ALBERTO AYALA-EL CORREO

En política suele recurrirse con frecuencia a esa máxima ignaciana que aconseja no mudar en tiempos de zozobra. Pues bien, tengo la impresión de que lo que estamos viviendo en Ucrania, la crisis del PP y las grietas en la coalición gubernamental, cada vez más notorias, pueden llevarnos a cambios profundos. Que Pedro Sánchez rectifique no es noticia. Lo ha hecho en tantas ocasiones que ya casi nos hemos habituado, aunque casi siempre resulte intolerable ética y políticamente. Esta vez la polémica se ha suscitado en torno al envío de armas a Ucrania. En pocas horas el presidente rectificó su anuncio inicial de que nuestro país no enviaría directamente material bélico a los que tratan de defenderse de la salvaje agresión de Putin. Tras constatar que España se quedaba casi sola en Europa, Sánchez pasó del ‘no’ al ‘sí’.

El presidente recibió el apoyo de casi todo el Congreso. Incluido un PP en transición y un PNV que en pocas ocasiones habrá cometido un error tan incomprensible como su rechazo de hace unas semanas a la reforma laboral. Pero no tuvo el del socio menor de la coalición al completo. La vicepresidenta Díaz, los catalanes de En Comú Podem o Alberto Garzón sí aplaudieron y verbalizaron su apoyo a la rectificación. No así el núcleo duro podemita Echenique-Belarra-Montero. Desconozco si su rechazo obedece a un antibelicismo nivel cómic, si es otra muestra de infantilismo político o si existe alguna razón oculta.

Sánchez quiere agotar la legislatura. Hace unos días le dijo a Pablo Casado que no aprovecharía la crisis del PP para anticipar las elecciones. Pero si las desavenencias con UP continúan, ahora en política internacional y en puertas de que nuestro país acoja la próxima cumbre de la OTAN, el presidente podría cambiar de opinión, también en este asunto.

El PSOE sabe que, hoy por hoy, sin el apoyo de su izquierda difícilmente obtendría escaños suficientes en las urnas para mantener a Sánchez en La Moncloa. Ni siquiera con el PNV o con ERC. Y Yolanda Díaz necesita tiempo para armar su Frente Amplio -cada vez está más claro que dejará de lado a la cúpula podemita- y obtener un buen resultado electoral que permita soñar a las izquierdas con retener el poder.

El otro actor protagonista se llama Alberto Núñez Feijóo. El aún presidente de la Xunta, aunque no tomará posesión como nuevo líder popular hasta el congreso del primer fin de semana de abril, ya ha deslizado algunos apuntes de hacia dónde quiere conducir a su partido: hacia ese centroderecha respetuoso con nuestro modelo autonómico y los grandes pactos de Estado tejidos durante décadas. Lejos, por tanto, de la extrema derecha que representa Vox, aunque sin renunciar a formalizar acuerdos parciales con los de Abascal para no perder espacios de poder, siempre que no obliguen al PP a travestirse de lo que no es.

Para ello deberá desactivar a Isabel Díaz Ayuso, cuyo desafortunado intento por reventar la última junta directiva del PP pidiendo la cabeza de Casado y Egea, ha ignorado Feijóo al mejor estilo gallego. ¿Asunto zanjado? Me extrañaría. De cómo lidie Feijóo con ambos problemas, de la seriedad de sus propuestas, y de cómo lo valore el electorado liberal conservador dependerán sus opciones. Eso sí, la izquierda puede allanarle el camino con sus patinazos.