Editorial ABC

  • En su discurso de Nochebuena, el Rey hizo una férrea defensa de la vigencia de la Constitución, para la que reclamó «respeto, reconocimiento y lealtad» frente a quienes quieren derribarla

EL tradicional discurso de Nochebuena de Su Majestad el Rey fue un canto al futuro de una España mejor cuando la pandemia pueda ser definitivamente superada, pero sobre todo fue un llamamiento a que los españoles «confiemos más en nuestras propias fuerzas como nación», porque si algo nos ha enseñado la historia como pueblo, es nuestra incesante capacidad para reaccionar ante las adversidades y superarlas. Don Felipe elogió los profundos cambios vividos en España en estas ya más de cuatro décadas de democracia y libertad, y por eso apeló a la vigencia de la Constitución como herramienta útil y modélica para el «gran proyecto de transformación» con el que hemos de seguir avanzando. Su mensaje fue nítido: tanto los poderes públicos como los ciudadanos están llamados a promover «la unidad frente a la división», «el diálogo y no el enfrentamiento», «el respeto frente al rencor», y «el espíritu integrador frente a la exclusión».

Solo así será posible permanecer en una convivencia «cívica, serena y en libertad».

Frente a la polarización, la fractura ideológica y el progresivo enconamiento en que nuestra vida pública e institucional se ha instalado, Don Felipe reivindicó con rotundidad el valor de nuestra Constitución porque «ha sido y es la viga maestra que ha favorecido nuestro progreso y que ha sostenido nuestra convivencia democrática frente a las crisis serias y graves que hemos vivido». Por todo ello sostuvo, en un mensaje directo a quienes tratan de derruir el espíritu de la Carta Magna, que «merece respeto, reconocimiento y lealtad». Un respeto, un reconocimiento y una lealtad que sistemáticamente se desprecian, por ejemplo, desde el independentismo, y desde aquellos partidos que promueven un revisionismo histórico sectario, que acosan a la Monarquía parlamentaria como el sistema que ha garantizado el éxito de nuestro progreso en libertad, o que directamente buscan la ruptura de la unidad de España. De ahí el extraordinario valor que tiene la apelación a los nuestros problemas políticos, sociales o económicos como una nación orgullosa de serlo.

La crisis económica fue también motivo de preocupación del Rey. Recordó Don Felipe cómo estamos sobreponiéndonos a la pandemia con el crecimiento de la economía, con la recuperación de la mayoría de los puestos de trabajo suspendidos durante la pandemia, y con la oportunidad que se abre en Europa para recibir fondos para la recuperación. Sin embargo, constató cómo también se está incrementando la cifra de personas vulnerables y cómo crece la preocupación general por la subida de los precios y la inflación, por el coste de la energía y por una cuestión, siempre irresuelta, como es la dificultad de los jóvenes a acceder a un empleo estable. No obstante y frente a esta realidad, Don Felipe quiso inocular dosis de optimismo para no caer en la desesperanza. «No tenemos que dejarnos llevar por el pesimismo o el conformismo», vino a decir, emplazando a todos los españoles a reaccionar e ir por delante de los acontecimientos, pero sin renunciar nunca a ser firmes en la defensa de nuestros principios democráticos y en los valores que inspiran nuestra convivencia para no perder el paso de las naciones avanzadas.

No aludió Don Felipe directamente a la situación de Don Juan Carlos fuera de España. Si el año pasado adujo que los principios morales y éticos «nos obligan a todos sin excepción» y están por encima de cualquier consideración, también las «personales y familiares», este año el Rey hizo un pronunciamiento más genérico, recordando que cada uno debe asumir las «obligaciones constitucionales que tenemos encomendadas, respetar y cumplir las leyes, y ser ejemplo de integridad pública y moral».