FÉLIX MONTERO-EL COLRREO

  • La llegada de Casado a La Moncloa puede depender de su capacidad de asumir demandas de grupos localistas, como hizo Abascal la última noche electoral

Pablo Casado no ha entendido nada. La estrategia política y electoral del presidente popular en Castilla y León ha sido nefasta. El PP decidió adelantar las elecciones con el objetivo de absorber Ciudadanos y reforzar el proyecto de Génova. Sin embargo, obtuvo prácticamente el mismo resultado que hace tres años y ahora debe lidiar con la apuesta de Vox por entrar en el Gobierno. Es evidente que si los populares hubieran previsto los resultados del pasado domingo no habrían convocado elecciones: un Ciudadanos amortizado en vías de desaparición sale de la Junta y el gran rival electoral del PP llama a la puerta. Casado pensó que podría repetir la misma jugada que en las elecciones madrileñas, pero ni Mañueco es Ayuso ni Castilla es Madrid.

La campaña popular en las elecciones castellanoleonesas ha sido muy mala. Mientras el electorado de esta comunidad es conservador y tradicionalista, Génova decidió hablar para una derecha libertaria ajena a la región. Poco tienen que ver Valladolid, Zamora o Soria con Madrid, pero todavía menos unas zonas rurales que carecen de servicios básicos. Aunque en la segunda semana de la campaña el PP intentó redirigir su rumbo, ya era tarde para contener a una extrema derecha con un discurso más relajado y provinciano que supo penetrar en zonas rurales y ciudades. Mientras Vox sembraba y asumía ideas de la España vaciada, los populares lo fiaron todo a pasear a Mañueco y Casado entre distintas especies de ganado. Alguien en el PP debió de pensar que con sustituir las cañas de Ayuso por los chuletones bastaría, pero no ha sido así.

La figura del candidato es determinante en unas elecciones y, en este caso, es evidente que Ayuso y Mañueco no tienen nada que ver. La presidenta madrileña es un proyecto político en sí misma, incluso alejada de las siglas de su partido puede dar la batalla en un plano ideológico. De hecho, su acción de Gobierno durante la pandemia ha estado dirigida a impulsar las políticas menos intervencionistas posibles que el votante pudiera identificar con el ideal de libertad. Mañueco, en cambio, poco más tenía que ofrecer que la línea continuista del PP de los últimos 35 años. En los resultados se evidencia: ha conseguido prácticamente el mismo porcentaje del voto que hace tres años.

El PP planteó una campaña agresiva, con sucesivas salidas de tono, intentando crear un clima de tensión política que activara a su electorado, tal y como sucedió en Madrid. Sin embargo, esta vez no había un Pablo Iglesias como oposición que confrontar, y el resto de candidatos -conocedores de que una participación alta beneficiaría al PP- prefirieron alejarse de la confrontación. Es más, en algunos momentos de la campaña parecía que las elecciones las libraba Pablo Casado contra sí mismo (en cierto modo fue así). Ni Luis Tudanca (PSOE), ni Juan García Gallardo (Vox) ni Pablo Fernández (Unidas Podemos) tuvieron ninguna sobreexposición mediática ni momento memorable. Los líderes de sus partidos, tampoco.

La expresión electoral de la España vaciada denota más la frustración de las capitales de provincia hacia Madrid que el agotamiento de las zonas rurales. Los núcleos urbanos son más progresistas, por lo que parece lógico que estos partidos hayan costado más votos al PSOE que al PP. Sin embargo, en vez de polarizar, estas plataformas despertaban consensos transversales entre todo el arco electoral. Afirmar, como hizo Mañueco, que el localismo en Castilla y León es similar al separatismo en España es difícil de entender. Ante la dificultad de que un bloque consiga la mayoría absoluta en un futuro Congreso, y el veto de los grupos vascos y catalanes a PP y Vox, es muy probable que la llegada de Casado a La Moncloa dependa de su relación con estas plataformas y la capacidad de absorber sus demandas. Así lo entendió Abascal en la noche electoral.

El PP gana, pero no arrasa y tendrá que resolver la cuestión de Vox en las próximas semanas. Sin embargo, mirando al futuro parece evidente que todos los partidos tienen un problema si siguen apostando por este tipo de campañas sobrias y aburridas. Castilla y León es una comunidad que en términos culturales se parece más a la España del siglo pasado que a la del XXI, aunque ya se observan los primeros síntomas de esa transición.

La desaparición de la política tradicional y la revolución tecnológica están dando pie a un nuevo entorno político que en España solo ha sabido entender Díaz Ayuso. Las campañas eléctricas, agresivas y en las que el candidato es un programa político que consigue que él y su causa conecten con el electorado son el futuro. El éxito popular madrileño no tuvo nada que ver con las cervezas ni con el PP, sino con una forma de conectar con el territorio. Y pocos líderes políticos nacionales parecen preparados para dar esa batalla cultural.