Gabriel Albiac-ABC

  • El nacionalismo germinó en Cataluña sobre el humus del meapilismo más reaccionario del siglo XIX

Linchan a una familia en Canet. Por el delito de aspirar al bilingüismo escolar en una sociedad bilingüe. El llamamiento a aniquilar a aquel que no se pliega al designio del pueblo unido en lengua y sangre no es algo nuevo. Leo la avalancha de tuits linchadores: Twitter sirve para eso. «Me apunto a apedrear la casa de ese niño. Que se vayan de Cataluña. No queremos supremacistas que nos odian», escribe un anónimo descerebrado. Más grave: «Que un solo alumno obligue a cambiar la lengua al resto es, por lo menos, sorprendente», proclama la nada anónima portavoz de la Generalidad, una tal Patricia Plaja. No se para a pensar que, de haberse aplicado su criterio, la segregación racial escolar perviviría hoy en los Estados Unidos. Porque el espíritu del pueblo prístino debe ser puesto a salvo de las contaminaciones con los hombres inferiores, ésos que hablan una ‘lengua de las bestias’ que es hoy la tercera en difusión del mundo.

El pueblo como coartada. No es nuevo. ‘Völkisch’ es la clave de bóveda del nazismo. ‘Völkisch’, o sea ‘populista’, es el fundamento sobre el cual llama en 1925 Hitler a alzar un nacionalismo blindado frente a sus demoníacos adversarios. Un ‘nacionalismo-socialista’, en su caso. Esto es, un nacionalismo que no se erija sobre supuestos sólo materiales, sino, ante todo, sobre un sistema de mitologías que aúne, por encima de clases, al ‘pueblo’ llamado a imponer la grandeza nacional. No una ideología de partido regirá eso, escribirá en ‘Mein Kampf’, sino una ‘Weltanschauung’, una ‘visión del mundo’. ¿La diferencia? Es inequívoca: «La visión del mundo debe ser intolerante y no puede satisfacerse con el papel de ser un partido entre los otros, exige de modo imperativo su propio reconocimiento, exclusivo e íntegro, así como la reconfiguración completa del conjunto de la vida pública conforme a sus concepciones. No debe tolerar la pervivencia de residuos representativos de la situación anterior». Y remata: «Es lo mismo que sucede con las religiones». El nacionalismo -socialista o no- es una religión del pueblo, una religión populista.

El nacionalismo catalán no es -no lo fue nunca- un ‘nacionalismo socialista’, ni siquiera un socialismo moderadamente de izquierdas. El nacionalismo germinó en Cataluña sobre el humus del meapilismo más reaccionario del siglo XIX. Y sigue siendo hoy el solar de la derecha más tradicionalista de la península. Ni siquiera el PNV está a su nivel en ese arcaísmo de Dios, Patria y Fueros. Que tal ‘Weltanschauung’, puesta en pie por el patriarca Pujol, sea además ilimitadamente ladrona, nada tiene de extraño: no hay tradicionalismo que no lo sea. «Nuestros antepasados echaron el ancla a la cual nos abrazamos», escribía Joseph de Maistre, que inventó el tradicionalismo nacional. Pero es que no hay mejor ancla que una buena caja fuerte.