrategia política de la izquierda del PSOE. No en permanecer en el poder cueste lo que cueste.
Pero eso es difícilmente compatible con estar en el Gobierno, salvo que se quiera engañar o se pretendan alimentar falsas expectativas esgrimiendo símbolos y exaltando las emociones mediante el viejo método de prometer lo maravilloso que va a ser el futuro. Si la izquierda a la izquierda del PSOE, presa de lo que Ortega denomina particularismos, no ha sido capaz, siquiera, de ofrecer una alternativa global al modelo territorial de España, difícilmente podrá retar a Europa con soluciones distintas. Necesarias, sin duda, para fortalecer su autonomía estratégica y reforzar su identidad. No es fácil estar al mismo tiempo en misa y repicando, salvo que se quiera utilizar el Consejo de Ministros como set de televisión.