Miquel Escudero-El Imparcial

Lunes 03 de enero de 202220:24h

Lo azaroso siempre ronda nuestras vidas. De manera casual, en cualquier momento, nos enteramos de cosas que desconocíamos y que nos ofrecen algún interés. Recuerdo que Julián Marías decía: “con las cosas que no sé, qué enciclopedia se podría hacer”. Pues bien, yo ignoraba el nombre de Dorothy Thompson, una notable periodista norteamericana que nació en 1893 y que fue la primera periodista expulsada por Hitler. Sucedió en 1934, tres años después de haberlo entrevistado, acababa de escribir un libro sobre la personalidad del Führer, al que tildaba de voluble e inseguro, ‘prototipo de hombrecito’.

Después de haber apoyado el sionismo, Thompson cambió de posición, tras un viaje a Palestina en 1945, y calificó a ese movimiento de receta para la guerra perpetua. En algún sitio se puede leer que en 1939 Time la declaró ‘mujer del año’, pero no es cierto. Dicha revista estableció en 1927 el premio del ‘hombre del año’, que fue inaugurado con el aviador Lindbergh. Hace un par de decenios, el título pasó a denominarse ‘persona del año’. Hasta entonces sólo tres o cuatro mujeres habían recibido el galardón, pero no Dorothy Thompson. Sí ocupó, en cambio, una portada del Time en 1939 y en un escrito de ese número se la calificó como la segunda mujer más influyente de Estados Unidos, después de Eleanor Roosevelt. Estuvo casada con el escritor Sinclair Lewis, Premio Nobel de Literatura en 1930, del que se separó en 1942; año en el que los Estados Unidos entraron en la Segunda Guerra Mundial.

Esas informaciones me llevaron a ver La mujer del año, una película dirigida en 1942 por George Stevens; y producida por Joseph Mankiewicz (quien cinco años después dirigiría la entrañable cinta El fantasma y la señora Muir). Aquella película tuvo como actores principales a los formidables Katharine Hepburn y Spencer Tracy; era la primera vez que ambos actuaban juntos. Está considerada dentro del género ‘screwball’, esto es, una comedia alocada; un género que estuvo en boga durante los años 30 y 40, alentado para salir de la depresión social producida tras el crack de 1929.

Es habitual señalar la figura de Dorothy Thompson como inspiradora de la protagonista de La mujer del año. Katharine Hepburn representa en ella a una hija de diplomático que ha recibido una esmerada educación, es políglota tras estancias en varios países de Europa y América y es una destacadísima periodista: Tess Harding sabe de casi todo y de ella se dice que es la segunda dama del país, después de Eleanor Roosevelt. Aunque ni siquiera se han visto, Tess tiene por compañero de diario al periodista deportivo Sam Craig, franco, tosco y resuelto. Debido a un pique entre ellos, el director del periódico los llama al orden y con tino les requiere a que cesen en sus hostilidades y cooperen entre sí. Tess responde de inmediato: “Me encanta rendirme cuando voy perdiendo”. Sam, deslumbrado por su encanto, la invita a un partido de béisbol del que debe hacer una crónica. Ella acepta con gusto y curiosidad; era un deporte en que se despreciaba a las mujeres. En un grupo de hombres se dice: “Las mujeres tendrían que ser como los canarios, ignorantes y apacibles”. Tess, sonriente y segura de sí, hace oídos sordos a los tontos machistas; es inteligente y escoge su silencio y su momento de hablar. En correspondencia, ella invita a Sam a una conferencia de reivindicación feminista que da ante un público exclusivamente femenino. Se enamoran y muy pronto se casan.

Destacaré cuatro frases de los diálogos de la película: conocedor de sus limitaciones y de su inferior instrucción, Sam confiesa con humildad que le gusta conocer gente y escribir sobre ella, pero gente poco importante. “Por eso –dice- yo soy tan poco importante”. Su confidente le replica con afecto: “Tiene un gran corazón, es usted un hombre normal, siga llevando una vida normal”. Otra idea que se vierte es que es bonito convivir con la gente, en vez de tratar de cambiarla.

Tess está acostumbrada a tomar sola todas las decisiones, incluidas las que atañen a la pareja. El día en que es elegida ‘la mujer americana del año’, se desata una tormenta familiar y Sam se planta. Acabada la cena de entrega del premio, a la que a última hora él se abstiene de asistir, no se produce la ruptura definitiva al no dejarse envenenar con la ira del orgullo herido. Tess asume que “el éxito no vale nada si no tienes con quién compartirlo”. Vuelve a casa dispuesta a atender a Sam con sus platos preferidos. Se pone de manifiesto su impericia absoluta. Estamos en 1942, hace ochenta años, Tess, desconsolada, se atreve a mostrarse inútil ante su marido, quiere complacerle y se disculpa. Sam, astuto y comprensivo, le dice que no le gusta que sea sólo la señora Craig, tampoco que sólo sea Tess Harding. Pero “¿por qué no puedes ser Tess Harding Craig?”. Una sabia y justa posición intermedia, clave de convivencia y satisfacción, respeto y amor.